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LA OTAN CRECE HACIA EL ESTE / 2

Final del idilio en Praga

Los checos, descubren los socavones de la vía al capitalismo de su primer ministro, VácIav Klaus

ENVIADO ESPECIALComo el John Dee que el emperador Rodolfo II se llevó a finales del siglo XVI a su mágica corte de Praga, el primer ministro Václav Klaus también creía hasta hace poco que podía transformar la plata en oro y hablar con los ángeles a través de un espejo. Pero, como al alquimista inglés, acusado finalmente de satanismo y desterrado, al economista que dirige desde hace siete años los destinos del pequeño país centroeuropeo parece haberle llegado el momento de la verdad. Su barco abunda en vías de agua y las encuestas muestran que los checos ya no creen en las promesas de su dogmático primer ministro. Desvaneciéndose el paraíso de la estabilidad, las próximas elecciones generales, teóricamente en el año 2000, pueden estar a la vuelta del verano. "Su vida política se cuenta en semanas", asegura Iván Gabal, un analista que trabajó para el presidente Václav Havel. Para él, como para la mayoría, el cuento de la lechera checo se ha acabado.

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La oposición, disparada en las últimas encuestas, rompe amarras. 'No nos consideramos obligados hacia un Gobierno que no dimite ras haber cambiado radicalmente u programa económico en los últimos días", advierte el líder socialdemócrata Milos Zeman. Klaus y Zeman se detestan cordialmente.

"Queremos elecciones este mismo año", añade. Desde junio de 1996, en que, ante su estupor, perdió por un diputado la mayoría parlamentaria, Klaus ha vivido presionado por su principal adversario y cortejando a la vez al segundo partido de su coalición derechista, los democristianos de Josef Lux. Un probable entendimiento entre Zeman y el volátil Lux, que ya se produce en el Senado, significaría la definitiva sentencia de muerte para Václav Klaus. "Probablemente ya no tiene la fuerza, ni siquiera la competencia, para dirigir un proceso mucho más complejo que el de los mecanismos monetarios", cree Gabal, para quien la República Checa carece de los cimientos necesarios para un crecimiento sostenido, pese a su mínimo desempleo y una inflación alrededor del 9%.

La orgullosa corona, emblema monetario inmutable durante siete años, flota libremente, depreciada más de un 10% desde finales del mes pasado. Los expertos auguran nuevas caídas, aliviadas por los 3.000 millones de dólares anuales que la capital de Bohemia saca de los bolsillos de 'los peregrinos de medio mundo fascinados por sus esplendores artísticos y por su melancolía. El Gobierno, que adoptó medidas económicas de emergencia en abril, las ha tenido que multiplicar a finales de mayo, con un recorte presupuestario de más de 300.ODO millones de pesetas y una congelación de los salarios públicos que ha puesto a los sindicatos en pie de guerra. "En semanas se sabrá si los checos aceptan volver a apretarse el cinturón", señala Michael Zantovsky, jefe de la Alianza Cívico Democrática, el más pequeño de los partidos de la coalición tripartita gubernamental.

Mientras el primer ministro anuncia que planteará una cuestión de confianza y proclama que está al frente del timón -dicen quienes le conocen que sin ninguna convicción-, los desconfiados checos se han lanzado en masa a tiendas y bancos para gastar sus ahorros en el artilugio electrónico de turno o cambiarlos por marcos o dólares. Todo ello en medio de una crisis de Gobierno -que casi el 50% de los ciudadanos habría querido dimisión colectiva- en la que los propuestos como caras nuevas o bien no aceptaban, caso de Jiri Weigl, su más estrecho consejero durante años, o le volvían a espalda el día después de ser nombrados, como el titular de Interior, Petr Necas. Algo nunca visto en la Bohemia de Václav Klaus, donde no se movía un papel sin el visto bueno del jefe.

"Para dar credibilidad a su plan de estabilización, Klaus tendrá que, marcharse, y es bueno que así sea", afirma Vladimir Benacek, catedrático de Economía de la Universidad Carlos, de Praga. "El primer ministro, que ya en 1994 decía que la transformación de este país había acabado, tiene una idea pasiva del Estado., abandonado al dejar hacer. La experiencia privatizadora checa de 1992 a 1994, decididamente no recomendable, en la que los cupones prometían capitalismo y dinero para todos, ha acabado controlada por cárteles y ladrones, corrompida". Más circunspecto, pero igualmente claro, el dimitido ministro de Industria, VIadimir Dlouhy, leal colaborador de Klaus durante siete años, admite abiertamente que la privatización no ha funcionado.

Klaus ha pontificado durante años en foros nacionales y extranjeros sobre su "cirugia radical" ultraliberal como única vía de salvación económica. Mientras sus vecinos centroeuropeos languidecían indecisos, la República Checa -que se había librado finalmente del comunismo a través de su "revolución de terciopelo" y divorcialo de común acuerdo de su mitad eslovaca en enero de 1993- surgía aparentemente robusta del quirófano de su primer ministro.

Los estudiosos describen el síndrome del fin del milagro: crecimiento despreciable en 1997; un déficit comercial de 6.000 millones de dólares que ha llevado a la estratosfera el de cuenta corriente; industria sin reformar y poco competitiva; poderosos monopolios; un mercado de valores opaco, en manos de la información privilegiada y del que huyen los inversores; grandes bancos controlados por el Estado, aunque técnicamente privatizados. El sistema, legal, "ineficiente y paralizado", en palabras del profesor Benacek, no ha perseguido una cascada de delitos de cuello blanco. El Gobierno ha mirado hacia otro lado, "incapaz Klaus, en su megalomanía, de admitir errores".

"A diferencia de Budapest o Varsovia, que habían flirteado con la democracia, nosotros partimos de cero, lo que ofrecía grandes ventajas", apunta el sociólogo Petr Mateju, de la Academia de Ciencias. "El entusiasmo pudo con todo; la gente recibió sin sospechas la privatización por cupones y se olvidó en las urnas de sus propios intereses. Pero comenzaron a producirse grandes desigualdades sociales, extrañas a un país educado en el igualitarismo y fruto del dinero sucio, y el poder no percibió en su euforia que se con solidaba una escisión tradicional derecha-izquierda. De ahí la sorpresa de las elecciones del 96, en las que los socialdemócratas surgieron espectacularmente".

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