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Tribuna:EL DEFENSOR DEL LECTOR
Tribuna
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¿Por qué boxeo no y toros sí?

Coincidiendo con las mejores fechas de la temporada taurina, un lector de Madrid, Julio Villanueva, requiere al Defensor del Lector para que exponga las razones por las que EL PAÍS no informa sobre el boxeo y sí sobre los toros. Pero este lector no quiere reservarse para sí la explicación; reclama que el periódico la ofrezca a sus lectores. "Le escribo", dice, "con objeto de exponerle un tema muy concreto que afecta a la relación entre el periódico y sus lectores que, a mi entender, supone una cierta censura sobre la información que nos brinda EL PAÍS, y cuya falta de explicaciones proyecta oscuras sombras sobre los motivos que mueven al periódico a no facilitarnos cierto tipo de información". "¿Por qué toros sí y boxeo no? ¿Es tan difícil para el periódico explicar públicamente por qué informa de uno y no de otro?", pregunta este lector, para quien el boxeo y los toros -tanto da- deberían tener similar tratamiento informativo.No es en absoluto difícil dar las explicaciones que pide el lector, porque, de hecho, éstas han sido dadas a lo largo de los 21 años de existencia del periódico. Es sabido que EL PAÍS optó en el momento de su fundación por no informar del boxeo profesional. Esta decisión fue incorporada, como uno de los principios de su política editorial, al Libro de estilo (primera edición, noviembre de 1977) en los siguientes términos: "El periódico no publica informaciones sobre la competición boxística, salvo las que den cuenta de accidentes sufridos por los púgiles o reflejen el sórdido mundo de esta actividad". ¿Puede hablarse de censura? En absoluto. Más bien, de una cierta forma de entender la información, discutible si se quiere, pero basada en razones sólidas. De acuerdo con esta forma de entender la información, el Libro de estilo también establece, por ejemplo, que "las falsas amenazas de bomba no deberán ser recogidas como noticias, salvo que acarreen graves consecuencias de interés general"; que "el periodista deberá ser especialmente prudente con las informaciones relativas a suicidios", o que, "en los casos de violación, el nombre de la víctima se omitirá".

Las explicaciones que pide el lector sobre los motivos subyacentes a la decisión de no informar del boxeo pueden encontrarse en los editoriales de EL PAÍS sobre el tema. Todos hacen referencia, de uno u otro modo, al término "sórdido" con que el Libro de estilo califica el mundo del boxeo. Para EL PAÍS, la violencia del hombre contra el hombre constituye la esencia misma del boxeo. La violencia es al mismo tiempo el medio y el fin de esta actividad y el mundo que la rodea. Sería tedioso citar todos los editoriales que desarrollan esta idea básica, pero basten como muestra algunos de ellos. En el titulado El boxeo, un negocio sucio, de 9 de noviembre de 1977, se decía: "Tony Ortiz [boxeador internado en aquellas fechas en una clínica en un estado que le situaba, según el editorialista, en el umbral del estadio de los juguetes rotos'] ha sido un ejemplo más de la podredumbre que subyace en el 'boxeo profesional, espectáculo que la sociedad moderna va arrinconando, pero que todavía se sostiene porque aún hay gentes que encuentran en este mal llamado deporte la ocasión de descargar su agresividad. No hay nada más tristemente elocuente que el espectáculo de una masa que pide sangre a sus gladiadores". Y en dos editoriales más recientes, de fechas 28 de junio de 1988 y 4 de octubre de 1991, se califica al boxeo de "barbarie organizada y de exaltación de la violencia de hombre a hombre", al tiempo que se señala como "principales culpables de ese juego criminal y espectáculo sádico" a los administradores de ese "negocio turbulento, con clanes internacionales manejándolo, y en cuyo balance hay unos cuantos boxeadores muertos tras el espejismo de una vida millonaria". Como puede ver este lector, EL PAÍS ha explicado pública y claramente su posición contraria a informar sobre el boxeo profesional: es una actividad que rezuma toda ella violencia del hombre contra el hombre, y no es un deporte, sino una especie de pelea de gallos entre personas; es decir, atenta en tal grado contra la vida, la integridad física y la dignidad del ser humano que EL PAÍS ha mantenido editorialmente que "no nos parecería un atentado contra las libertades individuales la prohibición del boxeo profesional", como ocurre en algún otro país.

