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Pronto temblamos ante China

Estamos tan atentos al futuro de China que pasamos por alto el día a día, como si el fiasco cotidiano fuese más fácil de sobrellevar siendo tanto el deseo de una transición presentable. Se ha instituido como costumbre hacer un gesto de leve reprensión, al modo de quien ve la travesura de un sobrino simpático, aunque sean tan patentes las presiones para cuando llegue la devolución de Hong Kong, las amenazas constantes a Taiwan o las inconfesables filigranas de los países occidentales que quieren recibir al Dalai Lama sin que Pekín les riña. Es reciente la negativa de los países más poderosos de la Unión Europea a votar una resolución que condenaba las violaciones de los derechos humanos en China.Desde luego, China es un mercado de mil millones de consumidores potenciales, pero resulta una ingenuidad suponer que obtendrán la mejor porción del pastel quienes menos diligentes se muestren a la hora de criticar los abusos represivos contra la disidencia o la devastación cultural del Tíbet. Después del eclecticismo de Deng Xiaoping, la diplomacia china prosigue repartiendo intimidaciones que en las cancillerías de Occidente se reciben con una breve desazón curtida de circunloquios y reverencias de matriz oriental. Ésa es una responsabilidad que los intelectuales que pisaron los despojos de la guerra fría mirando para otro lado son incapaces de asumir.

Ya hace anos que pocos quisieron prestar atención cuando el prestigioso sinólogo y escritor belga Simon Leys se las tenía con las histerias maoístas de Maria Antonietta Macciocchi, hoy próxima a los altares. Ellos admiraron al bravo Mao nadando contra corriente en plena senectud o vieron en los crueles tumultos de la Revolución Cultural el modelo que. iban a aplicar para transformar la minería asturiana, el cinturón industrial de Madrid o la arquitectura en Cataluña. Alguna vez se sintieron como aquellos jóvenes guardias rojos movilizados por Mao para "bombardear el cuartel general" del partido. No importaba demasiado que el gran salto adelante hubiese provocado una carestía tan profunda que según algunos estudios recientes más de cuarenta millones de personas murieron de hambre.

Lo ha dicho un editorial de Le Monde: culpables de estar a la cabeza de la mayor organización de trabajos forzados del mundo, culpables de practicar la tortura contra minorías que no tienen la dicha de plegarse ante el imperio, culpables de haber suprimido la menor expresión disidente en Pekín, los chinos erecerían mil veces ser condenados por la cormisión de los derechos humanos. Aunque no todos los análisis económicos coincidan en la estabilidad duradera del boom chino, la realpolitik viene a dictaminar aquiescencia a sus patologías políticas como si fuesen un fatalismo. Hay que citar a Napoleón -"Cuando China despierte, el mundo temblará" y tomárselo con calma.

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Para el caso sirve como coartada referirse a la "desideologización" de la China comunista en la era de Deng: es el sistema correcto para reconocerse en la prioridad del desarrollo económico y a la vez conmemorar con voz dolida las jornadas de Tiananmen, como quien reza por un pariente al que nunca conoció. En 1989, George Bush -en visita presidencial a China- se quejó de la detención del disidente Fang Lizhi, a quien había invitado a cenar. Deng le recordó que en China son muchos: "Tú protestas hoy, yo protesto mañana, un año tiene 365 días, y así habrá protestas todos los días. ¿Cómo podríamos continuar con nuestra construcción económica". Al viejo Deng, amante de los gatos que cazasen ratones, no le interesaba el, final de la historia.

Tiemblan las cancillerías europeas cada vez que el Dalai Lama asoma su perfil de líder político: ya ven en camino a los mensajeros conminatorios de la diplomacia china. Por el contrario, Le Monde señalaba que es un error imaginarse que China toma sus determinaciones en función de otros criterios que no sean la relación calidad-precio. Así, la compañía Boeing tuvo sus mejores ventas en el preciso momento en que Washington criticaba de forma más explícita la falta de respeto á los derechos humanos por parte del régimen de Pekín.

La paulatina incorporación de China a la economía global es tan positiva como enejosa la persistencia del régimen en resistirse -de forma no del todo homogénea, según parece- a las estrategias evolutivas en lo político. El éxito de las iniciativas económicas de Deng no prueban la reconciliación entre el progreso económico y tecnológico y el control político total. Al frente de una quinta parte de la humanidad, ahora Jiang Zemin está citando mucho a Confucio. Es una fórmula idónea. para la estabilidad social, pero quizá no consuele a los disidentes que están en la cárcel. Otro enigma casi chino es que entre tantas asociaciones como los españoles fundamos no aparezca ninguna en defensa de una China libre. Entre tantos premios como damos al año, tampoco he visto ninguno que sea para un disidente chino como Fang Lizhi.

Valentí Puig es escritor.

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