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Contra el olvido

Un rasgo de la cultura de nuestro días es el acceso a obras y creadores de todos los tiempos. La sensibilidad y el conocimiento se van conformando leyendo simultáneamente a Cervantes y a Javier Marías, escuchando a Mozart y a Luis de Pablo, o contemplando lienzos de Velázquez y Sicilia. Todo ello influye tanto en los creadores como en los receptores de sus propuestas. La posibilidad de elegir se convierte así en un factor clave.Al escarbar en el pasado uno se lleva sorpresas. No es siempre exacto que el paso del tiempo haya realizado selecciones naturales incuestionables que sean síntesis de las diferentes épocas. Ciñéndonos al terreno musical es innegable, por ejemplo, que Haydn, Mozart y Beethoven conforman la cultura esencial de los sonidos de los últimos años del XVIII y primeros del XIX, pero no es menos cierto que a su sombra hay, casi relegados al olvido, un número de autores de interés que en otras épocas don menos primeras figuras habrían tenido un lugar más cómodo al sol de la historia y una presencia de sus músicas más continuada. No es cuestión de sustituir unos nombres por otros sino de complementar con unos y otros el conocimiento de la historia musical.

Viene todo esto a cuento porque esta tarde en el Auditorio Nacional de Madrid se va a interpretar el Oficio y Misa de difuntos (1819) del compositor aragonés Mariano Rodríguez de Ledesma (1779-1847), cuyas excelencias fueron subrayadas a principios de siglo por el musicólogo Rafael Mitjana sin que la presencia de su música se haya hecho moneda corriente entre nosotros. La Misa de difuntos no se escucha desde hace 150 años.

"Si está olvidado por algo será", manifiestan los escépticos ante este tipo de resurrecciones, y en general no les suele faltar razón, pero en el caso de Rodríguez de Ledesma pudimos ser testigos hace un par de años de unas Lamentaciones de Jeremias que nos dejaron literalmente boquiabiertos, con lo que es de esperar. que algo similar ocurra con Misa de difuntos. La recuperación y edición musicológica de las dos obras han sido realizadas por el compositor Tomás Garrido, que además ha asumido en ambos reestrenos la dirección orquestal.

El conocimiento histórico de la música española se ve potenciado por esfuerzos como éste y otros similares. Está aún cercano el gran trabajo que José Antonio Gómez realizó desde la Universidad de Oviedo en la edición de la obra completa de Juan Crisóstomo de Arriaga, músico contemporáneo a Rodríguez de Ledesma pero del que al menos se han mantenido en el repertorio sus deliciosos cuartetos de cuerda y la obertura de la ópera Los esclavos felices. Y hablando de recuperaciones de esos años es justo reseñar, en un terreno más pegado a la musicología en su rama histórica, la admirable edición, transcripción y análisis crítico que ha realizado Begoña Lolo de una historia de la música española perdida como la de Joseph de Teixidor y Barceló (¿1750-1814?). La reciente publicación de este documento por el Institut d'Estudis llerdencs de la diputación de Lleida no puede ser más oportuna.

Es probable que cuando aparezca el enorme diccionario de música española e iberoamericana, que desde hace años está coordinando Emilio Casares se pongan de una vez por todas las cosas en su sitio en lo referente a un tema pendiente tan urgente como es el de la clasificación de nuestros creadores.

De momento hay que dar la bienvenida a esfuerzos como los reseñados, hechos todos ellos con una entrega y una ilusión encomiables. Sin caer en el papanatismo de un sector que considera cada nuevo hallazgo en música española como una demostración evidente de las incomparables virtudes de nuestras contribuciones al arte de los sonidos, lo que es verdaderamente importante en este fin de siglo de la información es tener al alcance de la mano todo lo que se ha hecho. Es la única manera de poder posteriormente realizar una valoración crítica. De exaltados, triunfalistas y otras especies exóticas bastante tenemos ya en otros cotos de la cultura.

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