De la URSS a Rusia
Pilar Bonet recuerda en esta crónica de despedida el Moscú al que acudió como corresponsal de EL PAÍS en 1984 y analiza el que hoy deja, 14 años después
Este artículo es una reflexión más sobre Rusia. Su fin hoy es cerrar la etapa como corresponsal de EL PAIS en Moscú, que empecé en enero de 1984, cuando la capital de la URSS era una ciudad llena de baches y mal iluminada, que olía a coles en salmuera. En estos casi 14 años se ha producido una de las grandes fisuras del siglo XX: se desmoronó el imperio soviético y, con él, el sistema de valores que desde 1917 se oponía institucionalmente a la democracia burguesa y la división que imperaba en Europa desde 1945. He sido testigo del naufragio de la URSS en su principal escenario, o, para ser más exacta, en distintos rincones y decorados de aquel escenario: desde los gabinetes del Kremlin a las cocinas de algunos actores, pasando por las barricadas de la Casa Blanca (la sede del Parlamento) en 1991 y 1993 y las montañas del Cáucaso.Cuando llegué a la URSS, agonizaba su líder, Yuri Andrópov, y agonizaba también el primer intento de reforma posbreznevista, que, por su énfasis en la disciplina y en Lenin, era un proyecto distinto al que inició en 1985 Mijaíl Gorbachov, tras un breve resurgir del legado de Leonid Bréznev encarnado en Konstantín Chernenko. En 1997, cuando el olor a col ya no es sinónimo de Moscú y el asfalto y la luz se han convertido en obsesiones de la alcaldía, Borís Yeltsin ha comenzado ya su séptimo año en el poder. El presidente de Rusia parece estar en buena forma, pero la élite comienza a prepararse para el posyeltsínismo y para las elecciones que deben celebrarse en el 2000 a más tardar.
Comencé este artículo en la dacha (casa de campo) de unos amigos y lo he ido escribiendo, a retazos, entre los almuerzos y cenas de despedida con otros amigos -políticos, empresarios, escritores y periodistas-, que han llenado mis últimas semanas en Rusia. Mis relaciones con estos rusos tienen una dimensión privilegiada: hemos compartido la historia y nuestras biografías están entretejidas de una forma singular.
La dacha es un buen punto de partida para una reflexión sobre Rusia, porque es un elemento clave de su estabilidad social. Desde la isla de Sajalín, en el océano Pacífico, hasta Brest, en la frontera con Bielorrusia, los rusos acuden en verano a sus huertos para cultivar las hortalizas y patatas que les ayudarán a pasar el invierno. Sin las reservas alimenticias de estas parcelas, repartidas masivamente en época de Mijaíl Gorbachov (19851991), no soportarían con tanto estoicismo las largas demoras en el pago de salarios y pensiones.
En las dachas de Rusia se refleja toda la estructura social del país. Hay dachas que parecen barracas, y las hay lujosísimas, como las que jalonan la carretera de Rubliovo-Uspénskoie, que lleva también a las residencias presidenciales de Barvija y Gorki. Hay zonas de dachas-colmena y zonas de dachas exclusivas, como las de los nuevos rusos. Y en esta última categoría se ve hoy la evolución social, porque los baremos de confort soviético -expresados en menús caseros repartidos a domicilio- se han quedado anticuados frente a las cafeterías-club, los acabados occidentales y los guardias de seguridad de las nuevas urbanizaciones .
