Protección
He leído con atención el reportaje dedicado en este periódico por Ritama Muñoz-Rojas al plan de protección de locales madrileños antiguos o singulares puesto en marcha por el Ayuntamiento. España es, ha sido y me temo que será un país iconoclasta, y el hecho de que las instituciones traten de corregir tan deplorable tendencia resulta reconfortante, acaso, sobre todo, porque la destrucción del patrimonio histórico no ha sido privativa del populacho, sino también, por acción u omisión, de las propias instituciones. Así que un aplauso muy fuerte y sonoro para nuestras autoridades municipales por tan ejemplar medida...Y ahora con la venia, unas bonitas comparaciones odiosas: no sólo en Londres, sino hasta en los más minúsculos pueblecitos de la campiña británica, una taberna es un "templo del humano vivir", igual que aquí, pero con la enorme diferencia que supone el haber sido tratada.como tal, respetada en sus singularidades, conservada para la posteridad. En consecuencia, no resulta para nada insólito el hecho de tomarse una cerveza o un whisky en tascas de los tiempos de Dickens o del doctor Johnson, de los tiempos de Shakespeare o Marlowe, incluso de los tiempos del viejo y rijoso Chaucer. Ese drink, esa copa, nunca viene sola, nunca puede resultar banal: con ella estamos trasegando historia, cultura, tradición. Evocamos, o, lo que es más, nos codeamos con el pretérito pluscuamperfecto de figuras que destacaron en el. devenir de sus existencias como pintores, músicos, escritores, actores; figuras que rompieron la barrera del sólito anonimato humano y nos resultan tan familiares y amigas como si fueran coetáneas nuestras. Ellos, perdurables, sí que merecen con toda justicia el apelativo de "famosos" -¿quién recordará a Rocíto dentro de cuatro siglos?-, y nosotros, pobres mortales contemporáneos, nos encendemos en su taberna predilecta, con la luz refleja de su gloria. Mientras que en Madrid, ¡ay!, nos llama la atención encontrar una tasca con 50 años de existencia. Tasca que, además, se habrá entregado seguramente con entusiasmo a los tubos de neón y la formica, los guiños, gorgoritos y musiquillas pachangueras de las máquinas de juego, las expendedoras automáticas de tabaco que hablan y demás enriquecedoras conquistas de nuestro tiempo. Y quien dice tabernas dice tiendas. ¿Dónde fueron a parar aquellas pañerías del Madrid galdosiano en las que "hilaba la hebra" el beatón de Estupiñá? ¿Y las reboticas, con sus exaltadas tertulias, donde se pasaba revista a todo? Demos la bienvenida al plan, sí, pero reconozcamos que llega después de siglos de "incuria liberal", que diría el otro. Destoquémonos con reverencia ante el hecho milagroso de que existan aún en Madrid 1.894 locales comerciales dignos de protección, más ¿a qué negociado iremos para que nos devuelvan la Posada de San Pedro, el Mesón del Segoviano y tantos otros símbolos del Madrid que fue?
No menos lícito resulta preguntarse qué tipo de protección es la acertada. Según el cuidado reportaje a que aludo, los beneficiarios ven en ella "inconvenientes", e incluso "una carga añadida". En Chicote, el del "agasajo postinero", toda una luminaria en la larguísima posguerra madrileña, ni siquiera se habían enterado de su suerte cuando llegó la reportera.Ni en la mercería El Botón de Oro. Ni en la alpargatería Antigua Casa Crespo. Interrogado sobre esta anomalía don José Ignacio Gómez Cuesta,el gerente del plan, se limitó a responder: "El plan se expuso al público para que se presentaran alegaciones". Y "es imposible notificar un plan general persona a persona". Pero, hombre de Dios, si no se les comunica a los interesados, ¿quién va a alegar? Y otra cosa: ¿por qué es "imposible" la notificación personal? ¡Si son sólo 1.894! ¿Cuántas multas de tráfico llegan en Madrid correcta y nominalmente a sus destinatarios, y no sólo a casa, sino a las respectivas cuentas corrientes de los sancionados?
Y el señor panadero de León, 25 está en un brete. El plan protege su mostrador de mármol, Sanidad le, ordena reemplazarlo por uno metálico, la reparación de aquél es dificil y costosa, pero nadie se la subvenciona... En fin, que, se ponga como se ponga, se la carga el hombre. De modo que aplauso, sí, pero a ser coherentes, ¿eh?
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