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Contradicciones

Enrique Gil Calvo

Hace años podían leerse revistas intelectuales donde jóvenes airados aplicaban un marxismo de salón al análisis de la coyuntura. Y si aquellos autores hubieran interpretado hechos análogos a la presente guerra del fútbol, habrían proferido sesudas disquisiciones sobre las contradicciones de la burguesía que oponían entre sí a sus diversas fracciones de clase. Esto quizá les haría caracterizar a Polanco, Pujol o Rato como agentes del capitalismo mercantil frente a los intereses de la oligarquía patrimonial defendidos por Anson, Aznar o Cascos, con el soporte de la pequeña burguesía radical, en el fondo reaccionaria y desclasada, conjurada por Ramírez y encarnada por Anguita. Hoy, en cambio, este análisis ya no tendría sentido alguno. El marxismo ha muerto, la lucha de clases ha terminado y todos reconocemos la victoria de la burguesía. Pero las contradicciones subsisten, como demuestra la violenta acritud del debate político. Y lo curioso es que todas estas contradicciones (si se me permite proseguir con fraseología marxista) surgen no de la base o infraestructura económica, sino de la superestructura jurídico-ideológica. En efecto, la famosa crispación sólo se da en la clase_ política periodística, pero no en la sociedad civil, que la presencia con más indiferencia que fastidio.

De modo que bien pudiera plantearse la siguiente hipótesis de trabajo. La lucha de clases no ha terminado, sólo se ha transformado en lucha de medios. Quiero decir que si la democracia es la continuación de la guerra-civil por medios incruentos, tal como se la ha definido al modo clausevitziano, esta contienda enfrenta hoy no a las clases sociales en que se divide la sociedad civil, sino a los medios -de comunicación masiva en que se divide la opinión pública. Eso explica que las bases civiles (grupos de interés, movimientos, sociales, tejido asociativo) permanezcan al margen de una pelea que sólo protagonizan periodistas, políticos y líderes de opinión.

Este giro implica la sustitución del centro de gravedad del sistema político. El poder ya no reside en el control de los medios de producción, sino en el control de los medios de comunicación. ¿Por qué? Las causas son muchas, destacando la centralidad de la opinión pública para conformar las expectativas de los agentes reduciendo su incertidumbre. Pero, a efectos políticos, la primera causa es la pérdida de representatividad de los partidos. Antaño, estas instituciones representaban los intereses de sus electores, pero ya no es así: hoy los partidos sólo se representan a sí mismos, habiéndose independizado de su base civil. De ahí el autismo de la clase política, enquistada en su pugna por secuestrar el control del presupuesto público.

Pero los partidos precisan a los medios para ventilar su competencia por el acceso al poder. La lucha política ya no pasa por ver quién satisface mejor los intereses ciudadanos, sino que sólo se juega en la arena de la prensa, pugnando por controlar su opinión. Por eso, el papel de articulación social que antes desempeñaban los partidos, como portavoces y gestores de intereses colectivos, ha quedado vacío de contenido. Y como la naturaleza le tiene horror al vacío, su hueco ha sido llenado por los medios de comunicación, que actúan de representantes políticos de su lectores civiles.

Por eso resulta tan legítimo que desde el poder se intervenga en la competencia periodística, pues la prensa sólo debe buscar lectores, y no favores del Gobierno. Semejante arbitrariedad implica contradicciones no sólo ideológicas (entre su liberalismo verbal y su caciquismo efectivo), mermativas (dada la inseguridad jurídica que se crea) y mercantiles (por la ruptura de contratos con violación de derechos), sino políticas, pues favorecer a unos medios a costa de otros equivale a jugar con cartas marcadas, distorsionando con tramposo ventajismo el proceso político. Y es que la corrupción aparece en cuanto el poder público se hace feudatario de intereses espurios.

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