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Alá y Confucio

Andrés Ortega

Irán, Turquía, Argelia, etcétera. Cuántos lugares despiertan preocupación por su abierto o creciente islamismo. Mas, estos países tienen poco en común: persas, otomanos y árabes suelen ser como el agua y el aceite, incluso dentro de una misma religión. El islam no es un monolito; tampoco eI llamado integrismo islámico; y sólo un mal ajuste de las lentes de la guerra fría enfocadas para ver a un único enemigo tentacular, nos provocan una ilusión contraria. El islam no tiene centro. Ortega y Gasset lo calificaba de "magma",Sin duda el islam, o los islam, no han pasado ni por lo que nosotros entendemos por separación Iglesia-Estado, ni tampoco han pasado los Estados islámicos confesionales, extremos o no, por una fase de democratización política plena. No conviene olvidar, sin embargo, que eso que hoy nos suena natural de la democracia cristiana es un conjunto de movimientos cuyos dos vocablos no han casado hasta, bien recientemente en términos históricos. No obstante, el final, que en un golpe frío están exigiendo los militares, de la experiencia de participación del islamismo político en el Gobierno en Turquía, puede hacer retroceder este tipo de experimento, y llevar a los integristas a mayores extremos. O hacer creer que la solución frente al islamismo militante sea la que Zerual ha fabricado para Argelia: es decir, una democracia limitada y vigilada, y acompañada de crímenes de Estado en respuesta a una violencia brutal cuyo origen se encuentra, justamente, en la represión de algún islamismo.

Dentro de la pluralidad musulmana, en Asia se encuentra un modelo de islam que no por menos islamista ni conocido resulta menos interesante; un islam no reñido con la modernidad. Malaisia es un Estado islámico, donde impera la ley islámica. Pero que intenta reconciliar a Mahoma con Confucio, y con otras tendencias más modernas.

Anwar Ibrahim, viceprimer ministro malaisio, lector de Ortega y Gasset, busca en su país la simbiosis entre Oriente y Occidente, desde el islam. En un libro titulado The Asian Renaissance (El renacimiento asiático) describe a estos malaisios islámicos como cosmopolitas, tolerantes y abiertos a la diversidad cultural. Lo que para este político diferencia a los musulmanes del sureste asiático de los de otras partes del mundo son sus prioridades: el bienestar económico de sus hijos y mujeres antes que el ideal del Estado islámico; y, sobre todo, el énfasis en la educación, valor al alza en los últimas décadas en Asia: "En ninguna otra parte del mundo musulmán contemporáneo ha habido mayor énfasis en la educación de niños de ambos sexos", afirma. Esta educación se da a través de la escuela pública, y también de los programas educativos masivos que, para chicos y chicas, llevan a cabo organizaciones islámicas. Anwar Ibrahim recuerda que en esa parte de Asia, el número de pobres ha caído en los últimos años, mientras ha aumentado en África. "La equidad sólo se puede asegurar a través del crecimiento", afirma.

Hay normas islámicas aún vigentes en Malaisia que chocan con la mentalidad y valores occidentales, desde la ropa de las mujeres, a la poligamia. Pero si éste es un islam tolerante, señala Anwar Ibrahim, es quizá porque llegó a esas tierras por mar, con los mercaderes, y no en la punta (te las espadas de soldados invasores: "La conversión fue por elección, no por imposición". Lo que puede explicar que este islamismo malaisio no se constituya, contrariamente a otros -aunque no todos, como es el caso del turco-, como reacción al colonialismo.

Malaisia no es una excepción; sino otro modelo. Puede así resultar que, en contra de las tesis de Samuel Hurtington, no sea el islam, el problema, sino que la fachada musulmana, especialmente cuando se fanatiza, esconda una actitud, ante todo, antioccidental, tal como la entendemos, desde nuestra superioridad. Frente a Huntington, Ibrahim defiende una "convivencia global", utilizando el sustantivo español, y pide para que tenga éxito, que el encuentro entre Asia y Occidente sea entre iguales.

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