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Sólo un gran paso

Jorge G. Castañeda

Al cabo de tantos años de crítica y lamento a propósito de las idiosincrasias electorales mexicanas, no debiera sorprenderle a nadie que los comicios del 6 de julio hayan sido halagados y aplaudidos por propios y extraños, por izquierda y derecha, por el Gobierno y la oposición, por los mercados y los comentaristas. Todos los han aclamado como. un hito en el accidentado camino mexicano hacia la democracia representativa. Estas elecciones fueron más limpias y justas que todas las anteriores; la oposición logró triunfos altamente significativos, como la elección de Cuauhtémoc Cárdenas como jefe de gobierno de la Ciudad de México y las victorias del Partido de Acción Nacional (PAN) en los Estados de Nuevo León y Querétaro: el PRI sufrió un severo debilitamiento electoral, y todo el mundo se congratuló por la "fiesta democrática" mexicana. Con toda la razón: el sistema político mexicano, autoritario y corrupto, debía haber desaparecido hace tiempo, y el grado de impopularidad y descrédito alcanzado por el PRI a lo largo de los años más que justifican su defenestración.Asimismo, después de largos periodos de una conducta por completo carente de estadismo o altura por parte de sus liderazgos nacionales -ya sean oficiales o de la oposición-, el país recibió un verdadero banquete de civilidad y visión la noche del 6 de julio. El candidato del PRI a la alcaldía del Distrito Federal reconoció su derrota en las primeras horas de la noche: el presidente Ernesto Zedillo felicitó a Cárdenas por su triunfo inmediatamente después, y el candidato malhumoriento y derrotado de 1988 y 1994 las aceptó con hidalguía y buen humor, comprometiéndose a trabajar de cerca con el gobierno federal para beneficio de los habitantes de la ciudad más grande del mundo. Los resultados de la elección en el país en su conjunto no fueron objeto de impugnaciones o cuestionamientos; no surgieron informes inmediatos de fraude o de trampas generalizadas, incluso en las zonas rurales. Los medios masivos de comunicación, y en especial la televisión, realizaron una cobertura decente y justa, si bien aún de baja calidad profesional. En una palabra, todo parece haberle salido bien a un país que ya requería con urgencia de una fuerte dosis de buena suerte.

Este guión "rosa mexicano" se justifica plenamente. Sin embargo, pasa por alto algunas sombras y dudas que pudieran comprometer el ingreso definitivo de México en una era de cabal democracia representativa. El papel de funcionarios, líderes de oposición, hombres de negocios y corresponsales extranjeros consiste en colocar acontecimientos como éstos bajo la mejor óptica posible; la misión de académicos y escritores reside en ir más lejos y en formular las preguntas incómodas. Hay varias.

La primera y probablemente más importante, se refiere a las persistentes peculiaridades predemocráticas de los comicios mexicanos. Al igual que en el caso de todos los países que emergen de regímenes autoritarios -sólo que en México llevamos 10 años emergiendo"- el énfasis del comentario poselectoral ha recaído en el proceso, no en el resultado. Todo el mundo habla de -y se felicita por- la limpieza y el carácter no cuestionado de la votación, y mucho menos por la identidad de los ganadores y de los perdedores. Ésto contrasta marcadamente, por ejemplo, con la última elección importante celebrada en el mundo -la votación francesa en mayo y junio-, donde lo importante fue quién ganó y quién perdió, así corno las implicaciones de la victoria y de la derrota para cada cual. En México, el centro de atención lo acaparó el procedimiento: el desempeño del Instituto Federal Electoral, la rapidez de la entrega de los resultados, lo certero de las estimaciones y conteos rápidos, la relativa ausencia de protestas y marchas de impugnación de los comicios. Con la excepción del, triunfo de Cárdenas en el Distrito Federal y de las victorias del PAN en los dos Estados mencionados, los resultados precisos de la elección fueron objeto de una magra mirada. A tal punto que no fue sino una semana después del día de la elección cuando se conocieron los números exactos de la elección para el Congreso, que fue la más trascendente de las que se llevaron a cabo el 6 de julio. Todo ello se entiende -así son las transiciones-, pero se presta a confusiones diversas.

