El caballete de De Kooning
Ha dejado de vivir Willem de Kooning, uno de los pintores más importantes de nuestra época, actor fundamental del verdadero triunfo de la pintura que constituyeron las imágenes poderosas del expresionismo abstracto. De Kooning supo conciliar Europa y América mediante una pintura plagada de fervorosas contradicciones. Las construcciones. concentradas y a un tiempo expansivas del primer cubismo fueron aplicadas a una concepción dinámica de la superficie pictórica en la cual la rítmica general y la organicidad provocan una convulsión generalizada. La violencia y la espontaneidad no están en su caso reñidas con la sabia construcción ni con la ácida belleza de su colorido.Estos planteamientos novedosos no fueron obstáculo para manifestar una actitud de extremada libertad frente a la disputa entre figuración y abstracción. De Kooning alternó, en varios momentos de su vida, una abstracción estructurada, de poderosas y amplias pinceladas, con una no menos fuerte aprehensión de la figura humana. La figura de mujer -gorgona, diosa madre o gran prostituta- surge en sus pinturas incluida en vertiginosos torbellinos estructurales, sumergida e integrada en una dinamización bidimensional totalízada» de la tela. Aquí es donde De Kooning aparece como gran maestro, aniquilando el dogmatismo de ciertos sectores de la museografía y de la crítica que denunciaron en su momento, con puritano énfasis, la traición que ciertas formas figurativas representaban en relación con el proceso de abstracción y de conceptualización que han marcado la imagen del siglo XX.
En cierto modo, la visión novedosa de Willem de Kooning, tan poderosa y llena de fervor, ciertamente incómoda, pero tan presente como inolvidable, daba al traste con ciertos discursos reduccionistas de la vanguardia, abriendo las puertas a intemporales zonas comunicantes, a afirmaciones perfectamente identificadas con el espíritu de la época y a un tiempo conscientes del peso de la historia. El mundo cargado, expresivo y fructíferamente anómalo de De Kooning se vierte en la impureza, en el mestizaje de las formas, en la permanencia del mito y en la latencia del universo inconsciente.
Hace años que Willem de Kooning dejó de pintar, dejándonos como despedida un conjunto de cuadros vaciados de poder, reducidos a su osamenta estructural. Pero en su largo camino ha sembrado la imagen de nuestra época con algunas de sus más fervorosas, cálidas y poderosas realizaciones. Recuerdo la visita a su taller en 1961, su afectuosa acogida y la celebración de la concesión de la nacionalidad americana, que festejaba precisamente aquel día. Las bellas fotografias que de ambos realizó mi amigo el fotógrafo cubano Jesse Fernández, también desaparecido, atestiguan mi admiración. El gran caballete en el que pintaba -una armazón de madera plantada en medio de una gran habitación- me recordó a un tiempo una guillotina y un objeto para depositar cristales. De ambas cosas tiene la pintura esplendorosa de este Rubens moderno, sabio y loco a un tiempo, que supo conciliar la transparencia de su espacio novedoso con la certera acción de su certero y plástico bisturí.
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