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Prohibido cambiar de nombre

Una mujer denuncia sufrir seis años de trabas burocráticas para adoptar los apellidos de su padre

Judith, una mujer vasca de 24 años, vive su propia versión del caso de Jeckyll y Hyde. Desde hace más de un lustro intenta que la Administración refleje en su carné de identidad los apellidos otorgados en 1989 en Italia por Umberto Carlini, marido de su madre. En este tiempo se ha topado en sus innumerables visitas a las ventanillas estatales con el talante funcionarial descrito hace un siglo por Larra.Judith, hija de madre soltera, vivió en Bolzano nueve años, hasta 1996, cuando sus padres se separaron. En la escuela local de esta población italiana cursó estdios de asistente social, y todo iba viento en popa hasta que decidió volver a España.

Ni el Registro Civil de Bilbao, ni el consulado español en Milán, ni notarios, ni juzgados han podido hasta ahora ofrecer una solución a Judith. En este sinvivir, Judith ha empleado los últimos seis años y más de un millón de pesetas. Su precaria situación económica la obliga a permanecer desde hace ya un año en el domicilio de sus abuelos maternos, en Sorriba del Esla (León), una pequeña localidad junto a Cistierna desde donde continúa haciendo gestiones para convencer a los propietarios de las empresas a las que acude en busca de trabajo que ella es la misma persona que firma su expediente académico italiano. Pero sus afirmaciones no se corresponden con el Documento Nacional de Identidad español y las entrevistas siempre concluyen con un toquecito en la espalda y alguna que otra palabra de aliento, un vuelva usted mañana que exaspera a la joven hasta la paranoia.

"Un caso típico"

Lo peor es que los viajes, llamadas telefónicas y el papeleo derivado de su empeño no le han alejado ni un ápice del punto de partida. Aquí sigue siendo Judith Cuesta Ibáñez, hija de Teodosia, de padre desconocido.El viacrucis, con calvario incluido, comenzó en 1991 en el, Registro Civil de Bilbao, donde aún hoy no figura el cambio de apellidos. Ante este primer contratiempo, el registro de Bolzano argumentó que era "un caso típico de la burocracia española". Después de traducir del italiano al castellano en el viceconsulado de Italia en Burgos diversos documentos acreditativos de su actual condición, su vuelta al registro de Bilbao con los papeles bajo el brazo no pudo ser más desesperanzadora: los documentos no eran válidos al no ser entregados por el consulado español en Italia.

De vuelta a este país, en el consulado expusieron que era una cuestión de ambos registros (el de Bolzano y el de Bilbao). En los dos registros se insistía en que la solución podía venir de una autoridad consular. Las conferencias y llamada telefónicas durante varios meses tampoco surtieron efecto.

Un nuevo viaje al consulado de España en Milán confirma que los documentos traducidos han caducado. La nueva batería de requisitos y exigencias solicitados por el consulado a la mujer, incluida la presencia del ex marido de su madre, la hicieron desistir finalmente del cambio de apellidos.

Judith sortea como puede los controles aéreos en España e Italia, conduce un coche en su país natal con un carné italiano y no entiende cómo algo tan sencillo le ha podido amargar la vida. "Estoy harta. Lo que pido es sencillo si hay voluntad de trabajar", reflexiona con naturalidad Judith.

Desde que EL PAÍS se puso en contacto con José Olgado, trabajador del consulado español en Milán y con el jefe de la seción de expedientes del Registro Civil de Bilbao para conocer en profundidad el caso de Judith, la joven ha recibido sendas llamadas telefónicas y escritos en los que se le ofrece la posibilidad inmediata de solucionar discretamente su situación.

"No lo entiendo, me piden ahora lo que he llevado todos estos años, incluso menos papeles, y dicen que no hay problemas", afirma con perplejidad Judith.

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