Espejismo o realidad
El debate sobre el estado de la nación ha decepcionado a los críticos taurinos que ejercen de analistas políticos. ¡Buena señal! El que nadie recurra a la cuchillada trapera y que se hable de cosas realmente importantes y no de chismes personales es un síntoma de progresiva normalidad institucional. Los contenidos mismos, concurrentes o dispares, y lógicamente no exentos de tensión, resultaron discretos y semejantes o mejores a los de otros debates parlamentarlos en la zona templada norte. Incluso el hecho de que las intervenciones, sin práctica excepción, destacaran por su correcta medianía revela un equilibrio que es garantía de estabilidad.El balance, en consecuencia, fue positivo para todos. Para quienes pudieron, así, lucir partidas, indudablemente brillantes, de su balance; para quien pudo demostrar su talla de estadista; para quienes tenían que acreditar, ante su electorado y ante el resto de los españoles, una difícil mezcla de coherencia y responsabilidad. Para la serenidad pública, en fin. Y basta para demostrarlo imaginar el efecto que hubiera tenido, en la opinión interior y exterior, un debate desgarrado de tenores y jabalíes, como fueron los últimos habidos sobre el estado de la nación en la pasada legislatura.
Por una parte, es lógico que el debate fuera así de tranquilo y resultase así de positivo, porque tranquila y positiva es la situación real de la sociedad y la economía española. Que los políticos se hagan eco fiel de la ciudadanía no es sino una de las exigencias de la democracia y ello vale no sólo para el contenido del discurso político, sino para su acento y talante. Y, lógicamente, a unas circunstancias de estabilidad institucional, paz social, bonanza económica, coalición satisfecha y consenso en muchos campos otrora polémicos -v.gr. la lucha antiterrorista- es lógico que corresponda un análisis sosegado del estado de la nación.
Hasta aquí la interpretación optimista del debate, su estilo y contenido. Pero ahora toca hacerla realidad y destacar versiones más sombrías porque ni lo que dijeron los dirigentes políticos en el Congreso ni, sobre todo, cómo lo dijeron se compadece con sus preocupaciones y actitudes cotidianas ni con lo que de ellas salpica a la actualidad. nacional. De ahí que muchos ciudadanos no creyeran verdad lo que escuchaban o veían y dejaran de prestarle debida atención
Y si es mala la esquizoidea, que tantas veces he denunciado, entre la pacífica realidad social y las favorables condiciones objetivas, de un lado, y los discursos tremendistas, de otro, no conduce a parte alguna interrumpir el tremendismo con discretos intervalos de mesura. Las palabras adquieren valor en su contexto discursivo y fáctico. Si el primero es agresivo, hasta las más suaves expresiones se vuelven amenazadoras. Si el segundo es incoherente, no infunden confianza a quienes se sienten, por una u otra razón, hostigados. Por ejemplo, y se podrían poner otros muchos más, no se puede ofrecer consenso para mañana y remitirse a la justicia para el ayer cuando todos los días se invoca como instrumento político la supuesta agenda judicial del adversario. Cambiando de tercio, la mesura del presidente debiera ir acompañada de acciones gubernamentales, pacificadoras de una serie de conflictos, innecesarios cuando no lesivos para el interés personal.
El debate de la semana, que contiene elementos tan positivos como ofertas de consenso, no siempre pero en algunos casos coincidentes entre Gobierno y oposición, el propósito de empeños comunes y el esbozo de un calendario electoral, podría y debería ser el punto de arranque de un mejor modo de hacer política en España. Depende de que las palabras se acompañen, por parte de todos, de hechos. Ahí está la clave para que lo que ha resultado ser un oasis de cordura sea espejismo o realidad.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.