Nadie está solo en Jerusalén
El Gobierno de Netanyahu aborda el proceso de paz palestino tapándose la nariz. Desde el primer momento, Netanyahu y algunos de sus ministros han pensado que los acuerdos de Oslo apestan. Las naciones no pueden ganar una guerra ni hacer la paz si no tienen fe ni sienten pasión por lo que están haciendo.Har Homa, o el Monte Muro, es una árida colina en las afueras del sureste de Jerusalén. Un Gobierno israelí anterior la requisó en su mayor parte a sus propietarios priva dos judíos y el resto a sus propietarios privados árabes .Toda ella había estado bajo ocupación jordana antes de la Guerra de los Seis Días de 1967. A pesar de la retórica actual de todas las partes implicadas, la verdadera cuestión referente a Har Homa no es si de verdad es de urgencia vital para Israel construir un nuevo barrio judío allí, ni si Israel tiene o no derecho a hacerlo. La cuestión es qué importancia tiene la paz en comparación con otras necesidades y otros apetitos. La cuestión es, ¿seguimos estando comprometidos a concluir el conflicto, israelo-palestino con una solución intermedia que proporcionará a los palestinos una patria libre y a los israelíes seguridad y reconocimiento? No existe ninguna fórmula para que los israelíes se extiendan y, al mismo tiempo, consigan la paz. Mientras los israelíes y los palestinos estuvieron en estado de guerra, las normas de "agárralo como puedas" y "en la guerra todo es válido" prevalecieron en ambas partes. El nuevo capítulo que se inició en Oslo no supone una luna de miel entre las partes, pero sí implica pasar de "en la guerra todo vale" a "en la discusión, encontraos a medio camino". Las disputas no se resuelven con bulldozers o con disparos, sino mediante un proceso de toma y daca. Si Israel quiere construir un nuevo barrio en un terreno polémico de Jerusalén, debería negociarlo cori los palestinos y convencerles de que retiraran sus objeciones. Los acuerdos de Oslo se basan, en una idea revolucionaria -para ambas partes-, esto es que en la discusión por Tierra Santa cada reclamación es válida sólo hasta cierto punto. ¿Hasta qué punto? ¿Y cómo reconciliar reclamaciones contradictorias de una forma aceptable para ambas partes? Zanjar estas cuestiones llevará mucho tiempo. Requieren paciencia e inteligencia. Los bulldozers y los atentados terroristas no son las herramientas adecuadas para esta labor. Hay que llevarla a cabo con cautela, generosidad y visión y, por encima de todo, con imaginación empática. Si los israelíes y los palestinos no aprenden a preguntarse cómo ven los otros sus acciones y sus palabras, estamos todos condenados a seguir haciéndonos daño unos a otros como peces espada ciegos en un tanque.
La decisión de Israel de instalarse en Har Homa en este momento corresponde a una lógica de conflicto: crear hechos consumados unilaterales y hacer que los palestinos y la opinión pública mundial se traguen estos hechos, aunque sea con protestas. Cuando los palestinos estaban ocupados matando a israelíes, indiferentes a la política israelí, algunos israelíes podían ver un buen motivo para someter a los palestinos al poder de Israel, al menos mientras se negaran a reconocer algunos de nuestros derechos. Esta lógica debe desaparecer ahora. La lógica de la paz debe tomar el relevo, y la lógica de la paz es que aunque cada parte del conflicto es lo suficientemente fuerte como para hacer inviable la paz, es necesaria la fuerza combinada de ambas para alcanzarla.
Es perfectamente legítimo que israelíes y palestinos se lamenten por las concesiones mutuas que tienen que hacer, y que lloren por sus sueños inalcanzables, pero habrá una terrible tragedia si, en lugar de lamentarnos y llorar, volvemos -ambas partes- a la sangrienta pauta de comportamiento, si actuamos como si la otra parte no existiera o como si sólo entendiera el lenguaje de los hechos consumados o la fuerza bruta.Palestinos e israelíes utilizaron durante décadas el lenguaje del poder. Este lenguaje por sí solo no proporcionó -ni podía hacerlo- una patria propia a los palestinos. Ni tampoco proporcionó -ni pudo- seguridad y reconocimiento a los israelíes. Ninguna montaña, ningún muro puede defender a Jerusalén de Jerusalén. Por fin, todos tendremos que aceptar el hecho de que no estamos solos en Jerusalén. Igual que no estamos solos en este país. Cualquiera que insista en la fiera retórica sobre "un Jerusalén indivisible" debería abrir los ojos y Ver que la ciudad de Jerusalén es,de hecho, una ciudad dividida, dolorosamente dividida.
Quizá pueda llegar a unirse, incluso integrarse. Pero quien desee ver un Jerusalén unido debería aceptar el hecho de que nadie vive solo en Jerusalén.
Quizás esas simples palabras -"nadie está solo en Jerusalén"- deberían aparecer en pegatinas para los parachoques de todos los coches israelíes y palestinos, en todos los tablones de anuncios, en todas las esquinas. Aquel que actúa como si estuviera solo en Jerusalén se condena a sí mismo a vivir para siempre como una montaña amurallada: asediado, sitiado y recluido
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