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Tribuna
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El lirio

La brutalidad asquerosa, asqueante, del desenlace del secuestro del concejal Blanco ha sido como un puñetazo en el plexo solar de todos cuantos vamos con el lirio democrático en la mano. Ir con el lirio democrático en la mano no quiere decir que se vaya por la vida y por la historia de imbécil, sino constatar que la historia ha ensayado toda clase de instrumentos de transformación, de crecimiento o de parálisis, y el menos cruel ha sido el lirio. Hay que convenir un alto en el toma y daca de la lucha en el País Vasco para hacer balance público de la verdad y nada más que la verdad de la disputa.No es tan sencilla como para reducirla a la puerilidad autosatisfactoria de que una mafia justifica su modus vivendi matando. Desde la consolidación de la transición, los procedimientos son mafiosos, las víctimas han sido en su inmensa mayoría peatones de la historia cómodamente exterminables. Pero no es de dominio público todo lo que rodea ese combate y sólo está claro el juego a la defensiva del Estado, lo dirija UCD, el PSOE o el PP, y la pinza objetiva en el pasado establecida entre el abertzalismo pactista y el violento. Pinza no atribuible a la doblez democrática, sino a la lógica de la situación de hecho en la que terror y complicidad paisana se repartían las horas del día, los días de la semana.

¿Por qué no es ya tema de debate público a la anguitiana manera:público, público y público, el aspecto político de la salida si es que lo hay? ¿Por qué es materia reservada de Estado algo que nos puede matar mañana por la mañana, en cierto sentido a todos, en cualquier lugar de España? El protagonismo popular alcanzado el sábado reclama el pleno reconocimiento de los derechos del consumidor de terror si se le va a pedir pacien-cia democrática.

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