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La pasión del macho

El pasado viernes, un macaco fue separado de su hembra en una finca de Getafe, dedicada a la cría de animales para televisión. El macho se sintió pronto tan desgraciado que abandonó el recinto, atravesó un descampado, saltó una valla, cruzó las vías del tren y se encaramó hasta la punta de una torre de alta tensión, a 30 metros del suelo. Allí se mantuvo durante días con la vista paralizada en el horizonte, solitario, absorto, sin beber ni comer. No se conoce el caso de una hembra que haya reaccionado de manera equivalente. Las hembras producen casos conmovedores de entrega y sacrificio por sus crías pero es muy infrecuente que impulsos pasionales les conduzcan hasta la pérdida del juicio o la inmolación.Casi a diario, los crímenes pasionales que recogen los periódicos son obra del género masculino. No puede inducirse que las mujeres carezcan de esta pasión, criminal o no, pero la controlan" a lo que se ve, con mucha entereza o disciplina. Raramente se registra el caso de una despechada que muera o mate por amor. Más bien cuando las mujeres asesinan a sus esposos es por odio. Mientras los hombre disparan o acuchillan al sujeto de sus sueños en la exasperación de no haber podido hacerse con ella, las mujeres los envenenan para deshacerse de ellos. Unas veces es porque no los soportan más. Otras, como también acaba de ocurrir en Getafe, porque además de haberse hartado del marido piensan hartarse con el seguro de vida.

Los supuestos de violencia psíquica o física dentro de las parejas son tan surtidos que no se acabaría con la enunciación pero hay un signo repetido de desequilibrio en las pulsiones de unos y de otras que es más que una cosa de macacos. También en Madrid, la policía detuvo anteayer a un señor de 70 años que el sábado anterior había degollado a una limpiadora de Argüelles porque se negaba a aceptar relaciones sentimentales. La limpiadora tenía 63 años y, con todo su derecho, no quería ceder a su amor. Matándola, el septuagenario asesino no lograba hacerla suya; sólo demostraba hasta, qué punto su amor lo había enloquecido. En gran parte de estos casos, tal como alecciona la sección de sucesos, el asesino corona después su tragedia arrojándose por un puente o descerrajándose un tiro. Sin el cuerpo de la otra, su propio cuerpo ya no le sirve para nada.

Bueno, malo, ancestral, el amor sexual desquicia a los hombres mucho más que a las mujeres. Muchas revistas del corazón, muchas novelas románticas, muchos suspiros en el cine, pero al fin para quien la pasión no es simple literatura es para los hombres. En ello se juegan su destino por encima de las mujeres y en contra de la copiosa mitología en sentido inverso. Con la pasión desbocada algunos hombres hacen de las mujeres cadáveres degollados, cuerpos agujereados, seres muertos, pero también, con su codicia producen a diario personas muy vivas. En las asimetrías de la pulsión sexual, para bien o para mal, las mujeres disfrutan la mejor parte; la parte de sentirse solicitadas por un deseo incomparable.

No importa lo que haya cambiado el mundo: quienes se juegan su posición, su carrera, su fortuna o su familia por amor son ante todo los hombres. Quienes se suicidan por amor son mayoritariamente hombres. Sólo en el amor prohibido o imposible pueden sucumbir los dos, pero incluso en el supuesto de Romeo y Julieta, él se suicida artes. En las historias de despecho, pocas veces toma ella el camino decisivo de la muerte: matándose o, matando sin control. La potencia de su amor pasional no asciende tanto) como para escalar la torre del macaco. Su apego a la vida -a la vida que han recibido, a la que dan o a la que se darán después-, resiste mejor los desapegos del corazón. Hay excepciones pero son efectivamente eso. En general, según demuestran los hechos, la pasión que el hombre suscita en una mujer dista mucho de la extrema pasión que la mujer puede encender en un hombre.

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