Fin de una situación absurda
LA PRESENCIA en Santo Domingo de Eugenio Etxebeste, Antxon, jefe del llamado aparato de interlocución de ETA, se había convertido en un anacronismo absurdo desde el momento en que el Gobierno español, que había gestionado su traslado a ese país, no estaba interesado en restablecer la interlocución con ETA, y sí, por el contrario, en hacer patente que esa vía había sido definitivamente abandonada.La entrega a las autoridades españolas de Etxebeste y dos de sus compañeros de confinamiento, anunciada ayer por el ministro Mayor Oreja, es plenamente coherente con la política actual de Interior. La presencia de Etxebeste en Santo Domingo, con gastos pagados por el Gobierno español, podría ser interpretada como que, por debajo de las declaraciones oficiales, el Gobierno seguía intentando negociar con ETA. De hecho, hay declaraciones de dirigentes de HB que indican que así lo interpretaban hasta hace poco. Seguramente, Mayor Oreja ha querido dejar claro que tales especulaciones carecen de fundamento.
Eugenio Etxebeste, junto con Belén González Peñalva, Ignacio Arakama, José María Gantxegi y Juan Manuel Soares Gamboa, fueron expulsados de Argelia con dirección a Santo Domingo en abril de 1989, inmediatamente después del fracaso de las conversaciones de Argel, en las que los tres primeros, dirigidos por Antxon, habían sido los interlocutores en nombre de ETA. La expulsión se realizó a petición de España, pero el Gobierno, con Corcuera y Vera en Interior, tuvo interés, de todas formas, en gestionar ante las auteridades dominicanas la concesión a ese grupo de un estatuto especial con vistas a la eventual reanuda ción de las conversaciones. Se argumentó entonces que mantener un hilo de comunicación abierto era conveniente: para in tentar presionar a la banda en el sentido de que aceptara decretar una tregua y para tomar la temperatura de ese mundo: saber cómo respiraba la dirección etarra en cada momento, si había disensiones internas, cuáles eran sus relaciones con HB...
El caso es que hacia fines de 1993 había tal cantidad de intermediarios, mensajeros y correveidiles, cada cual con recados diferentes, que el ministro Antoni Asunción decidió cortar por lo sano y prohibir todos los contactos. Su percepción era que esa confusión sólo favorecía a ETA, que presentaba la existencia de su embajador plenipotenciario en el Caribe como prueba de la dimensión internacional del problema.
Además, para entonces, la influencia de Etxebeste en la dirección de ETA -la surgida tras las caídas de Bidart, en marzo de 1992- era mínima. Ése fue un motivo adicional, según reconoció el ministro Asunción, para que el Gobierno anunciara a comienzos de 1994 su intención de solicitar al presidente Balaguer la entrega del aparato de interlocución. La salida no llegó a concretarse, sin que se llegara a aclarar si fue por las resistencias del presidente dominicano o por el escaso entusiasmo del Gobierno español. Se dijo que uno de los factores que hacían dudar de la conveniencia de solicitar la entrega era que, no existiendo reclamación judicial alguna contra Etxebeste, tal vez podría darse la paradoja de que quien fue uno de sus principales jefes en el periodo de máxima actividad criminal de ETA quedase en pocos meses en libertad.
En todo caso, no parece aventurado suponer que el reciente cambio en la presidencia de la República Dominicana haya animado a la actual Administración española a reiterar su petición; ahora, por lo que se ve, con más éxito. De lo que nos congratulamos.
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