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¿Que dirá el Papa?

El próximo domingo, los polacos acudirán a las urnas. Deberán pronunciarse en referéndum sobre la nueva Constitución, la primera de la época poscomunista. Tres meses después, a primeros de septiembre, votarán de nuevo, esta vez para elegir su Parlamento. La coincidencia de los dos escrutinios ha hecho que el referéndum del 25 de mayo, de ser una simple formalidad, pase a convertirse en una prueba de fuerza, previa a la gran batalla del otoño. Además, el 29 de mayo, en plena "temporada electoral", Juan Pablo II viajará a su país natal para presidir en Wroclaw el Congreso Eucarístico Mundial y visitar Gnezno, la capital de la Iglesia polaca. Tendrá, pues, algo que decir a las ingentes masas, no sobre la Constitución, ya votada, sino sobre cómo ve el futuro de su país.La nueva Constitución ha sido aprobada ya por una aplastante mayoría de diputados y senadores reunidos en una Asamblea extraordinaria. Una pequeña patrulla de diputados y senadores de Solidaridad ha votado en contra y ha hecho un llamamiento a los electores a hacer lo mismo, pero tiene pocas posibilidades de éxito. La Solidaridad de Marian KrzakIewski, su nuevo líder, no tiene gran cosa que ver con la Solidaridad de la época heroica.

Los fundadores de este sindicato nacido en los astilleros de Gdansk, empezando por Lech Walesa y continuando por Mazowiecki y Geremek, Bujak y Modzelewski, se han distanciado hace tiempo del movimiento de Marian KrzakIewski. La Solidaridad de hoy pregona sobre todo su catolicismo militante y un anticomunismo anacrónico. Ha federado bajo su bandera al grueso de la derecha polaca, incluidos grupúsculos violentos que se distinguen por sus golpes" contra personalidades oficiales. Su última hazaña ha consistido en bombardear con huevos al presidente Kwasniewski en los Campos Elíseos de París.

La cuestión de la Constitución ilustra bien la inspiración antidemocrática de este movimiento. Los mejores constitucionalistas polacos se han enfrascado durante seis años en la redacción del texto de la nueva ley fundamental, inspirándose en las constituciones de otros países europeos y teniendo en cuenta las particularidades de la Polonia católica. ¿Hasta qué punto habría que mencionar a Dios, preservando siempre el principio de separación entre Iglesia y Estado? Para salir del atolladero se confió a Tadeusz Mazowiecki la redacción del preámbulo de la Constitución. Este antiguo primer ministro, conocido por su papel al frente de una comisión de investigación internacional en Bosnia, es un católico practicante y diputado de la oposición. Ofrecía, pues, todas las garantías de que la mayoría poscomunista no daría un giro a la Constitución en su provecho. En efecto, el texto de Mazowiecki hace referencia a Dios como guía de los pensamientos de los polacos, pero reconoce los mismos derechos a los no creyentes. Esto bastó para provocar la clamorosa indignación de la derecha militante. Marian KrzakIewski llegó hasta a decir que se trataba de una ¡"Constitución bolchevique"!

Tanto para KrzakIewski como para Solidaridad, la Constitución debe basarse en los "valores cristianos". No son capaces de definir con precisión de qué valores se trata, pero no hace falta ser perito en la materia para adivinar que desean una fuerte clericalización de la vida polaca y, evidentemente, la prohibición total del aborto. Esto ha gustado al cardenal Glemp, primado de Polonia, pero mucho menos al resto del episcopado. Monseñor Pieronek, su secretario, se ha distanciado de los que piden el no a la "Constitución bolchevique".

Los sondeos muestran, además, que el 60% de los polacos considera que el papel de la Iglesia es ya demasiado grande en la vida del país y sólo a un 4% le gustaría que aumentara. Además, el 56% de los encuestados piensa que la Iglesia no debe pronunciarse sobre las actuaciones oficiales del Estado y, por tanto, desautoriza explícitamente al cardenal Glemp. El país tiene su mirada puesta en la entrada en la Unión Europea y se da cuenta de que este empuje del clericalismo, aunque no tenga efectos prácticos, empaña su imagen en los países laicos a los que se quiere asociar. Queda una incógnita por despejar: ¿qué dirá el Papa en sus homilías a partir del 29 de mayo?

El Sumo Pontífice ha dado, el mes pasado, una acogida bastante fría al presidente Alexandre Kwasniewski, al que recibió en el Vaticano; parece que le anunció su intención de crearle problemas" en su próxima peregrinación. Juan Pablo II fue mucho más caluroso con el general Jaruzelski, último presidente comunista de Polonia. Quizá porque había sido impuesto por Moscú y terminó por abandonar voluntariamente el poder. El Papa no perdona al poscomunista Kwasniewski haber sido elegido por sufragio universal, porque era incapaz de imaginarse que tal cosa pudiera suceder en su muy católica Polonia. Pero ¿qué puede hacer contra este presidente, conciliador, que intenta ser aceptado por todos los polacos y que aparentemente lo consigue, puesto que un 62% de ellos tiene buena opinión de él, frente a un 33% que prefiere a Lech Walesa, su desafortunado adversario del año pasado?

Polonia tiene uno de los mayores crecimientos económicos de Europa (6% en 1996); sin embargo, no logra resolver el paro, que continúa siendo muy elevado (el 13% de la población activa). El Gobierno poscomunista sigue prácticamente la misma política neoliberal de sus predecesores, por lo que las desigualdades sociales siguen siendo clamorosas. Es posible que el Papa, muy hostil a esas injusticias, llame al orden a la élite gubernamental, como ya lo ha hecho en otros países industrializados. Pero no será "un problema" únicamente para Kwasniewski, y sus efectos no pueden ser más que positivos. Una cosa muy diferente sería si, por fidelidad a la vieja bandera de Solidaridad, el Papa diera ánimos a la Solidaridad de hoy, que encarna todo lo peor de la derecha dura polaca, clerical, antisemita y tan poco europea.

K. S. Karol es periodista francés experto en Europa del Este.

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