El desertor
Una niña pija de corazón de oro y belleza casi divina cruzó por delante de un mendigo de ojos azules. Le dio una limosna y el mendigo a cambio le devolvió una mirada. La niña pija siguió su camino pensando que nunca había visto unos ojos tan bellos. Volvió sobre sus pasos y le dio otra limosna sólo para probarse. Esta vez el mendigo la miró con una intensidad dominadora y en el corazón de la niña prendió una llama que ya no dejó de crecer. Él estaba de pie, con la mano tendida, vestido de militar. Ella le preguntó quién era. Quería saber cualquier cosa de aquel hombre que la había subyugado. El mendiga le confesó con lengua trabajosa que era un oficial checheno que había desertado de la guerra. La niña le compró un bocadillo de jamón. Fue la primera cita y la primera vianda. A partir de entonces lo visitó todos los días y unas veces hablaban y otras sólo se miraban, pero la chica quedó muy pronto enganchada, aunque no sabía si eso que le quemaba por dentro era caridad o deseo. Después de muchos ruegos consiguió que se sentara a su lado en un banco público y allí la niña pija cogió por primera vez de la mano al mendigo checheno, Desde ese momento ninguno de los dos ocultó su pasión. Cubierto de harapos militares, aquel desertor se exhibió junto a la niña pija, vestida de Armani, en las mejores terrazas de la Castellana y ambos bailaron en las discotecas de moda durante un tiempo hasta que por fin celebraron la primera noche de amor en un banco del Retiro. No por eso el mendigo dejó de pedir limosna. Pasaba toda la jornada con la mano tendida. Al final de la tarde la niña pija lo recogía. Lo llevaba a bailar. Lo amaba en la oscuridad de cualquier parte y luego lo devolvía a la acera de Serrano donde él impartía su miseria. Un día este soldado checheno volvió a desertar. Al enterarse de que la niña enamorada le estaba arreglando los papeles en el Ministerio del Interior el mendigo desapareció. Ahora la niña lo sigue buscando por todas las calles de Madrid con lágrimas en los ojos.
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