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ELECCIONES LEGISLATIVAS FRANCESAS

Alain Juppé, el detestado

El voto de castigo ha supuesto el fracaso más sonado de un político que siempre se sintió vencedor

Enric González

La Constitución francesa es extremadamente presidencialista. El reparto de funciones en el pod er ejecutivo suele definirse de la siguiente manera: el presidente tiene todo el poder, y ninguna responsabilidad; el primer ministro, por el contrario, tiene toda la responsabilidad y ningún poder. Alain Juppé ilustraba anoche esa máxima.El primer ministro cargará por partida doble con la culpa del mal resultado de la derecha, por la impopularidad de su gestión al frente del Gobierno, y por la ineficacia de su campaña como jefe de la coalición presidencial. Si algo demostró la primera vuelta electoral, fue que Francia no ama a Juppé. La carrera del "mejor de su generación" parece condenada a interrumpirse bruscamente, incluso si la derecha lograra recuperarse en la segunda vuelta. No es el primer fracaso, pero sí el más so nado, de un hombre que siempre se sintió un vencedor. Alain Juppé nació el 15 de agosto de 1945 en Mont-de-Marsan (región bordelesa) en una familia de agricultores acomodados y gaullistas. El pequeño Alain, inmerso en el ambiente católico' del clan Juppé, quería ser "Papa de Roma" hasta que, en su primera adolescencia, pensó en ser médico.

Sus notas escolares eran asombrosas, y su padre estimuló la formidable capacidad de trabajo de Alain contratando a una profesora particular cuya única función acabó siendo la de unirse al coro de halagos que desde siempre rodeó al "niño más inteligente del pueblo". Jeróme Clément, actual director de la cadena de televisión franco-alemana Arte, fue su compañero de bachillerato. Un día hablaron sobre sus proyectos para el futuro, y Juppé, recuerda Clément, fue tajante: "Escuela Normal Superior, Escuela Nacional de Administración, Inspección de Finanzas y política". El prodigio de Mont-de-Marsan tenía ya muy clara su vocación, y la cumplió al pie de la letra.

En 1972, licenciado de la Normal Sup y flamante enarca (promoción Charles de Gaulle), aprobó el ingreso en el prestigioso cuerpo de inspectores de Finanzas, la élite de la tecnocracia francesa. Cuatro años más tarde fue elegido secretario de la asociación de miembros del cuerpo, y semanas después el entonces primer ministro,, Jacques Chirac, le encargó que le redactara un discurso.

Chirac no tardó en enfrentarse abiertamente al presidente Valéry Giscard d'Estaing y en abandonar la jefatura del Gobierno. A partir de ahí, las cosas sucedieron con rapidez: Chirac creó la Unión por la República (RPR) para romper con la vieja guardia del gaullismo, ganó en 1977 las primeras municipales de París (la capital era hasta entonces gestionada directamente desde el Gobierno) e instaló a Juppé en un despacho municipal. En 1978 hizo su primer intento por acceder al puesto de diputado, y fracasó. El hecho de que se presentara en la circunscripción de Mont-de-Marsan, su pueblo natal, hizo especialmente dolorosa la derrota.

En 1981, Juppé se encargó de coordinar la campaña del candidato presidencial Chirac, y sumó un nuevo fracaso: su jefe no alcanzó la segunda vuelta. Corrían malos tiempos para el neogaullismo, pero Juppé escaló un nuevo peldaño administrativo convirtiéndose en el director financiero del Ayuntamiento de París, último reducto del chiraquismo frente a la oleada rosa encabezada por Frangois Mitterrand. La primera elección de la que salió vencedor fue municipal.

Corría 1983 y Juppé se convirtió en regidor del distrito XVIII, frente a un candidato socialista llamado Lionel Jospin. En 1986, con las elecciones generales que forzaron la primera cohabitación de la derecha con Mitterrand, logró al fin ser diputado por París. Y Chirac, jefe de Gobierno, le nombró ministro del Presupuesto. No fue fácil para Juppé soportar la autoridad mayestática de su superior directo, el todopoderoso Edouard Balladur.

Tampoco fue fácil encajar la nueva derrota de Chirac en las presidenciales de 1988, teniendo en cuenta que había codirigido la campaña junto a Charles Pasqua y al propio Balladur. Pero Juppé nunca fue quejica y regresó sin muestras de desánimo a la oposición y al refugio del Ayuntamiento parisiense. Por entonces, Chirac y Juppé habían anudado ya una estrechísima relación de amistad. Cuando la hija de Juppé sufrió una crisis de anorexia, fue Chirac (un hombre cuya gran humanidad sólo conocen sus más próximos) quien mantuvo largas conversaciones con la adolescente y la sacó de la crisis.

En 1993, segunda cohabitación, Juppé obtuvo la prestigiosa cartera de Asuntos Exteriores. No sólo para Chirac, sino para Giscard y para el propio Mitterrand, el joven jefe de la diplomacia era ya "el mejor de su generación". Su capacidad de análisis y de trabajo y su fidelidad a Chirac frente a la traición de Balladur le convirtieron en el primer ministro tras las presidenciales de 1995. Y resistió desde entonces, enfrentado a su propia impopularidad, casi desahuciado por momentos, lanzando reformas que chocaban sistemáticamente con la resistencia de los franceses. Se le ha reprochado insistentemente su frialdad y su soberbia, cosa que intentó contrarrestar en 1996 con la publicación de un librito, Entre nous (Entre nosotros) en el que trazaba un autorretrato de sí mismo como "ser humano". Quizá ahora, alejado del poder, los franceses empiecen a apreciarle.

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