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Tribuna
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Un actor devorado por su personaje

Alfonso Guerra ha muerto devorado por su propio personaje. Un personaje que pretendía representar "un obstáculo para la derecha" y que, por tanto, merecía permanecer siempre en escena, porque era el guardián de las esencias. Aunque una vez en el Gobierno no se distinguía el izquierdismo en su forma de ejercer el poder, salvo que fuera una característica izquierdista acumular poder y pugnar porque otros no lo tuvieran. Un personaje, el que se ha ido construyendo, que pretendía simbolizar la pureza, hasta el punto de que sus compañeros han echado de menos su talante combativo y su agudeza cuando el PSOE ha tenido que afrontar el caso Filesa, en el que está imputado uno de sus hombres de máxima confianza, Guillermo Galeote; y cuando ha tenido que hacer frente a la investigación, y a la manipulación, del caso GAL.Guerra empezó a pagar el coste del personaje que se había fabricado cuando se fueron acumulando, y produjeron saturación, sus frases sarcásticas, agudas muchas veces pero a menudo desmesuradas. Luego, quedó descolocado cuando tuvo que salir del Gobierno, al cabo de un año del caso Juan Guerra, porque Felipe González le emplazó a asumir las responsabilidades políticas que él no había asumido voluntariamente. Guerra pensaba que era injusto, y en cierta forma lo era, tener que salir por la puerta trasera, después de haber sido uno de los artífices de la reconstrucción del PSOE y del pacto que sacó adelante a la Constitución. Pero su desentendimiento del abuso de poder que practicó con su hermano Juan fue uno de los primeros ejemplos de que los socialistas no estaban dispuestos a pagar por sí mismos sus errores.

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Guerra había ejercido el poder como vicesecretario general con una intransigencia y una arbitrariedad que denunciaron públicamente algunos de los socialistas que han podido entrar en la ejecutiva federal cuando él ha salido.

El desentendimiento de González de las tareas internas de partido puso en sus manos una enorme capacidad para organizar y para hostigar a quienes no le eran afines. Uno de los ejemplos de su eficacia que pasará a la posterioridad quedó plasmado en la noche del 28 de octubre de 1982: anunció antes que el Gobierno los resultados electorales con absoluto acierto. Orgulloso de su equipo electoral, puede exhibir en su haber la realización de todas las campañas de las elecciones en que el PSOE ha ganado por mayoría absoluta, si bien es verdad que las campañas que no ha dirigido han coincidido con el período en que el PSOE ha empezado a pagar todas las facturas pendientes.

Al abandonar el Gobierno, en febrero de 1991, se sumergió en un distanciamiento expresado a través del silencio. Después, intentó recuperar su papel a través de declaraciones que perseguían ser un referente de izquierda, pero que a menudo obligaron a González a establecer matizaciones, y que trataban de recordar lo mucho que había hecho por el partido, lo que no dejaba de ser una manera de señalar la deuda que había con él. "Cuando he dicho cosas fuertes, ha habido miles de personas que se han escandalizado y millones que estaban de acuerdo. (...) Pienso que alguna utilidad habrá tenido mi manera de ser", declara en octubre de 1991.

Justo un año después, Felipe González se sentía obligado a advertir en un mitin que si en algún momento se quedaba en minoría en el PSOE "no podría tirar del carro de la mayoría". La complementariedad de ambos iba tocando a su fin. En marzo de 1994, Alfonso Guerra pedía la recuperación del diálogo con los sindicatos, afirmaba que suponía un riesgo la alianza del PSOE con Convergència i Unió -"se puede utilizar unos votos como permanente presión sobre la gobernación de España"- y exigía disciplina y solidaridad en las filas socialistas.

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Unos meses después, en enero de 1995, su actitud política tenía un horizonte claro: formar parte del equipo en el que se decidiría, cuando fuese, la sucesión de Felipe González. En ese momento no apelaba a que esa decisión debía ser tomada por los militantes. Probablemente por eso se resistía a quedar apartado ahora de la vicesecretaría general. Porque intuía que la sucesión estaba cerca. Pero, a pesar de sus dotes de hombre de teatro, no contó con que Felipe González iba a retirarse de la escena y a dejarle, en consecuencia, sin papel. A Guerra le abandonó el poder progresivamente, aunque él, en las navidades de 1990, realizó un golpe de efecto para hacer ver que era él quien abandonaba al poder. Cuando aún no se sabía públicamente que iba a dimitir, pero González ya se lo había exigido, repartió, a modo de felicitación navideña, estos versos de Luis Cernuda: "Donde habite el olvido/ en los vastos jardines sin aurora;/ donde ya solo sea/ memoria de una piedra sepultada entre ortigas/ sobre la cual el viento escapa a sus insomnios".

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