La dacha ha sido un medio de subsistencia, pero también es un elemento del conjunto de valores que sustituyen al mesianismo y la ideología del pasado. El sociólogo Leonid Sedov, del Centro Ruso de Estudio de la Opinión Pública, afirma que la familia, el bienestar individual y el orden social, en conjunto, son ideas capaces de aglutinar entre el 35% y el 50% de la población. En cambio, sólo entre un 20% y un 28% de los rusos se entusiasman ante el fortalecimiento del Estado y el resurgimiento de la URSS. En 1984, la Unión Soviética era una superpotencia temible, pero con pies de barro, y los jóvenes que se incorporaron a la élite durante el marasmo final de Bréznev sabían que las reformas estaban pendientes desde los años sesenta. Gorbachov comenzó un proceso que no controló. Fue una época de euforia. Con Gorbi se derrumbó el muro que separaba a los extranjeros de los soviéticos. Tuvo que llegar 1989 para que yo, por primera vez, me relajara ante personas a las que acababa de conocer.Fue en una cena con varios colegas soviéticos y un oficial demócrata del Ejército en la ciudad de Ashjabad (Turkmenistán) poco después de la primera sesión del Congreso de los Diputados de la URSS. Aquel mismo año, los países del este europeo sintieron que Moscú no iba a tratar de retenerlos por la fuerza, y la estructura de bloques surgida tras la II Guerra Mundial se desintegró.El Gobierno de los "jóvenes reformadores", como se llama al Gabinete formado el pasado marzo, ha dado algunos pasos -hasta ahora más simbólicos que reales- para mejorar la imagen del Ejecutivo. Aún es pronto para decir si las subastas de privatización se rigen por reglas de juego válidas para todos. Las declaraciones obligatorias de ingresos no han sofocado las sospechas de corrupción, que los rusos atribuyen de forma casi sistemática a sus dirigentes. Los astronómicos honorarios de Alfred Koj, el recién dimitido vicejefe del Gobierno responsable de las privatizaciones, por un libro no publicado (100.000 dólares) y la dudosa moralidad de un préstamo sin intereses recibido por el primer vicejefe del Gobierno, Anatoli Chubáis, provocan nuevas preguntas. Y de ellas no se salva ni la familia del presidente, que también se prepara para el posyeltsinismo. Con la ayuda de una fantasmal empresa con sede en Suiza, el financiero Borís Berezovski dispone libremente de las cuentas bancarias internacionales de Aeroflot, las líneas aéreas rusas, según informaciones de la prensa rusa. En poco tiempo, Valer¡ Okulov, uno de los dos yernos de Yeltsin, ha pasado de ser piloto a máximo director de Aeroflot.
De las complicidades de los Yeltsin con Berezovski habla Alexandr Korzhakov, el ex guardaespaldas presidencial, en sus memorias-best seller. El género de memorias de los ex colaboradores del presidente es popular en Rusia, como lo demuestra el éxito obtenido por las de Viacheslav Kóstikov, su ex jefe de prensa. En el clima comercial que se respira hoy en el país, la capacidad de algunos rusos de mantener sus principios resulta sorprendente, y Kóstikov se quedó de una pieza el pasado otoño cuando Liudmila Saráskina, por entonces asesora de la editorial Soglasie, rechazó su manuscrito, que contaba detalladamente el comportamiento de los inquilinos del Kremlin durante la sangrienta crisis del otoño de 1993. Saráskina aconsejó a Kóstikov que pidiera perdón a Dios por haber animado a Borís Yeltsin a "sacar el puño" contra el Parlamento y le devolvió el manuscrito. Consideraba que el libro de Kóstikov no era digno de aparecer en la editorial que publica las obras del escritor Alexandr SoIzhenitsin, quien vive de espaldas a la oligarquía rusa.Los criterios morales de Saráskina o Solzhenitsin son estrictos, en contraste con la relajación de la mayoría de los analistas a la hora de evaluar quiénes pueden ser considerados "respetables" cuando acabe esta agitada etapa de transición en Rusia: "Matar o no matar. Ésa es la cuestión". ¿Es Berezovski capaz de ordenar un asesinato o no? ¿Lo es VIadímir Gusinski, que dirige los medios de comunicación del grupo Most? La aplicación del criterio "robar o no robar" es más complicada: todos roban, matizan los analistas, y la cuestión aquí es encontrar el límite entre el fenómeno generalizado y la perversión individual. Entre emparedados de caviar y pescados importados del Mediterráneo, Kaja Bendukidze, uno de los empresarios que ayudaron a Yeltsin, pero que no pertenecen al "grupo de los siete", opina que "ha llegado la hora de institucionalizar la decencia en Rusia". Bendukidze tiene el paquete de control en la gigantesca empresa de construcción de maquinaria Uralmash, en Yekaterinburg.