Por ejemplo, gracias a la alharaca sobre el proceso, faltó acuciosidad en el. examen de los números de la elección para diputados federales. Y de hecho, a pesar de las esperanzas iniciales de que, después de casi. 70 años de predominio unipartidista, el PRI finalmente había perdido el control de la Cámara, tal vez no termine de materializarse esta eventualidad. Aunque el conteo se ha tardado en exceso, parece que gracias a los detalles aberrantes de la legislación electoral, mexicana, que entre otras cosas le brinda una sobrerrepresentación de hasta el 8% al partido mayoritario, el PRI obtendrá más de 238 de los 500 escaños en el nuevo Congreso. Junto con los seis o siete curules que consiga_un tal Partido del Trabajo -una organización "palera" propiedad del PRI y creada por Raúl Salinas de Gortari durante el sexenio de su hermano Carlos para fines políticos propios, el PRI podrá alcanzar una mayoría "funcional" o "de trabajo" en la Cámara. Tanto más si se agrega al total un par de diputados del Partido Verde susceptibles de ser convencidos, así como un . puñado de legisladores del PRD que podrían ser seducidos por las atractivas ofertas del sistema.

Más aún, dada la clara propensión de los partidos opositores por faltar a las sesiones de la Cámara de los Diputados, es muy probable que para temas claves cómo el presupuesto, las investigaciones sobre la corrupción, las nuevas reformas económicas y otras iniciativas presidenciales importantes, el PRI y Ernesto Zedillo podrán asegurar la aprobación de las mismas sin tener que negociar con el PAN o el PRD. Tal vez no se, vean obligados a recurrir con frecuencia a esta mayoría de facto; obviamente habrá más negociación que antes en el Congreso. Pero no han perdido el control, y hay toda la diferencia en el mundo entre una mayoría operativa, por exigua que sea, y carecer de ella.

Una segunda nube en los comicios de julio se puede inferir de la distribución regional de los votos. En partes del norte de la república, en la Ciudad de México y en la corona de la capital, los resultados mostraron una votación dividida: mayorías del PAN o del PRD, con el PRI en un cercano segundo lugar. El reparto de los correspondientes escaños legislativos reflejó esta proporción. Pero en los Estados más periféricos y rurales, dominados por el llamado sindicato de gobernadores vinculados al ex presidente Salinas de Gortari o emanados de fuertes cacicazgos locales, no fue así: 6 de 7 distritos para el PRI en Coahuila, 10 de 12 distritos en Chiapas, 6 de 7 en Hidalgo,11 de 11 en Oáxaca, 15 de 15 en Puebla, 6 de 6 en Tabasco, 20 de 23 en Veracruz, 5 de 5 en Zacatecas. La oposición se quejó moderadamente y registró una que otra impugnación, pero en el fondo aceptó el quid pro quo: el PRI seguiría ganando a la "antigüita" en las zonas alejadas del centro político o económico del país, a condición de que el PAN y el PRD pudiera triunfar limpiamente en las principales ciudades del país.

Por último, la euforia sobre el proceso y las victorias más significativas de la oposición en parte disimuló el consuelo del PRI. Al término de dos años y medio de la peor crisis económica en la historia reciente del país, de una catarata sin fin de escándalos de corrupción, asesinatos, cadáveres y traiciones, los "salientes" conservaron casi, el 40% del voto, una mayoría virtual en el Congreso y una perspectiva alentadora para la elección presidencial del año 2000. Gracias a la incapacidad y falta de disposición del PAN y del PRD para forjar una alianza contra el PRI y el sistema, aumentan cada día las probabilidades de una disputa entre tres o cuatro aspirantes en los comicios de fin de siglo. En una tal contienda, el tercio duro del PRI, junto con el hecho de que se trata del único partido con una auténtica presencia en todo el país, le brinda posibilidades de éxito muy por encima de lo que su pésimo desempeño gubernamental o su mala prensa sugieren.

Así que México dio un gran paso el 6 de julio, pero sólo eso. La celebración de elecciones limpias y que la oposición ocupe posiciones decisivas en el sistema político constituyen condiciones necesarias, mas no suficientes, para empezar a combatir las plagas ancestrales de la vida mexicana: la desigualdad, la corrupción, la cultura autoritaria y -durante los últimos 15 años- el estancamiento económico. Sin los comicios del día 6, el país se hallaría mucho más incapacitado para enfrentar estos retos; con dichos comicios podrá iniciar el nuevo milenio con esperanza.

Jorge G. Castañeda es Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional Autónoma de México.

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