_
_
_
_
_

El otro,"Jardín de las delicias"

Una pintora japonesa dedica cinco años a la única tarea de copiar la obra de El Bosco

Alguien le dijo a Mariko Umeolca, una pintora japonesa que llegó a España por culpa de sus inquietudes profesionales, que resultaba un poco raro el que una artista sencilla, normal y corriente como ella se alojara en el hotel Palace. Y Mariko, que por aquella época iba todos los días al Museo del Prado, obedeció a su amigo y se compró un piso. Cuenta esta artista que le daba tanto miedo la calle, los madrileños y que lo pasaba tan mal por no conocer el idioma y las costumbres españolas que decidió convertir este hotel de lujo en su refugio.Pero el mérito de Mariko Umeoka no es haber dejado a la familia, su marido y una forma de vida tradicional, aristocrática y cómoda en Japón para estudiar el arte español. El verdadero mérito de esta pintora es haber dedicado cinco años de su vida a la tarea única de contemplar, estudiar y pintar El jardín de las delicias, el famoso tríptico de El Bosco que se halla en el Museo del Prado. El resultado de este concienzudo trabajo se expone ahora en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, Es una copia exacta a tamaño natural del original. Aunque los críticos digan que ha conseguido crear un jardín del budismo zen.

Mariko entraba en el Prado a la hora de la apertura y salía corriendo con los bártulos a cuestas cuando sonaba el último de los timbres que avisan del cierre del museo. Tanto se entregó a esta labor que sólo se permitía ir al servicio una vez, la de después de comer: porque los copistas disponen de un tiempo limitado delante de un cuadro. Nada de amigos ni de salidas. Desde noviembre de 1989 hasta el 21 de octubre de 1994, Mariko se prohibió todo ocio que alejara su mente de El Bosco y su famosa obra.

¿Por qué El jardín de las delicias? La artista japonesa es parca en palabras. Tímida y sonriente contesta: "Llegué a España en busca de alguna salida a la crisis de mi pintura. Cuando vi este cuadro, sentí la llave de abrir la puerta de algo, no sé de qué". Un dato a tener en cuenta es que Mariko contaba con cierto prestigio en su país antes de emigrar.

Hasta prismáticos llegó a utilizar para captar todos los matices que encierra esta obra del siglo XVI llena de simbolismo. "No todo el mundo es capaz de ver el cuadro", dice. Si era necesario, Mariko empleaba dos semanas en dar la expresión que ella consideraba correcta a una de las diminutas caras del cuadro. Por la noche, cuando llegaba a su casa (un piso al que le puso suelo de porcelana para evitar que el polvo de la antigua moqueta se topara con su obra), le dolían las piernas. Diez horas de pie son muy duras y Mariko no se sentaba: no fuera a ser que el cambio de perspectiva deformara su trabajo.

Tuvo también sus problemas a la hora de pedir los permisos necesarios para plantarse delante de El jardín de las delicias y reproducirlo. Principalmente, porque el plazo que se concede a los copistas para cada cuadro (o para fracción del cuadro si es grande) son dos semanas y ella estuvo cinco años. Hizo, deshizo y rehizo algunas partes ante el estupor de los que conocían su empeño. "Lo quería perfecto. Era una pena borrar, pero había que empezar otra vez", afirma.

Dice también que no entraba en sus planes enseñar su copia a nadie, porque le daba vergüenza. "Era mi ejercicio secreto", aclara. Como tampoco entraba en los planes de su madre tener una hija entregada al arte y a la vida bohemia. Ella había educado a Mariko para que fuera "una gran senora", tal y como explica la artista. Aun así, fueron sus padres y su propio marido los que apoyaron (y financiaron) el capricho de Mariko, que ahora no tiene reparos en reconocer que se siente satisfecha de la copia que ha logrado. Incluso tiene ya algún novio que pretende. adquirirla y que nunca lo conseguirá, porque Mariko no la vende.

Su Jardin de las delicias se muestra estos días por primera vez al público. Y, de momento, ya tiene concertadas exposiciones en Viena, Nueva York y Tokio. La última de las anécdotas de este cuadro es la de cuando, por fin, estuvo acabado el segundo Jardín las delicias: ni siquiera entonces Mariko Umeolca se permitió un capricho especial. Salió corriendo con el tiempo justo para comprar un billete de avión a Viena. Tenía que viajar al día siguiente para hablar de una futura muestra. -

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_