México lindo
La derrota del PRI en las elecciones mexicanas del domingo 6 de julio, en las que el Partido Revolucionario Institucional, que desde hacía 68 años gobernaba el país como si fuera su feudo, perdió la alcaldía de la capital y el control de la Cámara de Diputados, donde los partidos de oposición -el PAN y el PRD- tendrán la mayoría absoluta, no significa todavía el fin de la "dictadura perfecta", pero sí un paso decisivo hacia la democratización de la nación más poblada de lengua española. Se trata de un hecho de enorme trascendencia, y no sólo para México, cuya, historia puede experimentar un vuelco que acelere su modernización y desarrollo; también para toda América Latina, donde el mal ejemplo del astuto sistema de, apropiación del poder ingeniado por el PRI -el más eficaz y duradero que haya conocido la humanidad en este siglo- fue una hechicera tentación para todas las dictaduras. Varias de éstas, como las de los generales Velasco Alvarado en el Perú y Torrijos en Panamá, trataron de imitarlo, pero sin éxito, pues ninguna de ellas se resignó al regicidio ritual a que el PRI se sometía periódicamente con consultas electorales amañadas para dar una apariencia de movilidad y alternancia democráticas (en verdad, se trataba de cambiar presidentes para que el sistema continuara incólume).Dicho esto, conviene no ceder a la euforia y evaluar lo ocurrido con objetividad. Según el recuento del Instituto Federal Electoral, el PRI alcanza un 38,86% de los votos; el Partido de Acción Nacional (PAN), el 26,29%, y el Partido de la Revolución Democrática (PRD), el 25,59%. Es decir, el PRI no está muerto, sitio muy vivo y coleteando y aparece como la primera fuerza política del país. Aunque se halle en minoría en el Congreso, conserva el Ejecutivo -la presidencia y la mayoría de las gobernaciones- y su influencia en las instituciones -la Administración, los tribunales, los sindicatos, los medios de comunicación, el mundo financiero y empresarial- es todavía inmensa. Sería ingenuo pensar que, luego de este revés, el PRI, y, sobre todo, sus llamados dinosaurios, que se opusieron a las reformas liberalizadoras impulsadas por el presidente Ernesto Zedillo, se quedarán de brazos cruzados, esperando con resignación que la oposición democrática y el pueblo mexicano les arrebate o merme las cuotas de poder que conservan. Por el contrario, es previsible que las defiendan movilizando todas las armas, de persuasión, intimidación y corrupción de que disponen y que son muy poderosas.
Sin embargo, no le será nada fácil al PRI retroceder a la sociedad mexicana al pasado ominoso de la manipulación y el embauque en el que ha vivido por casi siete décadas. Una barrera mágica se ha roto, como cuando los obreros polacos de Solidaridad, en 1981, paralizaron los astilleros de Gdansk y demostraron que la dictadura comunista no era invulnerable. Decenas de millones de hombres y mujeres han tenido, por fin, la emulsionante sensación de que sus votos depositados en las ánforas no constituían una pantomima publicitaria cara al exterior -una burla periódica para plebiscitar al paquidermo gobernante-, sino una decisión libre, con consecuencias inmediatas sobre las estructuras de poder, que, a raíz de estas elecciones, quedaban profundamente reformadas. Esos votos no sólo han cambiado caras y nombres en los escaños del Congreso, las alcaldías y gobernaciones, han cambiado el sistema político y la psicología del votante mexicano, dándole conciencia de su poder y de su derecho a modelar su sistema de gobierno de acuerdo a su soberana voluntad. Quienes han gustado de ese exquisito alimento que es el ejercicio de la libertad no permitirán sin rebelarse que se les cambie de dieta, de manera intempestiva, en las futuras consultas electorales. Y ellos cuentan, además, ahora con una importante baza: una opinión internacional que ha celebrado lo ocurrido en México como una gran conquista democrática y que, sin la menor duda, seguirá de cerca la continuación de este proceso, apoyándolo sin reservas. La mejor prueba de ello ha sido la positiva reacción que estas elecciones han tenido en el mundo de los inversores, donde no se ha registrado el. menor síntoma de inquietud con lo ocurrido.
