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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un plan francés

EL GOBIERNO francés aprobó ayer, a propuesta de la figura emergente del socialismo francés, la ministra de Trabajo, Martine Aubry, un plan destinado a crear 350.000 empleos públicos para jóvenes en el plazo de entre tres y cinco años, con salarios sufragados en un 80% por el Estado. Se trataba de una de las propuestas más espectaculares de la oferta electoral de Jospin. La idea más extendida es que su programa era maximalista porque nadie, ni los mismos socialistas, pensaban en la posibilidad de vencer en las elecciones. Pero vencieron, y Jospin está cumpliendo el compromiso contraído con los electores entre el escepticismo -pero también la expectación- del resto de Europa.Es una apuesta muy arriesgada. El plan de Aubry

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desembocará en un monumental fracaso -como ocurrió con el programa de nacionalizaciones y gasto público del Gobierno de Mauroy, en 1981-1983- o en la creación de un nuevo modelo de desarrollo económico y social -como sucedió, salvando las distancias,con el new deal de Franklin Delano Roosevelt-. Lo más importante no es el coste de la operación para el presupuesto francés: sean 35.000 millones de francos, 50.000 o incluso 70.000, siempre resultará más barata que la retahíla de planes de salvación para el banco público Crédit Lyonnais, por ejemplo. Ni siquiera es lo más importante, siéndolo mucho, que se creen efectivamente esos 350.000 empleos. Lo esencial es que, una vez extinguidos los contratos de cinco años, una mayoría de los jóvenes beneficiarios mantenga su empleo o salte a uno similar. Porque eso significará que analistas tan distintos como Alvin Toffler o Jeremy Rifkin tienen razón, que hay un nuevo tipo de trabajo propio del siglo XXI que el capitalismo del siglo XX es incapaz de hacer aflorar, que los cambios de la sociedad desarrollada durante las últimas décadas -envejecimiento de la población, reducción progresiva de la jornada laboral, etcétera- requieren respuestas distintas a las tradicionales.

De lo que se trata es, en definitiva, de ensayar una iniciativa destinada a probar si existen o no huecos en el mercado: necesidades que nadie atiende o sólo se atienden parcialmente, susceptibles de convertirse en fuente de ocupación permanente para otras personas. Simplificando, puede decirse que la prueba del éxito de la iniciativa será que el joven que atiende a un anciano a la salida del hospital acabe creando, dentro de cinco años, una agencia de asistentes de ancianos que dé empleo a otros jóvenes. En resumen, se trata de estimular con dinero público una demanda que si es real acabará siendo asumida por el sector privado.

El plan se enfrenta a muchos obstáculos. El primero, su falta de maduración. La ministra ha ensayado algunos de esos nuevos empleos que propone a la juventud francesa a través de Agir, la asociación que preside. Pero no ha tenido siquiera la ocasión de experimentarlos, como se proponía, en la ciudad de Lille. Martine Aubry se había fijado como objetivo inmediato ganar la alcaldía de la ciudad norteña y poner en práctica sus ideas a escala municipal. Hubo unas elecciones inesperadas, y una victoria inesperada, y el dúo Jospin-Aubry no ha tenido otra alternativa que improvisar.

De los nuevos empleos sugeridos por el Gobierno, sólo son comprensibles los que son en realidad viejos: los serenos nocturnos, porteros de inmueble, etcétera. De los otros, apenas se sabe que se intuye una necesidad social que cubrir. Efectivamente, hay muchos ancianos solos, muchas personas marginadas, muchas escuelas en donde impera la violencia. Pero está por ver cómo con jóvenes sin experiencia profesional y pagados con el salario mínimo resuelven tales problemas. Es arriesgada la apelación al voluntarismo masivo en una sociedad habituada al egoísmo y en la que las instituciones públicas y las asociaciones sin ánimo de lucro, a las que se exige que creen cientos de miles de empleos, apenas tienen dinero para afrontar sus gastos actuales. También es para algunos inquietante el regusto a planificación económica, tan denostada hoy, pero tan estimada por Martine Aubry y su padre, Jacques Delors, formado en la Comisaría del Plan de Desarrollo.

Si Aubry fracasa, el resultado de su plan será que, dentro de cinco años, los 350.000 jóvenes pasarán a engrosar la nómina de la función pública francesa, la más voluminosa de Europa en términos absolutos. O aún peor: los 350.000 volverán a la cola del paro, más desesperanzados que nunca. Hay que esperar a conocer los detalles, una vez el proyecto de ley acceda al Parlamento en septiembre y, después, cuando nazcan los primeros nuevos empleos. Por ahora, lo único seguro es que la iniciativa es importante y arriesgada. Merece que toda Europa la siga con atención.

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