La pesadilla americana

Gari Kaspárov ha logrado el gran sueño de su vida, la conquista de América, por la vía del fracaso. El eco de su duelo contra Deep Blue en Estados Unidos y en todo el mundo, especialmente a través de Internet, ha superado sus propias expectativas. Paradójicamente, ayer fue uno de los días más tristes de su vida, que para colmo terminó con desagradables manifestaciones contra IBM, el patrocinador del duelo.Los prolegómenos de la última partida fueron los propios de un acontecimiento solemne. La sala de espectadores, con capacidad para 500, estaba llena una hora antes de la primera jugada; las entradas, a 3.600 pesetas como precio oficial, se habían agotado incluso en la reventa. Cincuenta pisos más arriba, en la sala de prensa, cada centímetro cuadrado valía su precio en oro.

En el piso 35, Kaspárov llegó con 5 minutos de antelación y se metió en una especie de camerino improvisado con cortinas entre bastidores en compañía de sus dos ayudantes. Parecía muy concentrado, tenso y con la ambición intacta. Su jefe de prensa dijo a EL PAÏS: "No se conforma con el empate. Quiere ganar, como en la última partida del Mundial de Sevilla de 1987".

La procesión iba por dentro. Para empezar, Kaspárov eligió la defensa Caro-Kann, favorita de Anatoli Kárpov, que está en tre las menos agresivas aunque también parecía una buena forma de sorprender a la máquina. A la hora de almacenar partidas magistrales en la base de datos, que contiene un millón de ellas, los programadores de Deep Blue dificílmente podían adivinar que Kaspárov iba a jugar la defensa favorita de Kárpov.

Explosión nerviosa

Todo parecía bajo control pero los nervios de Kaspárov explotaron cuando nadie podía esperarlo. Las primeras 10 ó 15 jugadas (a veces más) del 90% de las partidas entre profesionales suelen hacerse de memoria, son de libro; desde que llegó a la élite, Kaspárov nunca había cometido un error grave en esa fase de la partida. Pero ayer lo hizo, rompiendo además otra constante en su carrera: siempre había ganado en los momentos clave, cuando no había más remedio que hacerlo, como en Sevilla 87.

A pesar del duro golpe, una celebridad de cualquier otro deporte hubiera reprimido su ira al comparecer ante la prensa -Kaspárov nunca suele hacerlo tras una derrota- con un comportamiento profesional, aguantando el temporal. Pero pedir eso al colérico Kaspárov tal vez sea demasiado. Sus dos apoderados -uno, estadounidense, para los asuntos del ajedrez; el otro, británico, para los demás- no sabían dónde meterse ni qué cara poner cuando Kaspárov arremetió contra IBM, que también negocia el patrocinio del club de ajedrez que Kaspárov ha montado en Internet.

El sueño americano adquirió así ribetes de pesadilla.