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Tribuna
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Pensamiento único

Fue uno de los debates del estado de la nación más decepcionantes, porque Aznar hizo de Aznar, Felipe González va de estadista en vacaciones y a Anguita el presidente del Gobierno le obsequió con la condición de entrañable, inofensivo socialista utópico. El drama de Anguita es que ha acabado asumiendo la imagen que los demás le han construido y su discurso ya no puede agredir. O bloqueado por los medios de comunicación hostiles o instrumentalizado por los falsamente proclives, sin medios propios, Anguita no tiene espejo en que mirarse, donde comprobar su propio sistema de señales. Cualquiera que se tome la molestia de leer lo que propone descubrirá que no pretende imposibles, que se atiene a la lógica de un socialismo radical y pedagógico, pero el cómo lo dice, ahí está el detalle. El continente de Anguita lo neutraliza y esteriliza el código receptor de la posmodernidad. No es de recibo, para decirlo en cheli de master gilipollas.Pero González, ése, es el problema real de la izquierda. No sólo dejó que Aznar saliera vivo del debate, sino que lo entronizó como gestor económico y no fue a por sus puntos debilísimos. Por cumplir no sé con quién, González pasó sobre la guerra de las televisiones como si pisara huevos, tampoco sé de quién. Ni siquiera arremetió contra los dislates culturales y educacionales, contra ese tufillo a regresión y poquedad mental que emana del intelectual orgánico colectivo gubernamental y sobre la rebelión de los fiscales. González, en el fondo comparte el gesto de autoridad del Gobierno porque cree en la autonomía hegemónica del poder ejecutivo y en el largo brazo de ese poder más allá del ángulo de visión de la ciudadanía y de injerencias restrictivas de los otros poderes. En el Parlamento, discurso único, pensamiento único sobre el irrelevante estado de la nación.

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