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El imperio del absurdo

Antonio Elorza

Confieso que me cae bien la fiscal Márquez de Prado. Y no es que yo ponga en entredicho la justicia de su sanción, ni tenga elementos para una valoración positiva de su carrera profesional. Mi simpatía surge como reacción frente a la acabada labor de destrucción de imagen que ha recaído sobre ella, y a la que han contribuido, a mi entender, su condición de mujer y su propio aspecto físico, resaltado obsesivamente en ilustraciones fotográficas de reportajes críticos cuyas connotaciones peyorativas venían a complementar. Primero, en el marco de los indomables, presentados como un grupo de amigos despreocupados, con la chica en medio, relacionada sentimentalmente con uno de sus colegas: todo lo contrario de la imagen de severidad exigible en el plano simbólico de la justicia. Luego, tras la sanción, sola, el rostro impasible, vestida con elegancia, displicente, el reflejo mismo de la persona ególatra, dura con los demás hasta el extremo de ignorar las reglas a que está sometida su función. Quizá sea así la fiscal trasladada. En todo caso, así han conseguido representarla, sin aportar las razones para ello.Son tiempos en que por todos lados conviene al lector mantenerse atento dada la durísima confrontación de estrategias del discurso a que estamos sometidos. Son contadas las ocasiones en que la lectura de la noticia puede hacerse de manera inmediata. Un ejemplo sería la voluntad punitiva que han puesto de manifiesto las prohibiciones, final y felizmente anuladas, del juez Gómez de Liaño. Constituye un despropósito pensar que los señores Polanco y Cebrián aprovecharan sus viajes al extranjero para sustraerse a la acción de la justicia, haciendo el primero de un doctorado honorario la coartada y renunciando el segundo a la lectura de su discurso de ingreso en la Real Academia Española. Pero, no siempre las cosas son tan claras. Con frecuencia el reverso de las declara ciones y de las noticias arroja más luz que la cara visible de las. mismas. Leer se convierte así en un ejercicio parecido a la lucha japonesa.

Es el caso de la artillería pesada que Felipe González despliega a partir de su medida alusión al descerebramiento de algunos jueces. Subrayo el adjetivo porque la frase está perfectamente medida, aunque en el fondo y en la forma resulte brutal. De un lado, está dirigida a provocar un cuerpo a cuerpo. No ha tardado Álvarez Cascos, con su habitual esprit de finesse, en entrar al trapo, favoreciendo de este modo la imajen que pretende fijar el líder del PSOE: la persecución del vértice socialista a cuenta de los GAL responde a intereses de sucia política empleada por el PP para llegar al poder. Ibarra remacha. Por otra parte, y ante todo, González desplaza el problema, en la línea de sus afines. Los GAL quedan fuera de campo y la verdadera cuestión a resolver en el país es la de los jueces (evidentemente, para él, los que apuntan a su inculpación, cuyos turbios intereses, añade la cuadrilla, entroncan implícitamente con el PP). Sólo falta proceder a la amalgama y tenemos en pie la conspiración en primer plano. Cuando nada impide recorrer los dos caminos que parecen obligados. Ir al fondo del GAL, en primer término, fijándose en las pruebas objetivas. Y a continuación ir también a fondo en la reconstrucción de una trama donde lo que se perseguía no era precisamente el triunfo de la justicia. La razón y el Estado de derecho quedarían así por encima del juego de intereses.,

Claro que en esto vuelve la batalla sobre el control de la comunicación y el Gobierno de Aznar nos recuerda en dos mazazos que debajo de la máscara centrista se mantiene con fuerza el gusto por el abuso de poder que caracterizara tradicionalmente a la derecha española. Primero, saltándose la recomendación de Rousseau: la ley ha de tener un objeto general, no responder a un interés concreto, aquí y ahora de la voluntad de control por parte del Ejecutivo. Segundo y principal olvidando que la coacción y las amenazas frente a un adversario desde el Gobierno son incompatibles. con la democracia. Y las declaraciones de Rodríguez son casi una autoinculpación. Es algo "gravísimo", como indicó un político de CiU. Tan grave que difícilmente el buen sentido político de Pujol nos permitirá salir de esta selva del absurdo.

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