"Para ser feliz no hay que malgastar ni el amor ni el talento ni el dinero"
Mientras los españoles todavía tontean con los ropajes del yupismo, los mismos que nos lo vendieron en los ochenta hacen hoy proselitismo de todo lo contrario: de la vuelta a la "simplicidad voluntaria". La filosofía en boga en EE UU se llama down-shifting y tira por tierra aquella máxima de todo sufrido trabajador de que la vida es dura; la hay mejor pero es más cara. Pues no. Se vive mejor con menos dinero, o al menos, con menos afán por conseguirlo, según Vicki Robin, autora del libro La bolsa o la vida, la biblia del nuevo movimiento. El corazón del invento es que para ser feliz "no hay que malgastar ningún recurso humano: ni el dinero, ni el tiempo, ni el amor, ni los talentos. Esto es posible para cualquier persona y cualquier sociedad", explicaba ayer en Madrid.Así lo entendió en 1969 un brillante analista financiero neoyorquino llamado Joe Domínguez, que eligió la vida sobre la bolsa -en su caso la de Wall Street-. Dejó todo. Decidió contemplar el paisaje a 20 por hora en lugar de correr y junto a su compañera Vicki Robin elaboraron una teoría que hoy ha vendido 700.000 ejemplares y que a través de una fundación en EE UU predica el ejemplo por el resto del planeta.Domínguez acaba de fallecer por lo que Vicki sigue en solitario. Y, por el momento, ningún banquero o empresario japonés le ha respondido con una carta bomba a sus consejos de vestir ropa de segunda mano, no cambiar de coche o comer en casa en lugar de ir al restaurante.
"El objetivo no es que todo el mundo viva como yo, con 8.000 o 9.000 dólares al año (en torno al millón pesetas). El intento es que cualquier persona que sigue este camino pueda averiguar por sí mismo cuánto es suficiente para obtener la máxima calidad de vida posible. Compramos muchas cosas que no dan placer. Sólo llenan tu piso. Las cosas son dueñas de nosotros y tenemos que trabajar más y más y más para pagarlas".Compramos por emulación, por igualamos al vecino, por una creencia moderna de que ser y tener son una misma cosa, sostiene Robin. Y para ello trabajamos hasta 60 horas a la semana, sin tiempo para la familia o el placer. Es más, ese placer se concentra en un disfrute compulsivo de fin de semana que Robin retrata en su libro con una bucólica escena: tras una semana matadora, el consumidor dedica la mañana a llevar la ropa al tinte, los zapatos al zapatero y después al supermercado para llenar la nevera. Por la tarde, paliza en el cuadrante de césped de la casita que su estatus social le ha permitido adquirir. El domingo conducirá dos horas para llevar a la familia al restaurante donde pagará con tarjeta de crédito. De vuelta al adosado, por fin relajado, leyendo revistas "donde los anuncios le hacen soñar con lo maravillosa que sería la vida si se comprara un Porsche, fuera al extranjero de vacaciones, o cambiar el ordenador, o...".
Menos puestos de trabajo
A Robin le reprochan que si no hay consumo, no hay puestos de trabajo. "El mercado existe para servirnos a nosotros. Pero alguien nos ha convencido de que tenemos que trabajar 60 horas a la semana y que es una forma de vida sana", contesta. Este libro es para apoyar al individuo, para defender sus intereses frente a los del mercado. Y, además, la globalización de la economía amenaza mucho más al empleo, porque nuestros objetos se hacen en Malasia o Indonesia. También la tecnología destruye empleos".
Lo de que no existe el principe azul ya se sabía. Pero es que tampoco existe el trabajo azul. Por ello Robin recomienda desmitificar las tareas laborales más allá del sueldo que proporcionan y éste no malgastarlo en. cosas que "no sean un reflejo de nuestros valores". Claro que para ahorrar propone fórmulas más cercanas a la mentalidad de Minessota que a la de un castizo de pro. Por ejemplo, organizar "cenas progresivas" con las amistades, es, decir, tomar el primer plato en una casa, el segundo en otra, y el postre en la tercera, para que ninguno tenga que fregar toda la vajilla; o hacerse acomodador "si uno es un fanático del teatro".
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