Incoherencias y contradicciones
A los políticos se les suele juzgar con criterios doctrinales. Por supuesto que la responsabilidad es en gran medida suya, pues, para explicarse, y para combatir al adversario, recurren con frecuencia a esas explicaciones; y es que tenemos el que no sé si llamar vicio de aplicar a las conductas políticas criterios, digamos, filosóficos.Pero la política no es el desarrollo de una teoría, sino algo distinto, aunque se envuelva en los esplendores de una construcción doctrinal que, si se identifica con la verdad, a ser posible científica, queda mucho, mejor. Las coherencias doctrinales en la política, si se apuran hasta sus últimas consecuencias, suelen llevar a una divinización de la doctrina o de la teoría en perjuicio de los seres humanos que han de sufrir tan incómodas adaptaciones por el triunfo de la nitidez conceptual y grandiosa.
Ahí están, para recordarlo, desde Pol Pot a la Inquisición, pasando por la Revolución Cultural china, las matanzas de los gulags, los excesos asesinos o destructores de distintos fundamentalismos religiosos, y no religiosos, de puritanismos de toda laya, de iluminados implacables.
Es posible que no les venga mal a los políticos un poco de teoría; pero sobre todo, lo que necesitan son límites a su actuación, fronteras que de ningún modo pueden traspasar; por ejemplo, el respeto a los derechos fundamentales; y puede que algunas otras, como los procedimientos, los modos de hacer su trabajo, desempeñar su función. Lo que los gobernados necesitamos es que, por mucho que se empeñen en hacernos felices, los políticos, los detentadores del poder, no vulneren los límites en el ejercicio de su meritorio esfuerzo, y respeten, por tanto, los procedimientos.
Dentro de ese marco, que un político sea pragmático es más bien una bendición que un motivo de crítica. Un político es un sujeto que persigue objetivos, metas concretas, y no la realización de infalibles teorías y doctrinas; que para ello renuncia a coherencias gloriosas, pues qué le vamos a hacer. Hay que tener mucho cuidado con los críticos que pertenecen a eso que se llama el mundo intelectual. Me parece que a los políticos hay que valorarlos por sus objetivos proclamados, por el grado de cumplimiento de los mismos, y por la habilidad en sortear las dificultades que se presenten en su camino para conseguirlos, y que suelen ser muchas e inesperadas, y, repito, dentro de los límites.
En una democracia el poder es de quien lo consigue en el mercado de los votos; los políticos tienen que estar atentos a las preferencias de sus consumidores, incluso de sus caprichos; en el ejercicio de esta función previa e imprescindible es donde los políticos suelen incurrir en las incoherencias y contradicciones que sirven de base a críticas aceradas de gente que proclama su pureza ideológica y buena conciencia intelectual; pero hay que ser más bien comprensivos, pues todo ello es consecuencia de la naturaleza del mismo sistema democrático, tal como lo entendemos y nos garantiza una vida tolerable dentro del espacio fijado por aquellos límites que los políticos no han de cruzar, en ningún caso y por ninguna razón. Y hay que tener en cuenta, además, que la búsqueda de votos es tarea incesante, no se puede dejar al albur de esas "misiones" de los buscadores del poder que son las campañas electorales.
Pero la comprensión termina donde, para hacernos felices y para captar y mantener clientela, los políticos se extralimitan. Los casos prácticos se plantean a diario: dramáticamente, por ejemplo, en la política antiterrorista, en las actuaciones, declaraciones y modificaciones legislativas que implica; menos dramáticamente, porque no hay muertos por medio, en la política de información y comunicaciones, asuntos a los que tan sensibles son los políticos porque tienen incidencia directa en la formación de la voluntad de los votantes. En democracia, al funcionar, se producen tensiones cuya solución presenta con frecuencia la tentación de atajos, que rebasan los límites.
El político es un perenne buscador de votos; no se explicarían, si no fuera así, muchas discrepancias verbales en materia antiterrorista; ni la tortuosidad de las políticas de información, de gobiernos y oposiciones. Pero en la inviolabilidad de los límites está la sustancia misma de la exigencia más radical: al menos, que respeten nuestros derechos; todos.
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