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Raya de brujas

Antonio Elorza

Javier Sádaba oficiaba de gurú y la periodista francesa le seguía embelesada. Para abordar la cuestión vasca, explicaba el filósofo, había que entender el papel de la madre sobre un fondo de misterio. La madre, personificación de la madre-tierra, es la gran mediadora que pone a los vascos en un contacto vivo con la tierra y con sus frutos (sic), forjando su naturaleza como pueblo que tiene un fondo tierno, a partir del cual se engranan fácilmente en un orden coral, pero también una dimensión de firmeza. Así que, por su esencia, los vascos tienden ingenuamente a fundirse en un marco orgánico con una forma de expresión dura. Supuesto que la lección de euskohinduismo tenía lugar involuntariamente dentro de una emisión televisiva orientada a mostrar la identidad entre los vascos y ETA, su función esclarecedora resultaba evidente, y además, desde un nivel en principio no contaminado por la política.El programa aludido correspondía a una de las veladas temáticas elaborada por la cadena cultural franco-alemana Arte, y llevaba por elocuente título, al emitirse el 3 de julio, el de Los vascos y su combate. A lo largo de cinco horas se sucedieron documentales, una película y una breve conversación con especialistas (uno de ellos, Pedro Ibarra, con un flash posterior de Savater, excepciones al discurso dominante). Lo que había de venir quedó dibujado en las palabras de introducción de la presentadora alemana, fiel a una inclinación tan significativa como los taconazos del personaje de Billy Wilder en Un, dos, tres: la definición de un pueblo tiene lugar a partir de la singularidad biológica, reforzada por la lengua. En sus palabras, los vascos, "durante 18.000 años o más, han formado un grupo étnico diferenciado, genéticamente caracterizado por un grupo sanguíneo que les es propio". ¡Bravo, no somos hutus ni tutsis! A partir de ahí, el contenido del devenir vasco reside en la defensa de esa identidad inmutable.

El espectador encuentra ya dibujado el hilo argumental, y no es extraño que quien mejor lo exprese sea Xabier Arzalluz cuando le llega el turno de su intervención, para justificar que su meta política, por vía democrática, "es la misma independencia" que pide ETA. Ahora los años son menos, 5.000 de esencia conservada, y no se olvida consignar el peligro representado por Ias masas enormes de gentes de España" llegadas a Euskadi con el efecto de "difuminar lo vasco", pero la amenaza ha sido superada. La conclusión de tal planteamiento era extraída en otra entrevista por el actual lehendakari. En una escena antológica, incapaz de contener la satisfacción generada por el propio relato, y ante la pregunta sobre qué quedaría de España, Ardanza describe el presente y el porvenir como una secuencia de Estados felizmente rotos. Primero, Checoslovaquia en Chequia y Eslovaquia; luego, "la gran Yugoslavia de Tito"; a continuación, la URSS, de cuyo estallido salían curiosamente Hungría y Polonia, para anunciar por fin el futuro de una Bélgica que desaparecerá, emergiendo en su lugar Valonia y Flandes. Es la realidad, repetía gozoso, "real como yo mismo".

Pero el protagonista del combate de los vascos no es, lógicamente, el PNV, que tarda muchos minutos en ser presentado a los espectadores. El esquema explicativo de la sesión temática era sencillo y eficaz. Ese pueblo milenario y preindoeuropeo ha manifestado una secular resistencia a los poderes extraños. Que esta interpretación, como cuando la pusiera sobre el papel Sabino Arana, sea radicalmente falsa, no importa. En las cinco horas no hubo el menor espacio para explicar lo que era la condición política de las provincias vascas o de Navarra en el antiguo régimen, ni qué fueron el proceso de castellanización lingüística y la industrialización, ni qué contenido ideológico presentaba el nacionalismo, del mismo modo que les resulta irrelevante a los autores dar a conocer cuál es el espectro político real de Euskadi hoy, a través de su pluralidad de partidos y de los resultados electorales. Socialistas y populares vascos simplemente no existen, como tampoco Navarra, metida, sin embargo, en el mapa.

Una vez admitida esa cascada de olvidos y manipulaciones, la realidad vasca de hoy no puede ser definida a partir de la democracia vigente, ya que, según nos cuentan Eva Forest, Julen Madariaga (fundador de ETA) y un etarra anónimo a la sombra del peine de los vientos de Chillida, la tal democracia española sólo es una continuación empeorada del franquismo. La explicación se sitúa así sobre un eje bipolar: a un lado, los vascos, léase ETA, en comprensible lucha por defenderse frente al enemigo, una España identificada con Franco. Nunca hay una referencia a que también los españoles fueron oprimidos y lucharon frente a la dictadura. UCD fue un partido "de obediencia franquista moderada" (sic). En las imágenes del reportaje histórico incluido en la velada, los españoles aparecen casi exclusivamente en calidad de guardias civiles, cuando no como asistentes a una corrida de toros presidida por Franco. Sabino no lo hubiera pintado mejor. ¿Cómo no va a existir un conflicto vasco-español?

