El congreso de la derrota
La votación de los nuevos órganos de dirección del PSOE, trabajosamente negociados durante dos días por los cabezas de delegación, los barones y los notables del partido socialista, clausuró su 34º congreso. Los métodos democráticos ofrecen la enorme ventaja de sustituir la laxitud retórica de los argumentos por la precisión aritmética de los cálculos para dirimir conflictos; las votaciones celebradas durante la mañana del domingo demostraron que el 89% de los delegados respaldaba la propuesta de Comité Federal y el 73% la lista de la Comisión Ejecutiva. El 27% de papeletas en blanco registradas en la votación de la ejecutiva no es despreciable; quienes denunciaban las unanimidades aclamatorias de anteriores congresos del PSOE disponen ahora de una buena oportunidad (diez a uno a que la desaprovechan) para aplaudir el pluralismo interno de los socialistas. Pero la lucha librada en torno a la continuidad de Guerra como vicesecretario, la inesperada renuncia de Felipe González y el escaso tiempo concedido a los delegados para ponerse de acuerdo sobre su sustituto hacían inevitable el surgimiento de una minoría de protesta, que bien hubiera podido ser aún mayor y situarse entre el 30 y el 40%.El 34 Congreso del PSOE se ha celebrado después de su primera derrota electoral a escala nacional desde 1979. Habría que remontarse dieciocho años atrás, esto es, al tumultuoso 28º congreso, para encontrar un clima emocional comparable; en este caso, además, el desaliento y la frustración causados por el tropiezo ante las urnas estaban exasperados por los sentimientos de privación del poder, las luchas intrapartidistas entre guerristas y renovadores iniciadas en 1990 y la difusa mala conciencia provocada por los escándalos de corrupción y de guerra sucia atribuidos a los trece años de Gobierno socialista. Así pues, el 34º congreso se enfrentaba con problemas aplazados durante años por el éxito electoral, entre otros el bloqueo del poder en la cúpula dirigente; aunque los delegados no hayan resuelto tales problemas, al menos no los han agravado y tal vez hayan abierto el camino para resolverlos.
El 3º congreso ha sido el campo de batalla de una pugna entre constelaciones de intereses -movidas por lógicas diferentes- en busca de compromisos capaces de armonizar las pretensiones propias con las exigencias ajenas. Como era inevitable, el resultado final no ha satisfecho plenamente a nadie pero tampoco ha provocado rechazos absolutos; con excepción, claro está, de los guerristas, cuya campaña extorsionadora para unir para siempre los destinos del secretario general y del vicesecretario se volvió en su contra tras la dimisión de Felipe González, que arrastró a Guerra y a sus seguidores fuera (le los órganos de dirección.
La composición de la nueva ejecutiva trata de mantener en equilibrio las exigencias particularistas de los poderes fácticos regionales y el momento integrador de los órganos centrales del PSOE y del grupo parlamentario. El nuevo secretario general, Joaquín Almunia, es casi una foto-robot de esa segunda oleada de militantes antifranquistas que se afiliaron al PSOE refundado en el Congreso de Suresnes en 1974 y que muy pronto se vieron situados en la cima del Estado; otros secretarios del reducido núcleo duro de la Ejecutiva Federal (como Eguiagaray, Lerma, Leguina, Pérez Rubalcaba y Jáuregui) comparten con Almunia (ministro de Trabajo y Administraciones Públicas entre 1982 y 1991, portavoz parlamentario desde 1995) los rasgos de una generación marcada por la doble experiencia de la oposición política y sindical a la dictadura y del ejercicio del poder (central o autonómico) en la democracia. Ciprià Ciscar, reelegido número tres del PSOE como secretario de organización tras su monumental bronca con Guerra, es acreedor de esa insignia roja del valor que merecen las personas de apariencia física frágil y fibra moral vigorosa capaces de resistir los ataques sin descomponer el gesto: algo así como el abogado Rainsom Stoddard, el inolvidable personaje interpretado por James Steivart que logró pacificar la tumultuosa ciudad de Shimbone en la película de John Ford titulada El hombre que mató a Liberty Valance.
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