Volver
Volverán las oscuras golondrinas, y los madrileños que aún están de veraneo volverán también. Dentro de un mes, aquí no cabrá ni un alfiler.De momento estamos casi todos, y Madrid ya ha empezado a cobrar el aspecto que tendrá hasta la próxima estiada. No es un aspecto grato; antes bien, se presenta espeso y, según tramos, intransitable.
Las obras, que siguen en pie, incomodan lo suyo. Pero no son culpables de nada. Las obras seguramente resultan necesarias y alguna vez había que empezar. Sucede con las obras urbanísticas como con las domésticas, cuando el ama de casa adopta la sublime decisión de modernizar la cocina, cambiar el cuarto de baño y renovar las cañerías. Durante una semanita escasa según la cuadrilla encargada de la chapuza, durante dos meses largos según la cruda realidad, todo en la casa está patas arriba, el cemento pasa a formar parte de la vida familiar, las necesidades hay que evacuarlas con escolta para que los niños no irrumpan por uno de los boquetes del nuevo cuarto de baño en ciernes y, si surgen de apretón, a lo mejor hay que pedir auxilio al vecino.
Quiere decirse que las obras en pie de las calles madrileñas pueden durar más de lo previsto, prolongando con ello los ruidos, los obstáculos y la polvareda que están sufriendo los madrileños. Y habrá que aguantarse, en aras de un futuro mejor, con una ciudad ordenada y rutilante.
Finalmente llegará el día de la inauguración de las obras, muchas de las cuales son para aparcamiento de los coches, y ya se verá si entonces se acabaron los problemas. Porque el problema de la acumulación de coches, de los estacionamientos en doble fila, no lo es sólo por falta de aparcamientos. Hay ejemplos a manta, según cualquiera puede compulsar.
Un caso entre muchos -que se cita aquí a título indicativo, no porque tenga especial relevancia- es el de la calle de Castelló, tramo que va desde la calle de Diego de León a la de María de Molina. Ese tramo viene siendo durante años un caos: coches, furgonetas, incluso camiones estacionados en doble y hasta triple fila o donde al conductor le da la gana; los atascos son permanentes; durante muchas horas del día es prácticamente imposible circular, y a veces llegan altas horas de la madrugada y permanecen en medio de la calle, como si fueran moscas, vehículos solitarios que el conductor dejó en doble fila Dios sabrá cuándo y aún no ha ido a retirar.
El caótico laberinto de hierros, humos y ruidos del mencionado tramo de la calle de Castelló no se cierra en sí mismo y afecta a todo el entorno, como es natural. Los coches que pretenden entrar allí y vienen de Diego de León quedan inmovilizados. En el tramo de Castelló que viene de Goya sucede otro tanto. Sorprendidos en plena maniobra de giro o paso franco, algunos vehículos quedan en medio del cruce imposibilitando la circulación de los que llegan por sus flancos...
Decidido a acabar con este problema, el Ayuntamiento ha empezado a construir un gran aparcamiento subterráneo precisamente en esa zona, y ya están las máquinas excavadoras rebanando el suelo de la calle de Diego de León en el tramo que va desde Conde de Peñalver hasta Núñez de Balboa. Las obras, al parecer, van para largo, pero las enormes incomodidades que acarrean se dan por bien traídas, pues, a su término, se habrá solucionado el problema de los fenomenales atascos en la calle de Castelló y sus aledaños.
Eso dicen, mas uno no cree en ello, ni para adelante ni para atrás. Porque en la propia calle de Castelló, justo en el tramo conflictivo que va de General Oraa a María de Molina, hay desde hace muchos años un aparcamiento de gran capacidad y siempre está vacío, por consiguiente el problema no es la falta de aparcamiento.
Los problemas de ese trozo de calle, donde hay tiendas, un supermercado y oficinas, son otros. Los problemas de ese trozo de calle sospecha uno que tienen algo que ver con la diligencia selectiva de la policía, con la impunidad de que parecen gozar los proveedores de algunos comercios, con la educación ciudadana.
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