Limosnas
No hay datos de las limosnas que reciben las iglesias para el culto; pero los habrá, gracias a la electrónica, a la informática y al sentido cristiano de la espiritualidad bancaria.De las limosnas que reciben en las puertas de las iglesias los pobres de pedir hay, en cambio, cierta información barruntativa. Las limosnas que reciben las iglesias para el culto las depositan los fieles en los cepillos y quedan allí en secreto.
Otras limosnas las depositan en el plato que pasa una beata, y tampoco sirve para saber cuánto ingresa la iglesia por este concepto. En la capilla de los Oblatos había un feligrés que echaba en el plato un billete de mil pesetas y a continuación susurraba en el oído de la beata peticionaria. Corrió la especie de que la comunicaba el destino que debía dar al dinero y se hizo famoso por su caridad. Hasta que un día la beata se hartó -dicen que porque le caía gordo- y explicó a cuantos querían escucharla qué le decía el feligrés en los susurros: "¡Ojo, que son cinco duros! Las 975 pesetas del cambio me las das al acabar la función o no respondo". Lo normal es que la limosna de los feligreses para el culto sean unas monedillas y guardan otras pocas para el pobre de pedir que hace puerta. La Santa Madre Iglesia está tan institucionalizada que hasta sus pobres de pedir han cogido el estilo. Hay pobres de pedir que hacen la vida prácticamente en la puerta de la iglesia y hay pobres de pedir sujetos a estricto horario laboral. La regla de los pobres de pedir exige respeto a los turnos que ellos mismos establecen, y si alguno los transgrede e intenta abusar, lo más probable es que le partan la cara. Esto ocurre en las iglesias cuya tradición benefactora o milagrera convoca gran afluencia de devotos y en las que se encuentran en los barrios distinguidos. La parroquia de la Concepción, calle de Goya, es de las más solicitadas. Parecerá surrealista, pero los pobres de pedir de esta iglesia compiten con los pobres de pedir de la cafetería de la acera de enfrente. Y cuando entre ellos se producen litigios, han de someterse al arbitraje del capitán de la cofradía; eso, o retarse a primera sangre. Hay allí una cuestión hegemónica y dinero de por medio. Los feligreses de la parroquia, tras comulgar, cruzan a desayunar a la cafetería, y como sólo dan limosna en uno de los dos bandos, los respectivos pobres de pedir se acusan mutuamente de adulación, extorsión, acaparamiento y tráfico de influencias. A un pobre de pedir de la Reencarnación del Señor le adoctrinaba una monja limosnera y se la acabó ligando.
La monja se secularizó por eso, mas no el pobre de pedir -por eso-, pues le tiraba el oficio, y además figuraba en su clientela alguna viuda que le picaba el ojo y le enseñaba el muslo al agacharse a depositar el óbolo en la boina. El pobre de pedir de San Ginés estaba desesperado.
Cuando le pregunté si los feligreses daban buenas limosnas, respondió iracundo: "¡Cómo quiere que nadie venga a rezar con esta ola de ateísmo que nos invade!". Los feligreses son el sustento del culto (en la Consolación mariana dicen que el culto es el párroco, pues habla inglés) y lo son de los pobres de pedir, pero sin garantía de futuro, sin orden ni concierto. He aquí una anacrónica situación que repugna a la modernidad en el umbral del tercer milenio. Un banco ha resuelto el problema creando la limosna electrónica. Funciona ya en Canarias con anuencia del Obispado, y consiste en que las iglesias tendrán terminales electrónicos en los que el feligrés pasará la tarjeta por el lector magnético y tecleará la cuantía del donativo.
Terminada la operación, el cepillo electrónico emitirá un recibo conformado, que le servirá al feligrés para deducir el 15% en la declaración de la renta. El siguiente paso consistirá en extender la informática a los pobres de pedir, dotarles de terminales Visa o, mejor aún, de impresos de transferencia, de manera que las limosnas irían directamente a sus cuentas corrientes, sin trasiego de vil metal. El nuevo milenio se puede concebir perfectamente con pobres de pedir, pero no sin informática. La informática se impone en todos los estratos de la sociedad. Llegará el año 2000 y quiera Dios no nos dé un calambre.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.