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Juppé se oculta del público francés mientras se especula sobre su futuro

Enric González

Cuando se lanzan a unas elecciones, los jefes de partido suelen reclamar prensa y cámaras. Alain Juppé, primer ministro de Francia y presidente de la poderosa Reagrupación para la República (R.PR, neogaullistas), hace lo contrario. Su agenda electoral es un secreto celosamente guardado. "Las cámaras le ponen tenso y dificultan su contacto con el público", dice la explicación oficial. "Las cámaras incitan a la gente a abroncarle", añaden oficiosamente las mismas fuentes.

"Cada vez que aparece en televisión, perdemos votos", reconoce uno de los organizadores de la campaña de la coalición presidencial. El presidente Jacques Chirac anticipó las elecciones porque Juppé insistió en ello. El plan era claro: guerra relámpago, victoria frente a una oposición desprevenida y anclada en el pasado, y cinco años de tranquilidad para afrontar la unión monetaria y sacar a Francia del marasmo económico y social, algo en lo que Chirac había fracasado durante sus dos primeros años en el Elíseo.Pero la realidad es terca y la campaña electoral no ha alterado la opinión de los franceses respecto a Juppé. El primer ministro es trabajador y competente, pero encarna a la perfección la ancestral soberbia del poder tecnocrático francés. Y esa soberbia es mal sufrida en tiempos de crisis e incertidumbre. Édouard Balladur, Philippe Séguin y, en la sombra, el empresario Jerôme Monod, se muestran preparados para tomar el relevo de Juppé al frente del Gobierno.

El síndrome de la impopularidad de Juppé se ha convertido en uno de los factores centrales de una campaña carente de ideas, en la que la derecha evita mencionar los términos liberalismo y euro (epicentros de su proyecto) y la izquierda titubea sobre su propio programa. "Cuanto más le critica la gente [a Juppé], más tenemos que subir a la tribuna para defenderle. Pero la verdad es que todo el mundo piensa lo mismo: que hay que cambiar de primer ministro", opina, según una cita recogida por Le Parisien, François Léotard, presidente de la coalición centro-liberal Unión para la Democracia Francesa (UDF) y segundo a bordo, tras Alain Juppé, al frente de la coalición presidencial.

El síndrome Juppé suscita situaciones pintorescas, como la de que los candidatos de su coalición huyen cuando visita su circunscripción. Eso ha sucedido esta semana en Lille. Otros, como el ex ministro balladurista Bernard Debré, hacen campaña directamente contra Juppé y prometen que, tras la victoria, Chirac nombrará a un nuevo primer ministro.

El viernes por la noche, el ex presidente conservador Valéry Giscard d'Estaing volvió a lanzar un mensaje inequívoco: "Hay que gobernar estableciendo una relación más calurosa y más próxima de los franceses". Algo que no parece al alcance de Juppé. El jueves, alaunos periodistas consiguieron localizarle en un breve recorrido por un mercado del distrito 18 de París, su antigua circunscripción. Una mujer desempleada le espetó, correctamente, que había defraudado sus expectativas y que no le votaría. "Pues, bien, si no somos nosotros, serán los otros, peor para usted", le respondió el primer ministro, acelerando el paso.

El propio Juppé parece haber comprendido perfectamente su situación y cada vez dedica más tiempo de su campaña secreta a hacerse fuerte en su propia circunscripción de Burdeos, donde, de todas formas, las encuestas le pronostican una victoria ajustada en la segunda vuelta. Desde ayer a medianoche quedó prohibida la publicación de sondeos, y los últimos reafirmaron la ligerísima ventaja de la coalición presidencial frente a la suma de socialistas y comunistas, con muchísimos indecisos.

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