Isabel II: “Diana era un ser excepcional”
La Reina se ve forzada a dirigirse a un Reino Unido en conmoción , seis días después del accidente de Lady Di
La reina Isabel de Inglaterra rompió ayer más de una tradición para acercarse a su dolorido pueblo y sumarse públicamente al multitudinario homenaje a la princesa Diana seis días después de su muerte. En un mensaje personal de tres minutos en el que elogió reiteradamente a Diana, mencionándola por su nombre, la soberana describió a la Princesa de Gales como "un ser humano excepcional" al que, dijo, "admiré y respeté por su energía, aliento y, sobre todo por su devoción a sus hijos". La Reina decidió leer su mensaje en directo en lugar de grabarlo con anticipación, como lo ha hecho desde 1959.
Isabel II habló con voz firme y expresión serena. No hubo un sólo gesto que delatara emoción alguna en su rostro pálido a pesar del maquillaje. Otro elemento que dio carácter extraordinario a su mensaje fue el hecho de que jamás había empleado expresiones tan personales como aquella admisión ayer de que hablaba a sus súbditos no sólo como reina sino también como abuela y que lo hacía "de corazón". Eligió, para mayor efecto, un trasfondo espectacular. De espaldas a un ventanal abierto se podía ver a la multitud de dolientes que ayer continuaban colocando ramos de flores, tarjetas, globos y animales de peluche a las puertas de la residencia real.
"Primero quiero rendir mi homenaje a Diana. Era un ser humano excepcional y de grandes cualidades. En tiempos buenos y malos, nunca perdió su capacidad para sonreír ni su capacidad para inspirar calidez y bondad", dijo la exsuegra de Diana. "Nadie que conoció a Diana podrá olvidarla". "Creo que hay lecciones que debemos sacar de su vida y de la extraordinariamente conmovedora reacción a su muerte. Comparto vuestra determinación a velar por su memoria", agregó.
Jornada emotiva
La reina, que en los cinco días anteriores había sido criticada con intensidad sin precedentes no sólo por la falta de expresiones de luto real tras la muerte de Diana sino por su decisión de no desplegar la bandera británica a media asta en el mástil principal de su palacio, exhortó indirectamente a su pueblo a dejar de un lado la controversia ampliamente expuesta en la prensa y en la calle. "Esta es una oportunidad para demostrar ante todo el mundo que la nación británica está unida en el luto y el respeto. Que los que han muerto descansen en paz y nosotros, todos y cada uno, demos gracias a Dios por alguien que hizo felices a tantas, tantas personas", dijo.
Con su mensaje, la Reina cerró una jornada emotiva obviamente dedicada a tratar de convencer a su pueblo que la corona no permanece impasible ante el dolor producido por la muerte de Diana. Poco antes, vestida íntegramente de negro y acompañada de su marido, el Príncipe Felipe, había salido brevemente de Buckingham para inspeccionar el mar de flores a las puertas de su residencia. Luego se aproximó a la multitud y con expresión triste y serena aceptó algunos ramos de flores que entregaba luego a sus secretarios.
Kay Foulger, un ama de casa de Cumbernauld (Escocia), le dijo: "Majestad, es usted muy valiente de venir a vernos. Se lo agradecemos". Foulger declaró más tarde: "La reina estaba al borde de las lágrimas. Sus ojos estaban enrojecidos". " La reina daba pena", comentó por su parte Joan Walker, otra señora de 65 años que le extendió la mano a Isabel II.
El gesto de aproximación hacia el pueblo obtuvo, sin embargo, mayor resonancia cuando centenares de dolientes apostados a la entrada de Kensington Palace vieron cómo el Príncipe Carlos se secaba rápidamente una lágrima poco después de su visita a la residencia oficial de Diana desde su separación en 1992. Acompañado por sus dos hijos, los príncipes Guillermo y Enrique, Carlos recibió condolencias con expresión grave. En más de una ocasión se brindó a ayudar a colocar ramos de gente que quedó separada por un cordón policial. Visiblemente conmovidos, Guillermo, el segundo en línea del trono británico, y Enrique, siguieron el ejemplo. "Guillermo, Enrique, cuánto sentimos lo que les ha ocurrido", les decía la gente que ansiaba por estrecharles la mano. Con sonrisas cansadas y tristes, ambos agradecían estas expresiones, ocasionalmente tratando ellos mismos de consolar a la multitud. Guillermo y Enrique estaban incuestionablemente impresionados por la dimensión del tributo popular.
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