Arañas y moscas
Siempre que oigo la palabra red veo dentro de mi cabeza una araña, e inmediatamente, en una pirueta asociativa, me acuerdo de Patricia Highsmith, de quien un crítico decía que hablaba de los seres humanos como una araña hablaría de las moscas. El caso es que la policía ha desmantelado en Madrid a una araña a través de cuya red, sólo en un año, se exportaron clandestinamente 2.000 coches de lujo al este de Europa. Hay redes cuya existencia no habríamos sido capaces de imaginar y desde las que somos observados por ojos multifacéticos como un objeto de consumo. Nos quieren por nuestros coches, y luego si te he visto no me acuerdo. El triángulo con el ojo de Dios que nos miraba mientras nos masturbábamos en la adolescencia ha sido sustituido por la araña que desde el centro de la red analiza nuestras pautas, contabiliza nuestras pasiones y localiza las partes blandas por las que es más fácil empezar a chuparnos.
De hecho, al mismo tiempo que la policía desarticulaba esta red, nos enterábamos de que en 1995 habían sido vendidas en el mercado de la prostitución de la UE 150.000 mujeres. El informe de la Organización Integral para las Migraciones no especificaba cuántas habían tocado a esta ciudad, pero dadas las telas de araña o clubes de carretera que uno encuentra en el fondo de las noches oscuras del alma hay que suponer que bastantes, todas ellas procedentes de los mismos países del Este a donde van a parar nuestros coches de lujo previamente manipulados por una red de polacos que miran a sus compatriotas como una araña rniraría a las moscas.
Quiere decirse que existe una balanza de pagos clandestina en la que teóricamente debería haber un equilibrio entre el número de coches que van y el número de esclavas sexuales que vienen. Pero la Comisión Europea prefiere hablar de "semiesclavitud", que es lo mismo que si habláramos de semirrobos para referirnos a los automóviles de la famosa red desmantelada, si ello fuera posible. No importa, el caso es que esas semiesclavas son observadas luego por nosotros, bien en los suburbios de la Gran Vía, bien en el culo de los callejones iluminados con neón, como una araña observaría a las moscas antes de comenzar a deglutirlas por el abdomen, que es la parte más blanda. Lo que no sabemos es si los polacos le sacan más jugo a nuestros coches que nosotros a sus mujeres, o viceversa. Lo curioso es que en convivencia con un mundo tan áspero, dominado por la estrategia de la araña, hay, sin embargo, dimensiones de enorme pureza existencial que sólo actúan a golpes de impulsos morales. Vean, si no: el 95% de las mujeres que abortan legalmente en Madrid ha de hacerlo en clínicas privadas debido a la implacable objeción de conciencia de los médicos de la pública. Todos sabemos que los bienes de consumo están mal repartidos, pero no podíamos imaginar que hasta tal punto. Los facultativos de la Seguridad Social acaparan tal cantidad de ética que apenas dejan un 5% para los de la privada, que a veces han de ejercer ellos mismos por la tarde. Nos atreveríamos a decir de la ética lo que afirmaba Augusto Monterroso de la inteligencia: que se ha democratizado de tal modo que ha dejado de ser un privilegio de las clases pobres.
Ahora cualquier ginecólogo puede presumir de unos depósitos de rectitud moral casi incompatibles con el vicio de meter el dedo en la llaga todo el día (la coartada clínica no impide la interpretación psicológica, del mismo modo que lo cortés no quita lo valiente). Hacen bien en no operar, pues aparte de los beneficios laborales que producen los prejuicios morales colocados en depósitos de renta fija, tienen más tiempo para vigilar el coche abandonado en el parking, no vaya a sustraérselo la red de polacos desmantelada, si cabe, por la policía la semana pasada, etcétera.
Total, que han descubierto un planeta nuevo en algún punto de nuestra galaxia, pero tal como están las cosas uno cree que ha de tratarse de un tumor o en todo caso de una tela desde la que alguien nos observa como una araña observaría las moscas. Bibliografia: El diario de Edith, de Patricia Highsmith. Léanlo.
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