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Objetivos claros

La operación militar europea, auspiciada por el Consejo de Seguridad de la ONU, para intervenir en Albania ya está en marcha. Es de saludar que los europeos no hayan pasado meses debatiendo la necesidad del despliegue de fuerzas en aquel país. Se han rendido a la evidencia de la necesidad de esta operación hasta los insensatos que predican la obsolescencia de los ejércitos. Que en Italia haya sido mayor la polémica es lógico, ya que la catástrofe albanesa es, por motivos obvios, un problema italiano. Y fácil por tanto de utilizar en. querellas internas. Pero en el resto de los países participantes -y muy especialmente aquí en España- la opinión pública ha aceptado con naturalidad este nuevo envío de tropas a los Balcanes.Es bueno que esto sea así. Facilita la agilidad necesaria y ratifica la solidaridad de los países participantes con Albania y con Italia. También porque los europeos puede ahora demostrar que tienen capacidad de emprender una operación de este tipo sin mando norteamericano. Si lo logran, quedará claro que han aprendido del fiasco político sufrido durante meses y años de indecisión e impotencia en Croacia y Bosnia.

El primer objetivo de la operación es suministrar alimentos y medicinas para que la tragedia no se agrave. Pero la presencia de tropas debe también ayudar a restaurar el orden. Y tiene que ir acompañada de una masiva intervención política. Porque la presencia militar será sólo un remedo si cuando concluya, el país no está encauzado hacia unas elecciones que ni Berisha ni ningún otro caudillo o mafioso pueda manipular y exista en Tirana un gobierno con cierta legitimidad y control sobre su territorio.

La operación alberga considerables riesgos. Primero porque la situación es caótica. No encontrarán los oficiales al mando de las tropas nada definido, ni frentes, ni combatientes, ni partes políticas en litigio ni interlocutores. Habrán de proteger la ayuda, pero con seguridad a veces también a la población, de las bandas de forajidos de todo tipo que se reparten hoy el país, unas pagadas por el presidente, Sali Berisha, otras enemigos de éste y otras muchas que sólo quieren controlar una región para establecer su dictado de terror y expolio permanente de la población.

Pero las tropas se encontrarán además a una población desesperada, asustada y embrutecida, que un día puede recibirlos como salvadores y al siguiente dispararles para robarles la ayuda alimentaria y médica, el dinero y las armas. En su bellas memorias, Edith Durham, una valiente excéntrica británica que pasó muchos años como pionera de la ayuda humanitaria en Albania a principios del siglo, cuenta los muchos disgustos que sobrevivió en aquel país plagado de miseria, superstición, luchas de clanes y crueldades gratuitas. Hoy Albania tiene, además de esas calamidades, centenares de miles de fusiles Kaláshnikov y otras armas en manos inconvenientes, la estructura familiar destrozada,, generaciones enteras sin más principio que el afán de supervivencia, ciudades y la misérrima industria en ruinas, rabia infinita, rencor contra toda autoridad y el crimen como lo único organizado.

En 1991, Peter Kemp, un británico que fue enlace entre el Gobierno británico y la guerrilla albanesa durante la guerra, me acompañó, octogenario y poco antes de morir, a Shkodra. Entre las ruinas humeantes de la sede del partido comunista comentó: "Veo que los albaneses no han perdido su proverbial capacidad de destruir para protestar por su suerte". La suerte de los albaneses no ha mejorado. Y siguen considerando que pueden vengarla sobre las espaldas de cualquiera. Harán bien las tropas europeas en demostrar que nadie puede hacerlo impunemente sobre las suyas. Habrán de demostrar ecuanimidad, pero ante todo firmeza. Cualquier signo de debilidad puede poner en grave peligro a los soldados y a toda la operación. Convendría que lo supieran tanto ellos como los políticos que los envían.

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