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Tribuna
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Insurrección

Enrique Gil Calvo

La criminal jugada estaba diabólicamente calculada, y sus autores no dudaron en apurarla rematándola sin piedad hasta el final, pero esta vez ETA ha perdido la única partida que cuenta. Pues el pueblo vasco, unánimemente conmovido, ha decidido rebelarse airado contra tan humillante dictadura, protagonizando una insurrección cívica que le permitirá recobrar su vieja dignidad ofendida.El cálculo que se hizo ETA para desencadenar estos hechos venía motivado por el feliz desenlace del secuestro de Ortega Lara, limpiamente liberado por la Guardia Civil de Intxaurrondo, que logró detener además a todo el comando captor. Lo cual supuso el más importante éxito policial desde la caída de Bidart en 1992, cuando el entonces coronel Galindo logró detener a la cúpula de la banda. Esto era muy grave para ETA, pues en la guerra psicológica que desencadenan los terroristas, lo que cuenta no es tanto el balance de las operaciones militares como la correlación de fuerzas propagandísticas. Y en este caso, los etarras quedaban públicamente derrotados sin paliativos: tanto más, cuanto la entrada de las cámaras de televisión en el zulo sepulcral en que se tuvo sepultado en vida a Ortega Lara reveló a los cuatro vientos el estilo moral con que estos guerreros nacional-socialistas respetan los derechos humanos de sus prisioneros.

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Y ante un golpe tan fuerte para la moral de combate del mundillo abertzale, ETA sé creyó obligada a actuar con alguna equivalente reacción de respuesta, a fin de contrarrestar la desmoralización de sus bases, de cara a la campaña veraniega de quema de banderas que debiera protagonizar la alegre muchachada de Jarrai. Así que se decidió ejecutar algún inmediato golpe de mano espectacular, esperando recuperar así su deteriorado prestigio bélico. Pero como la infraestructura técnica de ETA está debilitada, las únicas víctimas a su alcance eran las indefensas, como el infortunado concejal del Partido Popular elegido en suerte. Ahora bien, los etarras sabían que con el asesinato instantáneo o el secuestro indefinido de alguien como Miguel Angel Blanco no hubieran podido cobrar nunca una publicidad equivalente a la causada por la liberación de Ortega. Así que intentaron amplificar su acción, multiplicándola con alguna clase de efectos especiales que actuasen como caja de resonancia.

Así fue como se optó por el diabólico invento de la pública vivisección, representando a cámara lenta una ejecución a plazo fijo para que surtiera efectos retardados durante tres días seguidos, como una bomba de relojería imposible de desactivar. El asesinato inmediato no les habría dejado ser noticia más que un sólo día. Pero la vivisección en carne viva, en un patíbulo erigido en la plaza mayor del pueblo vasco, les permitiría ser portada entera de primera plana durante tres días seguidos sin solución de continuidad. Todo, con la esperanza de provocar ese sacrílego horror colectivo que obtenían los jacobinos de la revolución francesa guillotinando aristócratas en el cadalso público del terror revolucionario.

Pues bien, acertaron al pronosticar la magnitud de la noticia, pero fracasaron al adivinar el sentido del efecto provocado. Es cierto que para su ejecución a cámara lenta lograron convocar a todas las cámaras de televisión, que la transmitieron en directo con emocionado horror. Pero lo que nunca podían esperar es lo que con ello consiguieron en realidad: la insurrección de los vascos contra su tiranía criminal. Estos tres días han significado un ejemplo de la fábula del aprendiz de brujo, pues ETA ha puesto en marcha fuerzas incontrolables que se han rebelado contra sus designios, obteniendo exactamente lo contrario de lo buscado. En lugar de amedrentamiento, insurrección popular de los vascos. Y en lugar de enardecimiento de las bases sociales abertzales, condena pública de HB, contra la que el pueblo ha dictado veredicto de ostracismo civil. De este modo, la pasión y muerte de Miguel Ángel Blanco no ha resultado en vano.

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