Finales felices
A las desapariciones de menores les acompaña siempre el eco de los finales negros. La muerte, el secuestro, la violación sacuden la imaginación y espolean a los padres en sus llamadas de auxilio. Pero la estadística muestra que en Madrid, en el 94% de los casos, los menores son hallados sanos y salvos. Y en el resto, el final casi nunca se escribe en tinta roja. Se trata de adolescentes que deciden vivir la aventura, que son arrastrados por amores imparables o simplemente que tienen ganas de olvidar las rencillas familiares. Muchos vuelven a sus domicilios pasado el tiempo y otros mandan, finalmente, alguna carta explicativa.En algunos casos, las desapariciones mueven incluso a la sonrisa. Así ocurrió en mayo de 1991 con Pedro Manuel A. O., de 10 años. El niño desapareció de casa la tarde de un viernes. Al salir iba con su perro mastín Kazán. Durante el recorrido por los descampados de Vicálvaro, el crío perdió la cadena del perro. Al regresar a casa, su padre le reprendió por la pérdida. El niño, cumplidor, salió a buscar la cadena, pero no volvió. Y los padres, asustados, presentaron la denuncia en comisaría.
Treinta agentes, apoyados con helicópteros, se afanaron durante dos días en desentrañar todas las pistas. Las hipótesis se dispararon una detrás de otra: el secuestro, el crimen, la caída a un pozo... A las 36 horas, el pequeño Pedro fue hallado bajo la cama de su padre. Allí había llegado después de pasar dos noches en la caseta de su perro Kazán. Un lugar que a nadie se le había ocurrido visitar. El niño, además, explicó que su fuga se había debido a algo tan simple como el miedo que tenía a la reprimenda de su padre por no haber encontrado la cadena.
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