La emancipación de la política
No es fácil interpretar los resultados de las últimas elecciones francesas cuando las urnas están todavía calientes y falta la suficiente perspectiva como para proceder a una evaluación rigurosa. Más aún si lo que se pretende es valorarlas al hilo de un análisis similar de las elecciones británicas del pasado mes de abril. Y, sin embargo, la tentación de abordar su interpretación conjunta se hace casi irresistible. Sobre todo si, como es mi caso, se piensa que cabe aplicarles un mismo criterio hermenéutico. Las similitudes no estriban sólo en el hecho de que en estos dos países haya ganado la izquierda, sino también en que en ambos ha ganado la oposición; es decir, quienes no ejercían directamente el poder político. Lo que importa destacar, además, es la forma en la que los dos grupos victoriosos han planteado la campaña, menos interesados por consignas ideológicas rigurosas y más por recuperar la dimensión civicodemocrática de la política. Mi tesis es que en ambos supuestos se ha producido un doble movimiento de lo que cabría calificarse como "emancipación de la política": de un lado, respecto de la ideología, y de otro, respecto de su reduccionismo tecnocrático.La primera de estas dimensiones salió ya claramente a la luz en el programa del Nuevo Laborismo con su renuncia explícita -más retórica que real- al dualismo izquierda / derecha. Es la primera vez, que yo sepa, que se suscita esta idea desde el lado de la izquierda -la derecha siempre se ha valido de ella, de una u otra forma, para satisfacer mejor sus intereses- Pero la fórmula a través de la cual se produce este abandono del ancla de la vida política democrática es, a mi juicio, tremendamente astuta y muy eficaz a efectos electorales. Detrás de este paso se encuentra la labor de Martin Jaeques y otros miembros de Demos, el thinktank del laborismo a lo largo de los últimos años, que no sólo han sabido liberarse del pesado lastre del marxismo, sino que han conseguido apropiarse del buque insignia de la derecha: la "sociedad civil" y su pluralismo intrínseco. La pluralización de formas de vida y del asociacionismo voluntario se resisten a ser englobados bajo las hornogeneizantes directrices ideológicas tradicionales de los partidos. Pero tampoco pueden dejarse al albur de los procesos de auto organización social, deben mantener algún engarce con el Estado, con los fines colectivos. Y ahí es donde entra, renovado, el carácter mediador de los partidos como vínculos entre Estado y sociedad. De un Estado, además, consciente de su naturaleza "posmoderna" (R. Cooper) y de los límites actuales a su capacidad de dirección, pero con firme voluntad de integración de toda esa miríada de grupos e intereses fragmentados en torno a un proyecto común. Al impregnar este proyecto con tintes de solidaridad hacia los más menesterosos -los "fines nobles" a que se refería Blair- es donde reaparece el carácter izquierdista del Nuevo Laborismo.
Obsérvese cómo con este giro se produce una recuperación de la política pura: por una parte, vuelve a hacerse patente su dimensión -nunca perdida, desde luego- de arbitrar entre intereses en conflicto, de favorecer el compromiso y la negociación, de lidiar con esos factores tan maquiavelianos como la contingencia y la necesidad, y tan reñidos con el dogmatismo ideológico; pero, por otra, aquella que tanto subrayó B. de Jouvenel, la política como capacidad de agregar y ensamblar voluntades para alcanzar fines colectivos, para conseguir la creación de una unidad a pesar del conflicto y la diversidad. Esta última dimensión es la que establece el nexo entre política y ciudadanía democrática, y es asimismo la que han sabido despertar de su letargo las izquierdas francesas e inglesas. Puede que no se equivocara Habermas cuando decía que el más valioso mensaje de la izquierda en nuestros días se reducía a dos palabras: "Más democracia".
La realización de este proyecto de recomposición de las energías ciudadanas exigía también una rebelión frente al reduccionismo tecnocrático en el que estaba sumida la política. El secuestro de la política por la economía, provocado, sobre todo, por la globalización y el proceso de Integración europea, casa mal con el ideal democrático. Chirac se equivocó al buscar apoyos populares para apuntalar un proyecto confeccionado desde y por el oscurantismo de los comités de expertos, y, dirigido a exigir mayores sacrificios sociales. ¿Qué sentido tiene reclamar la voluntad popular sobre decisiones que se presentan como "técnicamente necesarias"? Como sabemos todos los que nos hemos ocupado mínimamente de la teoría democrática, la representación no es necesaria donde esperamos obtener respuestas científicamente verdaderas, donde no haya posibilidad de introducir compromisos valorativos, decisiones y juicios, o donde la deliberación sea irrelevante. Sin ignorar la insoslayable naturaleza técnica del proceso de integración europea, lo que la victoria de la izquierda en Francia ha puesto claramente de manifiesto es la necesidad de ajustar las decisiones técnicas a los verdaderos intereses sociales, y no a la inversa; los mercados financieros no pueden pretender suplantar la voluntad nacional. No hay un cambio de fines, no hay una opción por más o menos Europa, sino la reivindicación de mayor libertad para definir el modelo que queremos para Europa. Y lo que está claramente en juego es si la política es capaz o no de afirmar su autonomía.
Detrás del pragmatismo laborista, tan complaciente en apariencia con las pautas dominantes de la economía de mercado, se esconde también, sin embargo, esa misma huida de las ortodoxias asentadas sobre un modelo de sociedad de suma cero, donde la estabilidad maeroeconómica se hace depender necesariamente del debilitamiento de la cohesión social. A nadie se le escapa que la cultura política francesa, mucho más ideologizada que la británica, ha impedido que la izquierda renunciara a muchas de sus señas de identidad tradicionales. Sus reivindicaciones concretas no estaban, sin embargo, demasiado alejadas de las laboristas. En ambas late esa misma búsqueda por integrar lo plural en torno a un proyecto ciudadano apoyado en la agregación de voluntades e intereses, y en la solidaridad. Llama la atención a este respecto cómo el énfasis por ponerse del lado de los menos aventajados, de los perdedores del proceso de la globalización, sigue tocando una fibra sensible en el alma europea. En cierto modo se está plasmando en la realidad lo que filósofos como Rawls habían presentado como "racional" en el ámbito de la teoría: la opción por un principio de "maximización del mínino" en situaciones de incertidumbre. Frente a la maximización de la utilidad media o de los más aventajados, que es de hecho lo que venido provocando la interionalización de la economía, vuelve a reclamarse con fuerza la necesidad de atemperar el riesgo frente a la necesidad y a la mesterosidad económica, el prerrequisito para alcanzar una mayor cohesión social.
Éstas son algunas, de las señales que emiten estos dos procesos electorales a los que acabamos de asistir, y convendría que nuestros políticos tomaran buena nota de ellas ¿es la burda "nacionalización del fútbol" un proyecto político colectivo equiparable?-. Como todo juicio político, sin embargo, hay que tomárselo con as debidas cautelas, y tendremos que esperar a ver si se confirma. Pero si la ciencia política fuera una ciencia rigurosa, ni Chirac habría adelantado las elecciones, ni escribiríamos artículos de "opinión", ni merecería la pena que nos gobernáramos democráticamente.
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