La educación sentimental
La intervención con la que, el presidente del Gobierno abrió ayer por la mañana el pleno sobre el estado de la nación fue un discurso aseado, encogido y obvio, más adecuado para un telonero del debate que para su principal estrella; no es preciso confundir el rigor con la minucia, la seriedad con el aburrimiento y la firmeza con la terquedad. El contraste entre las encendidas denuncias lanzadas por Aznar desde la tribuna como líder de la oposición durante la anterior legislatura y su mortecino recitado de ayer como jefe del Ejecutivo es probablemente la consecuencia de dos perspectivas de observación de la realidad casi opuestas; de añadidura, el libelo injurioso es un subgénero literario al alcance de cualquiera mientras que las rendiciones de cuentas necesitan ser contrastadas con los hechos.El primer debate sobre el estado de la nación convocado por Aznar se ha producido 13 meses después de su investidura presidencial: un momento dulce que permite al Gobierno del PP endosar a los socialistas la responsabilidad de todas las sombras de la situación y apropiarse de todas las luces del paisaje. Los trece años largos de Gobierno de Felipe González están siendo abusivamente esgrimidos -una vez descontados sus aciertos- contra el RSOE; a medida que transcurra el tiempo, sin embargo, la estrategia de exportar hacia el pasado los fracasos del presente irá perdiendo eficacia, sobre todo si el PP utiliza esa ventaja temporal paraamenazar con la cárcel a la oposición socialista. En el entretanto, el Gobierno podrá jugar con la superioridad táctica de esos equipos que marchan por delante en el marcador y que se a atrincheran atrás para lanzar a sus puntas y carrileros al contraataque.
La prerrogativa atribuida por el Reglamento del Congreso al presidente del Gobierno para fijar la agenda del debate y tener la última palabra en los cruces de argumentos o dicterios con los portavoces parlamentarios es un arma de la que Felipe González dispuso durante 13 años y que ha pasado ahora a manos de Aznar. El desarrollo del Pleno celebrado ayer puso de relieve las dificultades del secretario general del PSOE para acomodarse a la nueva situación y familiarizarse con el manejo de los tiempos y de las cadencias correspondientes a los turnos de la oposición; los fallidos esfuerzos por equilibrar sus ofertas de colaboración sobre políticas transversales (Estado de las autonomías, construcción europea, lucha contra el terrorismo y administración de la justicia) con las críticas a la gestión del gobierno de Aznar (desde la educación y la sanidad hasta sus intromisiones inconstitucionales en el campo de la comunicación) restaron claridad a su discurso.
Tanto Aznar como González hicieron esfuerzos -no siempre logrados- para rebajar el desagradable tono de agresividad incivil que ha venido caracterizando desde hace meses las relaciones entre el Gobierno y la oposición. No es verdad que dos no riñen si uno no quiere: la culpa última de ese sofocante clima de crispación corresponde a los ministros del Gobierno y a los dirigentes del PP que acusaron de prevaricación a los antiguos responsables socialistas del Ministerio de Hacienda por haber perdonado supuestamente 200.000 millones de pesetas en impuestos a sus amiguetes y que enviaron a Felipe González cariñosas tarjetas postales sobre sus vinculaciones con el terrorismo de bodeguilla (como el vicepresidente Álvarez Cascos) o su terrorífica agenda judicial (como el secretario de Estado Rodríguez). Aunque sea difícil mandar sobre las propias emociones, valdría la pena que los políticos españoles tratasen de mejorar su educación sentimental para alcanzar esos niveles de tolerancia moral, convivencia civilizada y respeto al adversario que sirven de fundamento a las instituciones democráticas de una sociedad pluralista.
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