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Clinton corre el riesgo de ser el primer presidente en ejercicio sometido a juicio por abusos sexuales

El caso Paula Jones, cuyo juicio por acoso sexual contra el presidente estadounidense, Bill Clinton, comenzará el 27 de mayo, se ha convertido en un dolor de cabeza para la Casa Blanca: Clinton corre el riesgo de ser el primer presidente que se enfrente a un juicio de estas características en pleno mandato. La fijación, el viernes, de la fecha del proceso no representa una gran novedad, pues el Tribunal Supremo ya determinó en mayo que Paula Jones tenía derecho a demandar al presidente, pero ha servido para reactivar el debate nacional sobre este tipo de denuncias.

Clinton ha optado por el silencio. De vacaciones en Martha's Vineyard, una paradisíaca isla en las costas de Massachusetts, el presidente dedicó la jornada a jugar el golf. Por la noche acudió a la discoteca Hot Tin Roof para pasar unas horas con unos amigos. Pese a esa actitud tranquila, el caso Paula Jones preocupa, y mucho, a la Casa Blanca. La decisión, el viernes, de convocar juicio oral para el mes de mayo representa, ante todo, la quiebra de la línea de defensa de los abogados de Clinton, que pretendían retrasar todo el proceso hasta después de la presidencia. Los analistas especulan ahora con un posible acuerdo extra judicial que evite el ver a Clinton ante un juez. El entorno presidencial y sus abogados rechazan esta hipótesis: no habrá compensación económica ni excusas públicas.Lo que sí ha logrado Paula Jones, una ex secretaria del Gobierno del Estado de Arkansas, con su reaparición pública el viernes en Little Rock (paraasistir a la lectura de la cita), ha sido reclamar su lugar de honor en la obsesión sexual que vive Estados Unidos en los últimos meses y semanas, y cuyo protagonismo le estaban robando el actor Eddie Murphy (sorprendido en el coche con un travesti), el comentarista de la NBA Marv Albert (acusado de sodomizar y morder a una mujer enun hotel), el actor Bill Cosby (supuesto padre ilegítimo), el Ejército (con incontables denuncias de acoso, adulterio y novatadas varias) o el alcalde de Nueva York Rudolph Giuliani (que supuestamente engaña a su mujer con una asistente).

En 1991, Paula Jones era secretaria en el Gobierno estatal de Arkansas, presidido entonces por Clinton. Según la demanda, presentada en 1994, el todavía candidato a la Casa Blanca ordenó a un escolta que trajera a Jones a su habitación del hotel y allí le solicitó sexo oral. Clinton niega tajantemente esta acusación. La opinión pública se mueve entre la responsabilidad civil que debe tener el presidente como cualquier otro ciudadano y la posibilidad de que se vea forzado a hablar de su intimidad ante un tribunal.

Ningún presidente de EE UU ha soportado un análisis tan minucioso de su vida personal como Clinton. A diferencia por ejemplo de Richard Nixon, muchos de los pecados que se imputan a Clinton (adulterio, uso de drogas, etcétera) se remiten a anos antes de ser elegido presidente.

Cuando Clinton realizaba su primera campana presidencial, ya sabía que tendría que rendir cuentas por su pasado: sus antecesores, los republicanos Bush y Reagan, se habían despachado así a algunos de sus rivales, como Gary Hart (caído en desgracia por su escándalo con la modelo Donna Rice) o Michael Dukakis (a quien Reagan llamó "inválido" por ir al psiquiatra).

Gennifer Flowers, hoy olvidada, fue el primer estorbo que Clinton tuvo que quitarse del camino. Paula Jones, que inicialmente fue encasillada como basura blanca en busca de una recompensa económica, ha conseguido reconstruir su reputación gracias a los esfuerzos de los conservadores de EE UU, que ven en ella un filón.

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