Por debajo de su barniz occidental, las nuevas clases empresariales rusas conservan hábitos dignos de Los demonios de Dostoievski, aunque con un guiño de farsa. Los bancos tienen servicios de seguridad dirigidos por ex funcionarios del KGB y éstos reproducen a pequeña escala lo que aprendieron en aquella institución. Anna Politkóvskaya, respetada comentarista de un periódico financiado por el grupo Most, me ha autorizado a contar cómo el empresario VIadímir Gusinski la invitó a mantener "una conversación con el corazón en la mano". Gusinski citó a Politkóvskaya en su despacho, después de que la periodista criticara la gestión del banco Onexim, que desde las amañadas subastas de privatización de finales de 1995 administraba el paquete de acciones del Estado en la empresa Norilsk Niquel. Corría el mes de marzo de este año y Onexim y Most tenían planes conjuntos. A Gusinski le interesaban entonces los artículos positivos sobre Onexim, exactamente lo contrario de lo que desea ahora que Vladímir Potanin, el presidente de este banco, le ha arrebatado la empresa Svyazinvest, y se ha adjudicado el paquete del Gobierno en Norilsk Niquel.Politkóvskaya cuenta que fue intimidada psicológicamente por una larga espera frente a un teléfono desconectado en una sala cerrada con llave. Cuando la recibió, Gusinski tenía sobre la mesa informes sobre la vida privada de la periodista. "Me dijo que podía conseguir que no me dieran trabajo en ninguna parte e indicó que conocía detalles muy íntimos de mi vida familiar", afirma Politkóvskaya. Durante varios días, Anna, que aparentemente había sido espiada por alguien cercano, se sintió como una sierva víctima del derecho a pernada del señor feudal. Conjuró el miedo contando el incidente a quien quiso oírla y siguió escribiendo como lo creía conveniente. No le ha pasado nada.
Gusinski, que tiene condecoraciones internacionales, es uno de los empresarios más influyentes de Rusia, ya que controla el canal de la televisión independiente -NTV-, que le fue concedido por decreto presidencial. En diferentes ocasiones, sus medios han presentado los intereses del grupo como intereses objetivos de Rusia o de la mayoría de los rusos. La última vez, con motivo de la subasta de Svyazinvest. Y aquí la pugna fue de envergadura. Gusinski y Berezovski, que controla el primer canal televisivo, amenazaron a Anatoli Chubáis con una campana contra el fallo de la subasta (lo que en gran parte hicieron). Chubáis les aseguró que les aplastaría si se atrevían.Para entender lo que pasa en Rusia hay que tener en cuenta que los medios de comunicación, que fueron abanderados de la transparencia informativa durante la perestroika de Gorbachov, actúan hoy en muchos casos como portavoces de intereses económicos particulares. La aparición de los kompromat (materiales comprometedores) responde a estrategias financieras y no a una necesidad sistemática de la sociedad de pedir cuentas a sus dirigentes.Seis años después de la ruptura del espejo, Rusia no sabe aún exactamente cuál es su realidad. En el vacío que ha dejado la ideología comunista proliferan hoy las hermandades criminales, las sectas y confesiones religiosas y la droga, que los jóvenes consumen cada vez más y que se vende, como antaño se vendía el vodka de contrabando, en puntos conocidos por los consumidores. Los intelectuales, que en los años ochenta dedicaron su energía a descomponer el legado comunista, se preguntan hoy adónde va Rusia y cuál es la idea capaz de atraer a los rusos. No sólo por afán de comprender, sino también con un fin utilitario, para saber qué valores pueden aglutinar a los ciudadanos en caso de crisis o amenaza exterior y con qué cualidades convendrá identificar a los candidatos presidenciales.La búsqueda de la idea, que equivale a la búsqueda de los rasgos de una identidad nacional poscomunista, comenzó al desintegrarse la URSS y se institucionalizó cuando Yeltsin apoyó la empresa en agosto de 1996. El diario oficial Rossískaia Gazeta ha organizado un concurso para seleccionar la mejor idea nacional, y el asesor presidencial Gueorgui Satárov dirige un grupo de intelectuales que reflexionan sobre el tema en las dachas oficiales de Volínskaia. El proyecto cuesta a los contribuyentes lo que vale mantener "una docena de especialistas", según me reconoció Satárov. Éste insiste en que no está buscando una nueva ideología para Rusia y que el debate sobre la idea y su búsqueda son tan importantes como el resultado.