Parece claro que, cualquiera que sea la opinión sobre la fiesta de los toros, la controversia en ocasiones apasionada que suscita se mueve en coordenadas diametralmente distintas a las del boxeo. Ni la posible violencia de la fiesta taurina es del hombre contra el hombre ni el mundo que la rodea puede calificarse en absoluto de "sórdido". Ello explica que la controversia sobre las corridas de toros se haya centrado fundamentalmente, de un lado, en su posible "anacronismo" y "crueldad con el toro", y, del otro, en su reivindicación como "arte" e incluso como "elemento cultural autóctono". EL PAÍS no se ha pronunciado editorialmente ni a favor ni en contra de la fiesta de los toros (el editorial Un puyazo que no duele, de 29 de diciembre de 1993, se limitó a señalar que "las corridas de toros pueden cuestionarse, pero -aun dentro de un asunto tan apasionadamente debatido- es un hecho que las normas tienden a limitar el daño que se inflige al animal en la lidia" y el publicado a raíz de la muerte de Paquirri -La cornada, 28 de septiembre de 1984- no fue más allá de afirmar que "ninguna definición cultural en torno a la bondad estética de este desigual torneo puede ser hoy justificación para que sigan en activo las plazas cuyas dotaciones sanitarias sean insuficientes". Sin embargo, sus páginas han dado amplia acogida a lo largo de los años a la casi permanente disputa entre los acérrimos partidarios de la fiesta y sus no menos acérrimos detractores. Y la sección La Lidia no ha cesado de denunciar los excesos de los picadores y las corruptelas encaminadas a mutilar las astas de las reses o mermar fraudulentamente su integridad. En ningún momento EL PAÍS ha dejado de denunciar editorialmente con dureza las variadas salvajadas hechas al toro en muchos rincones de España (el toro perseguido, escupido, acorralado, tiroteado, ensogado, embolado de fuego...) como inquietante señal de "la España cañí y zarrapastrosa que amenaza con devolvernos al siglo XIX" (La España cañí, 16 de septiembre de 1995).

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Pueblo gitano

Juan F. Gras, de Zafra, Badajoz, cuestiona el título y la información de EL PAÍS del 13 de mayo (sección de Televisión / Radio) sobre el reportaje 'Raza gitana' emitido por TVE1 dentro del programa Testigo directo. El lector estima más apropiado el título 'Pueblo gitano' o 'Cultura gitana', entre otras razones porque históricamente el concepto de "raza" va ligado o induce al racismo. También señala un error y un lamentable tópico en la reseña sobre el reportaje. El primero está relacionado con la figura del "patriarca", ajena al mundo caló y que el lector considera un invento de la prensa; y el segundo consiste en vincular de alguna manera el tráfico de drogas a la colectividad gitana. Para EL PAÍS, "los gitanos no constituyen una raza, sino una 'etnia' con rasgos físicos o culturales cornunes", según afirma expresamente su Libro de estilo. Pero en este caso EL PAÍS no ha hecho sino reproducir el título original del reportaje televisivo y publicar una sinopsis de la información enviada por TVE-1. Ello no quita que el resultado sea desafortunado y que haya que lamentar que conceptos y clichés sociales equivocados e injustos sobre los gitanos sigan transmitiéndose a través de los medios de comunicación, incluso en un año como éste de 1997, dedicado a la lucha contra el racismo en Europa.Los lectores pueden escribir al Defensor del Lector o telefonearle al número (91) 337 78 36.

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