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Reportaje:GATOS PARDOS: LA NOCHE DEL JAZZ

Espacios de piano, bajo y saxofón

Varios locales madrileños se empenan en conservar la llama del jazz en una ciudad con escasa tradición

El jazz ha dejado de ser fondo sonoro de prostíbulos y nidos de gánsteres hace muchísimos años, pero se diría que asistir a un concierto de esta música en Madrid -y en verano- todavía tiene para el profano cierto morbo. Es como si se colara sin permiso en algún oscurorito reservado a gentes con un estilo de vida supuestamente opuesto al suyo. La realidad del jazz en Madrid es menos inquietante.El jazz es hoy una música hospitalaria, dúctil y polivalente, tan apta para relajar al ejecutivo madrileño agotado como para emocionar al ávido y castizo buscador de sensaciones fuertes, y aun para despertar la curiosidad general. Los claustrofóbicos escenarios de antaño van dando paso a espacios que recurren al aire acondicionado cuando aprieta el calor y, si llega el caso, utilizan sin rubor plantas naturales como elemento decorativo. Para bien o para mal, Madrid sigue la tónica general, y ninguno de los locales capitalinos que reservan todo o parte de sus programas al jazz tiene aspecto de antro prohibido, ni de sórdido templo levantado en honor de los ritmos hot.

Desde que cerraran los emblemáticos Whisky, con sus añejas y sabias paredes de ladrillo desnudo, y Balboa, donde se pudo asistir a sesiones tan memorables como la que protagonizó Bill Evans poco antes de dejarnos, otros locales madrileños han recogido el testigo, y desempeñan con toda dignidad y no poco sacrificio la complicada tarea de mantener viva, la llama del jazz en una ciudad de dudosa tradición jazzista. Así, en pleno centro de la movida clásica, el Café Populart, en Huertas, 22, opta por seguir una filosofía realista, y alterna conciertos de reggae, rhythm & blues y otros géneros mayoritariamente negros con sesiones dedicadas a nombres importantes del jazz.

Desde su diminuto escenario se han impartido soberanas lecciones de jazz, y cuando se tiene el privilegio de vivir una de esas ocasiones especiales, puede resultar casi imposible encontrar un hueco para apoyar el vaso o una rendija para ver a los músicos, pero la diligencia de los camareros y la euforia que se crea permiten superar cualquier incomodidad.

Clamores, en la calle de Alburquerque, 14, es mucho más espacioso, incluso hasta algo desmesurado para mantener una vocación exclusivamente jazzista. Sus paredes negras y sus luces tenues parecen dispuestas por algún interiorista neoyorquino aficionado al bebop.

Aunque con programaciones más modestas, también Segundo Jazz, en Comandante Zorita, 8, procura refrescar la escena madrileña a golpe de entusiasmo, y José María Brunet dirige la sucursal serrana del jazz madrileño, el ya consolidado Dizzy, de Las Matas (La Luz, 8), con inquebrantable ilusión y acertado criterio.

Cuando el forastero pregunta por algún buen club de jazz, la respuesta es, invariablemente, el Central de plaza del Ángel, 10. La prestigiosa revista británica Wire lo ha situado entre los 10 locales europeos de jazz más interesantes. En estos días, con la actuación del pianista neoyorquino George Cables a dúo con el extraordinario contrabajista navarro Javier Colina, el Central ha celebrado sus primeros 15 años de existencia. Su salón ha sido escenario de más de 5.300 conciertos.

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"Abrimos el Café con la intención de ofrecer jazz en vivo", recuerda Gerardo Pérez, fundador y programador del Central, "prácticamente no tuvimos que hacer ninguna reforma. Ya en 1982 era bonito, y sólo discutimos acerca de la ubicación del escenario. Yo quería traer a toda costa a Tete Montoliu, pero nunca se ponía al teléfono, hasta que, gracias a Ricard Miralles, que le advirtió que nuestro club tenía un buen piano y una audiencia atenta, accedió finalmente a tocar. El siguiente paso fue estrenarse en el plano internacional. Un fastuoso cuarteto que incluía al saxofonista George Adams, al pianista Don Pullen y al batería Dannie Richmond tuvo el honor de ser el primer grupo extranjero en subirse al pequeño escenario del Café en febrero de 1988. Pérez todavía pugna por reeditar, en la medida de lo posible, aquella semana protagonizada por los inolvidables discípulos de Charlie Mingus, una de las mejores que haya escuchado nunca, y eso que ha tenido ocasión de asistir a sesiones memorables de Randy Weston, Mal Waldron, Lee Konitz y Barry Harris, entre muchas otras.

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