Entre quienes buscan la idea por su cuenta y al margen de la Administración está Ígor Chubáis, que fue uno de los líderes de los comunistas renovadores a fines de los ochenta. Ígor, que trata de activar el desfallecido movimiento ciudadano, nunca critica personalmente a su hermano menor, Anatoli Chubáis, pero sí el sistema que éste ha contribuido a crear. El concepto de "justicia" ha desaparecido del léxico político, señala el mayor de los Chubáis, según el cual las autoridades no reaccionan ante los impulsos de la sociedad, la corrupción ha sustituido a la ideología y la nomenklatura, sólo interesada en sus privilegios, ha conservado sus posiciones gracias a la privatización y la seudorregulación legal. El éxito del libro de Ígor Chubáis sobre la idea nacional ha sido tal que dos repúblicas caucásicas enfrentadas, por separado, le han solicitado ayuda para buscar sus respectivas ideas nacionales.La división de los tres poderes en Rusia deja mucho que desear (los jueces están mal pagados y la fiscalía se pliega ante el Ejecutivo) y los partidos políticos -si se exceptúa el comunista- son débiles. La crisis del partido en el poder -Nuestra Casa es Rusia (NCR)- se evidencia en el caso del general Lev Rojlin, que fue el número tres de la lista electoral de NCR y que hoy, desafiando la política gubernamental, pide el cese de Yeltsin y colabora con los comunistas. El Kremlin ha personificado su miedo al motín militar en Rojlin y en su alianza con el Partido Comunista y con los otros dos famosos oficiales insatisfechos, el ex ministro de Defensa Ígor Rodiónov y el general Alexandr Lébed. Los militares se preparan para una asamblea nacional de oficiales el próximo septiembre, y los comunistas, que también recogen firmas (con valor simbólico) a favor de la dimisión de Yeltsin, lo hacen para una huelga general. Sin embargo, el partido que dirige Guennadi Ziugánov no es la alternativa a Yeltsin. Y no sólo porque, en nombre de su cómoda posición en la Duma Estatal (Cámara baja del Parlamento), los comunistas no se atreven a enfrentarse al Gobierno y porque carecen de ideología coherente, sino por su falta de modernidad. Tal vez no es casual que hasta hoy no hayan sido capaces de abrir la página de Internet que anunciaron la pasada primavera.
Al comenzar la reforma muchos adaptaron a las condiciones rusas lo que creían el lema del progreso norteamericano: "Lo que es bueno para Iván (para Ford) es bueno para Rusia (para EE UU). Hoy está claro que el acceso de unos pocos a la riqueza no garantiza su difusión. Desde una perspectiva europea, los intelectuales del grupo Yávloko son la alternativa democrática más coherente al yeltsinismo, pero su capacidad de atracción es limitada. Estamos ante una larga travesía hacia la sociedad de derecho y Grigori YavIinski, el líder de Yábloko, lo sabe. "El capitalismo salvaje está en el poder y esto puede durar muchos años", afirmaba el político, mientras nos bebemos una cerveza en la cocina de EL PAÍS en Moscú.
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