La mayor responsabilidad de lo que suceda ahora en la vida política de México recae en las dos fuerzas de oposición, el PRD y el PAN, que, sumadas, tendrán mayoría en el Congreso, pero por separado representan bancadas inferiores a las del PRI. Como es sabido, aparte de su coincidencia en la lucha por la democratización de México, las diferencias ideológicas entre ambas son considerables y, qué duda cabe, el Gobierno tratará de explotarlas a fondo y de agravarlas, porque nada favorecería más el empeño de recuperación del PRI que una lucha enconada entre sus dos rivales.
El PAN es de centro derecha, y el PRD, de centro izquierda, hablando grosso modo, como les gusta a los horribles politólogos. Eso no debería ser un obstáculo para que sus respectivas dirigencias tengan siempre presente en los meses venideros -cuando se decidirá si este principio de democratización se profundiza o más bien se estanca y corrompe- cuál debe ser la primera prioridad política para México. Ella sólo puede ser la de continuar con este proceso al que han dado tan formidable pistoletazo de partida los mexicanos que acudieron a las urnas el domingo 6 de julio. Y si hay un ejemplo que deberían tener presente es el de Chile. Allí, la lúcida identificación de la prioridad democrática llevó a las fuerzas de oposición a la dictadura de Pinochet a unirse en una alianza, que a muchos pareció contra natura, destinada a romperse por incompatibilidades ideológicas. En efecto, ¿cómo podían durar, aliados, el Partido Socialista de Salvador Allende y la Democracia Cristiana de Frei, que había contribuido de modo principalísimo al desplome del Gobierno de aquél? Sin embargo, fue posible, y aquella alianza hizo realidad el retorno de la legalidad y la libertad, y a ella se debe en buena parte que Chile sea ahora la sociedad que prospera más rápido que todo el resto. de América Latina.
Quien está ahora en el centro de todas las miradas, como el héroe de la jornada electoral del 6 de julio, es el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, flamante jefe de gobierno del Distrito Federal. Verdadera Ave Fénix, el líder del PRD, con una reciedumbre admirable, ha sabido sobrevivir a dos derrotas presidenciales (en elecciones de dudosa pulcritud, claro está), a crisis internas de su partido, a un escepticismo grande sobre su capacidad de liderazgo, y a una campaña feroz en su contra, y contagiar a sus partidarios un entusiasmo que ha premiado ese formidable 48% de los votos que le ha dado el triunfo. Enhorabuena y albricias. Con sus suaves maneras, su parquedad retórica, ha demostrado una convicción y una voluntad que le van a ser muy necesarias para montar el potro chúcaro de un Distrito Federal que está técnicamente quebrado y hacer frente a las expectativas de muchos millones de mexicanos empobrecidos que votaron por él esperando de su gestión edilicia poco menos que un milagro.
¿Tendrá el ingeniero Cárdenas la lucidez y el pragmatismo suficientes para comprender, que su éxito, a partir de ahora, va a depender de que tenga el coraje de no poner en práctica las anticuadas recetas populistas, antimercado y antiempresa privada, intervencionistas y dirigistas, que ha venido defendiendo todos estos años para marcar distancias ideológicas con el supuesto "ultraliberalismo" del PRI y de sus rivales del PAN? Si lo tiene, e inspirado en el ejemplo de un Tony Blair y los laboristas británicos, o de un Ricardo Lagos y los socialistas chilenos que lo siguen, renuncia al populismo estatista (gran causante de la corrupción y el subdesarrollo económico de América Latina), el capital interno y externo (que en estos momentos está dándole un voto de confianza), no huirá de México, como predicen sus adversarios que ocurrirá; por el contrario, acudirá a contribuir al desarrollo de un país dotado de gigantescos recursos y al que una estabilidad institucional (que sólo garantiza una democracia, nunca una dictadura) hará mucho más atractivo de lo que lo hacía la política del PRI, decidida siempre en la cúspide del poder político y huérfana de consenso social. El PAN lo ha visto muy claramente y actuado en consecuencia. Pero depende ahora del PRD y su líder que ese consenso que existe en México a favor de la democracia se amplíe, como en Chile, en favor del único modelo económico que puede asegurar, junto con la modernización política del país, su desarrollo económico. Sin éste, la democracia mexicana será precaria y vivirá bajo la amenaza del desplome. La tentación del populismo podría -como ocurrió con el Gobierno de Alan García en el Perú-provocar en el Distrito Federal una crisis y un caos que harían las delicias de los enemigos de la democratización de México e inyectarían un soplo de oxígeno al insepulto PRI.
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