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Bienvenidos a Albania

La Legión pasea la bandera española en su primera salida de reconocimiento de Durres a Shengjin

Miguel González

ENVIADO ESPECIAL "¿Kush janë?" (¿quiénes son?). "Espagnoli" (españoles). "¿Ah, espagnoli. Buono. Buono!" Los Blindados Medios sobre Ruedas (BMR) de la Legión pasearon ayer por vez primera la bandera española una grande y nueva, colgada de la antena más alta- por las carreteras de Albania. Los habitantes de las numerosas aldeas que jalonan la ruta entre Durres y Shengjin, el puerto principal del país y el más septentrional, respectivamente, asistieron con curiosidad al paso de los vehículos.

"Los españoles son bienvenidos para traer la tranquilidad a Albania ante la situación en que nos ha dejado el presidente Berisha", afirma Constandin Capedoni, un albanés cincuentón y enjuto, a la entrada de Lezha, dentro de las zona de responsabilidad adjudicada al grupo táctico Serranía de Ronda. La patrulla recorrió los 95 kilómetros de trayecto sin contratiempos de importancia: dos de los cinco BNIR tuvieron que darse la vuelta al sufrir uno de ellos una avería y un tercero colisionó con un camión sin mayores consecuencias, en especial para el blindado.

No hubo que detenerse en los dos controles de la policía, servidos por agentes de uniforme y de paisano que hacen valer su renqueante autoridad a la sombra de un desvencijado TOA (Transporte Oruga Acorazado) de fabricación china. En este país donde todo el mundo tiene un Kaláshnikov en casa y se ofrecen cargadores de munición a los automovilistas -como en España naranjas o melones-, los militares son los únicos que no llevan armas. "Yo soy un soldado, no un criminal", contesta, muy serio Nicola, un recluta del Ejército albanés adscrito al contingente multinacional, cuando se le pregunta por su fusil.

La primera salida de los legionarios resultó provechosa. El comandante Alvarez Gaumé y sus hombres apalabraron el alquiler del futuro campamento español: una antigua residencia de verano de la nomenklatura comunista en la playa de Shengjin.

Al regreso, dos horas largas de viaje sorteando socavones y descuidados campesinos, los blindados son observados desde los ojos ciegos del más de medio millón de bunkers -uno por cada cuatro albaneses- que la paranoia del dictador Enver Hoxa dejó como siniestro legado a su pueblo. Su empeño por aislarlo del resto del mundo provocó una reacción sorprendente: en todas las ventanas han florecido antenas parabólicas.

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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