En el cuadro dibujado por los informadores de la cadena estatal franco-alemana, el resto son detalles. ¿Para qué profundizar en la relación entre HB y ETA? Tras un prólogo con retratos de presos, ilustrativos de la represión del Estado español, el portavoz de la primera resulta ser un simple defensor de un acuerdo político entre los vascos que, eso sí, tiene comunicación con ETA como con otros grupos y apoya su alternativa inequívocamente democrática. El periodista añade en off que HB está "amenazada de quedar fuera de la ley". ¿Qué piensa la juventud vasca? Para revelarlo está Jarrai. ¿Y el pacifismo? Toca decirlo a Elkarri, desde donde se corrige la falsa idea de que HB practica y defiende la violencia. ¿Secuestros? Los de los buenos tiempos en que se utilizaban para defender a los obreros. De Berazadi en adelante, nada. Sobre la borroka o los patrióticos manifestantes que gritaban "iETA, mátalos!" a los partidarios de la paz, ni una imagen. Y si se entrevista al ministro Mayor Oreja, no falta una apostilla crítica, la única del reportaje, para invalidar sus previsiones.

Con los datos proporcionados en tanta información unidireccional es difícil que los espectadores europeos percibieran uno de los pocos realmente significativos, incluido en la película de la velada, Los años oscuros: el momento en que las niñas guipuzcoanas reciben en la escuela a la recién llegada de Extremadura, con su tez de morica. Son los años cincuenta y la otorgan el calificativo unánime cargado entonces sobre los emigrantes, desde el Urola hasta la ría de Bilbao: "Eres coreana", le dicen. Al tirar de ese hilo podría haberse alcanzado otro terreno, el de un fondo de xenofobia y discriminación del otro, perfectamente ajustable a la creencia en la identidad de razas y etnias al correr de los milenios, para explicar los conflictos internos de la sociedad vasca, y la actitud intransigente y violenta de una minoría frente a la paz y la democracia.

Pero es claro que ni los au-

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tores de los reportajes ni la mayoría de los entrevistados estaban dispuestos a renunciar a las ventajas del mito. De nuevo, la intervención de Arzalluz resulta paradigmática. La esencia vasca se define desde los orígenes, con un fondo lingüístico y casi biológico, de modo que un vasco siempre reconoce a otro espontáneamente. Esa esencia, plasmada en una "forma de ser" propia, reaparece en el presente. La historia es un camino azaroso entre esos dos puntos y sólo cuenta por las amenazas que introdujo para "lo vasco": la sumisión a otros Estados, la inmigración masiva de españoles, la "participación" en otras lenguas. Toda imagen de pluralismo resulta excluida de un proyecto cuyo único núcleo es lo nacional vasco. Así que como la historia y la realidad son ingratas toca reforzar la personalidad nacional, cuya seña de identidad es el euskera, envolviéndola en los rasgos mitificados de una sociedad agraria desaparecida.

Estamos, como siempre, ante una concepción cuasi-biológica del pueblo, asociada a unas formas de expresión que reflejan un modo de vida supuestamente sencillo y virtuoso. El problema es que idealizarse a sí mismo desemboca siempre en rechazo y violencia frente al otro. Lo mostraba hace unos días un largo programa de Euskal Telebista, donde un grupo musical invitaba a los asistentes a recrear coralmente, con los cantos xaharrak, tradicionales, el idílico pasado identitario. A veces algo chirriaba, como el "Andreak [as mujeres] zorrak gaur eta gero [hoy y siempre]" del popular Andre Madalen, visión de las mujeres desde la sidrería muy poco acorde con la madre-tierra ensalzada por Sádaba y más propia en cambio de quienes golpean a las feministas en los alardes del Bidasoa. Pero al final tanta, nana y tanta canción festiva fueron a parar a lo suyo, igual que sucediera con el canto rural del adolescente bávaro en Cabaret, salvando las distancias ideológicas. Primero, dejando de lado la tradición, y con letra vasca, el Twinkle, twinkle líttle star llamaba a sacar del eclipse político a la estrella solitaria de Euskal Herria. Para terminar con el canto de movilización de los mendigoxales. Como en tantas otras ocasiones, la creación de un imaginario a partir de la mitificación del pasado acababa arrojando la máscara de la concordia y la armonía, para desembocar en un coro de acentos marciales. La sorgiñ-marra, la raya de brujas, sigue teniendo las piezas perfectamente alineadas. Y, por lo que hemos visto, listas para su aceptación por Europa.

Nota final: este artículo fue escrito antes del día 12, cuando asesinaron a Miguel Ángel Blanco. Su publicación se justifica porque el nuevo espíritu unitario de los demócratas no ha de hacernos olvidar cuanto existía en vísperas de la última tragedia.

Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense de Madrid.

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