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La cultura económica de los españoles

Ya he pedido al Centro de Investigaciones Sociólogicos el estudio en el que se refleja que los españoles prefieren un Estado intervencionista en economía. Ello me anima a seguir en mi quijotesco combate contra follones y malandrines de toda laya porque no sólo me parece peligrosa esa cultura para el futuro de la economía española y aún europea sino que la veo inmoral.En apariencia, los resultados de la encuesta del CIS son razonables. Nada más sensato que pretender que el Estado siga controlando las subidas de los precios, como dice desearlo el 81 % de la muestra; o que subvencione las empresas en crisis para salvaguardar puestos de trabajo, como lo pide el 73%: ilusionante meta la de conseguir precios bajos y puestos de trabajo seguros a voluntad, en especial si se combina con la reducción del gasto público que pretende el 75%.

Si no supiéramos nada de cómo funciona la economía, la discusión hubiera acabado aquí. Pero la ciencia predice y la experiencia corrobora que, si se quiere que los precios sean asequibles y el empleo estable, lo último es permitir que el Estado intervenga para conseguirlo. Es la competencia del mercado la que ha conseguido que el puente aéreo de Barcelona a Madrid cueste la mitad de lo que solía. Las tarifas de las llamadas al extranjero, así como las de los teléfonos móviles, se han reducido tras descubrir el público que había ofertas más baratas que las de la compañía que el Estado controló durante tanto tiempo. Él lleva, el Estado español, subsidiando empresas y dificultando el despido al menos desde el final de la guerra civil, más no parece que hayamos tenido mucho éxito, vista nuestra tasa de paro.Decía El Gallo que "lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible". Si se toman todas esas medidas de intervención en los precios y el empleo y además se deja en manos públicas la gestión sanitaria la enseñanza, no habrá manera de reducir ni el gasto público ni los impuestos, como también parece desearlo una amplia mayoría. Comparto las metas de precios bajos, empleo abundante y gasto público reducido, pero la vía intervencionista no es el camino para alcanzarla.

Porque denuncio estas contradicciones, el diputado socialista Joaquín Leguina me llama neoliberal, y el diputado Joaquín Almunia, portavoz del Grupo Socialista del Congreso, lamenta que pongan a mi disposición tribunas desde las que difundir lo que él tilda de "bazofia intelectual". Me alegra que sigan con tanta atención mis trabajos, porque con el tiempo irán aprendiendo. El análisis que aplico al modo de conseguir objetivos siempre laudables, no es sencillo ni intuitivo, lo que explica que no lo entiendan personas inteligentes e instruidas como esos dos pro hombres de la izquierda. Lo contraproducente de los métodos intervencionistas para resolver problemas sociales, cuales son los precios excesivos, la falta de puestos de trabajo o el despilfarro en los servicios públicos, no es mi única queja. Lamento también sus efectos sobre la docencia, la laboriosidad y la prudencia.

Podría recordar aquella frase atribuida a Felipe González sobre el Plan de Empleo Rural, "familia en paro, coche nuevo", pero como no estoy seguro de la fuente, prefiero no hacerlo. Quiero referirme, no a trampas y abusos, sino a efectos directos del exceso de intervención pública.

La Comunidad Europea paga a los labradores por no cultivar sus tierras o por sacrificar su ganado. El Ministerio de Educación concede becas para cursar la enseñanza gratuita. El Ministerio del Medio Ambiente no cobra precio alguno por el agua destinada a regadíos. Muchas comunidades autónomas subvencionan radios y televisiones locales, mientras lamentan la maniobra de TVE. Los catalanes pagan peaje por sus autopistas y los madrileños casi no (que quizá por eso tienen tan pocas). ¿Sigo?

Libertad, mi Dulcinea.

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