La armadura
El escaso sentimiento nacionalista mostrado por los valencianos en un reciente estudio del Cires ha encendi do la gresca entre partidos políticos locales. Los de izquierda acusan a los de derechas y los de derecha a los de izquierdas de ser políticamente responsables de que en Valencia se sientan los atributos comunitarios menos incluso que en Castilla-La Mancha. No podría, sin embargo, haber recibido mejor noticia esta tierra soleada que reconocerse, ade más, despejada de aquel tostón. Mientras Cataluña vive cada vez más embolicada entre sus lindes o Euskadi más perjudicado en su interior, a Valencia la orientan vientos por los cuatro lados. Aquí no obligan a cargar con piedras a los niños por no hablar la lengua vernácula; aquí no hay obispos que se alzan como posesos en los púlpitos invocando el hecho diferencial, o párrocos capaces, como en Lloret de Mar, de expulsar del templo a excursionis tas por cantar un "gloria a Dios" en castellano; aquí no se ve a policías con uniformes folclóricos en tributo al pretérito esencial ni se hacen ro merías para pedir la salvación. Tam poco se lleva a las gradas de los esta dios extranjeros siniestras colgaduras con el Freedom for Catalonia. Un valenciano se siente libre y naturalmente valenciano. No ve preciso adquirir su entidad encaramándose so bre los derechos de los otros ni chantajeando, secuestrando, matando o lloriqueando como un ninot. En su empeño por hacer païos catalans, algunos textos escolares se refieren a Valencia como la Generalitat del sur, pero ya habrán visto a estas alturas los de la China del norte que este trozo de su pretendido imperio carece de convicción. Aquí, pese a la clase política, la gente sigue prefiriendo el porvenir sin la ferruginosa armadura nacionalista encima. Y más aún a medida que el tiempo pasa y los efectos de la rigidez van mostrando, en otros cuerpos, sus deterioros.
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