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'Semos' peligrosos

En Madrid, como en todas las ciudades del mundo, existe una red de maleantes especializada en robar a los turistas. Cierto es que muchos de éstos parecen empeñados en mostrar sin reservas su condición, lo que les convierte en un blanco perfecto para los rateros, pero están en su derecho: ellos visten como quieren, se ponen los calcetines y los sombreros que quieren y es obligación de las autoridades proteger su integridad. Y no sólo porque este tipo de rapiña tenga "un efecto negativo sobre el turismo", como señala el cónsul general de EE UU en España, señor Philip French, sino porque ser asaltado supone un trago muy amargo para cualquiera, se encuentre en el país que se encuentre.Al parecer, y al margen del conocido método del tirón, actualmente los rateros están mortificando a los turistas con dos timos muy concretos: uno, el del buen samaritano, que estriba en alertar de un inexistente problema mecánico a un automovilista y robarle al menor despiste sus objetos de valor, y dos, el llamado timo de la mancha, consistente en pringar al forastero con mermelada, chocolate o, una gracia parecida, fingir ayudarle y, una vez al tanto de sus pertenencias, y tras el manoseo reglamentario, levantárselas al vuelo. Tanto están multiplicándose estos delitos que las embajadas y consulados de algunos países han tomado medidas para alertar a sus ciudadanos; Japón y EE UU, entre otros.

Lo de los japoneses, entendible. No es que me parezca p pueblo indefenso y debilucho (recuérdese cómo hacían sudar tinta a Errol Flynn en Objetivo Birmania), pero qué sé yo: han cambiado los tiempos, o eso parece, y ahora se les ve más asentados y no tan agresivos; por lo menos, en versión turista. Yo atraco poco a la gente, lo reconozco, y por tanto no soy un experto en la materia; sin embargo, nunca elegiría a un japonés como víctima (por si me saliera un maestro del jiu-jitsu o algo peor todavía), y tampoco sabría, además, qué hacer con su cámara de vídeo o con su máquina de fotos; de todo lo cual deduzco que mis compatriotas rateros cuentan con un buen aparato logístico.

Y en lo que toca a los americanos, una observación: les pierde esa manía suya de editar manuales por cualquier cosa. Ahora están distribuyendo uno entre sus ciudadanos para defenderlos de estos timos, y, además de las habituales recomendaciones (obrar con cautela, no llevar mucho dinero encima, vigilar los objetos de valor, etcétera), aplicables, por cierto, a cualquier país del mundo, incluido el suyo, también han decidido explicar al detalle el mecanismo del tirón. Es más, lo destripan de tal modo que pueden acabar por dar ánimos a malhechores en ciernes. No se entiende tanto celo, a menos, por supuesto, que para ellos el tirón sea ya un fenómeno en desuso y, en consecuencia, desconocido. Quién sabe: puede que en su patria sólo les roben por Internet. En cualquier caso, esperemos que ninguno de los suyos se aproveche del manual y empiece a pegarnos palos a nosotros.

Estoy molesto, no lo oculto, y es que me indigna que los americanos, precisamente, se hagan los suecos en estos asuntos. Yo he visto Objetivo Birmania, sí, pero también he visto El golpe y me consta que allí son capaces de timar como el mejor. Y no hablemos de cómo engañaron a los indios con falsos tratados. Claro está que ellos, a su vez.

también pueden alegar que fray Bartolomé de las Casas, no mucho antes de convertirse en libertador, fue traficante de esclavos en la isla de la Española, y uno de los defensores de la muy vergonzosa e innoble Ley de Encomiendas. Pero entonces yo respondería diciendo que Doris Day (y lo sé de buena tinta) no era tan modosita y pudorosa como se nos daba a entender, y que no por eso llamo mariquita a John Wayne. Y hablaría también de cierto robo de bicicleta ocurrido hace muchos años en la ciudad de Pittsburgh, Pensilvania, EE UU; robo que en su momento causó un grave perjuicio a cierto español que comparte conmigo madre y apellidos. Que yo sepa, sin embargo, la embajada española en EE UU no editó entonces ningún manual de defensa y, muchos menos, explicó cómo hay que trabajarse la bicicleta de un pobre estudiante. En resumen: que mas vale no ponerse puntillosos y no dárselas de civilizados mediante el sucio ardid de emplumar al prójimo.

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