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Morir en una granja de cerdos

En una carta abierta del mismo título que la presente opinión sobre la muerte accidental del trabajador marroquí Kamal Tantaui en una granja porcina ubicada en la Partida del Campillo de Cheste (Valencia), publicada en EL PAÍS el 21 de mayo de 1996, planteaba una serie de preguntas cerca de las circunstancias del accidente y las responsabilidades civiles y laborales del amo de los predios y del capataz de la finca vecina, testigos presenciales del hecho. No hubo ninguna respuesta de los interesados ni aclaración de lo acaecido: tan sólo el ataúd con el cuerpo de la víctima, expedido a palo seco a su villa natal de Tadla, en el vilayato de Beni Mellal.Un lector de mi carta abierta, el abogado don Antonio Martín Serrano, se ofreció espontáneamente a defender los intereses de la familia de Kamal Tantaui después de ponerse en contacto conmigo a través de este periódico. Tras obtener las actas notariales con un poder general para pleitos y de manifestaciones del padre de la víctima tocante a su carencia de medios económicos, se personó en el Juzgado de Primera Instancia de Requena y en la Inspección Provincial de Trabajo de Valencia en donde tuvo acceso al sumario: las declaraciones de los tres testigos -del hasta entonces anónimo dueño de la granja y de otras fincas sitas en la comarca; del encargado de la pala mecánica a la que supuestamente se encaramó sin aviso el fallecido; y de un primo de éste, el también inmigrante marroquí Abdenabí Allam-, así como las conclusiones de la susodicha Inspección. El posterior recurso del abogado al Servicio de Mediación, Arbitraje y Conciliación de Valencia, con miras a una indemnización a la familia del muerto por la vía laboral, no dio fruto alguno por incomparecencia de los demandados.

En unos tiempos en los que el afán de publicidad empuja a los componentes de todo el espectro social a exhibirse y ser conocidos gracias a la prensa, televisión y los nuevos espacios cibernéticos, el modesto anonimato en que se envuelve el dueño de la granja de cerdos resulta insólito y ejemplar. Con un pudor admirable, ha procurado mantenerse en la penumbra y huir de la luz de los focos. Por eso, me disculpo con él por darle públicamente nombre y apellidos: don Jose Pons Peiró, dueño de la Granja Pons que con tanta bondad acogía a los inmigrantes marroquíes que de improviso acudían a "visitarla". Su vecino, Jesús Hoyo García, empleado de la granja frontera a aquélla -que permitía con idéntica liberalidad dormir en la misma a una docena de magrebíes en condiciones. de comodidad y huelgo fáciles de imaginar-, conocía a la víctima por residir en ella desde hacía "algunos años". Fue Jesús, según las manifestaciones coincidentes de los tres testigos, quien el 23 de marzo de 1996 llevó la pala mecánica a la Granja Pons con objeto de sacar el estiércol de una balsa contigua a la nave en donde se encuentran los puercos y de depositarlo al otro lado de una fosa cercana al llamado Barranco de Chiva.

Sobre las circunstancias del lance, todos los testigos concuerdan: mientras Jesús Hoyo García iniciaba su labor de limpieza con la pala descargadora, se presentaron en la granja la futura víctima y su primo, "aunque no habían sido solicitados por nadie para realizar trabajo alguno". El hijo del benemérito dueño de la empresa porcina les preguntó qué querían, ya que, pese a que Kamal Tantaui era un viejo vecino del lugar y en un paraje como el Campillo la presencia de un marroquí no pasa inadvertida, afirma con aplomo que no les conocía ni de vista. El fallecido repuso que deseaba hablar con Jesús. Este interrumpió al cabo de poco su trabajo de descarga para beber agua y pegar la hebra con don José Pons Peiró, que había llegado entre tanto, momento que aprovechó el interfecto para subirse, ni corto ni perezoso, a la pala mecánica, "quizá para impresionar a su primo" o "por la voluntad de agradar que tienen dichas personas [entiéndase los moros]", efectuar velozmente la fatal maniobra y precipitarse en derechura al barranco. Fueron unos segundos de ilapso u ofuscación colectivos: ninguno de los testigos le vio encaramarse a la pala mecánica ni dar marcha atrás sino cuando oyeron sus gritos y el autor de la travesura había sido aplastado por el peso de la máquina ocho metros más abajo. Lo en verdad extraordinario del caso es que el recatado sueño de la empresa porcina asegura a su vez que no conoce al fallecido ni a su primo, "quienes no han estado nunca en la granja". ¡Manifestación asombrosa tratándose de alguien que pernoctaba en la finca vecina desde hacía años y trabajaba con el palista de la máquina descargadora!

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El testimonio del primo de Kamal entra también en el terreno de lo maravilloso o de ese inverosímil literario tan minuciosamente analizado hace dos décadas por los teóricos de la revista Tel Quel. Abdenabí Allam -quien afirma no entender bien el español (a propósito, ¿en qué lengua le fue tomada la declaración?) y residir en Murcia, en donde "olvidó" su documentación personal (no precisa si el Permiso de Residencia o un simple pasaporte marroquí) no obstante los frecuentes controles de identidad a los que se ven sometidos los inmigrantes- ratifica lo dicho por los otros testigos si bien introduce una leve pero significativa variante: contrariamente a la declaración de don José Pons Peiró, su primo se puso la ropa de trabajo para ir a la empresa porcina y allanó con un legón el camino a fin de facilitar el paso de la máquina (todo ello, suponemos, por iniciativa propia y santa ignorancia de los beneficiados de tal labor). A continuación, siempre sin la autorización de Jesús Hoyo, absorto en profunda conversación metafísica con el recatado dueño de la granja, subió a la pala, descargó el estiércol, cayóse y fue a la nada. Preguntado por la jueza encargada del caso si había visto trabajar a su primo de forma remunerada con la pala mecánica, Abdenabí responde que no, aunque, matiza, la víctima le había dicho que a veces maniobraba con ella, sin duda de forma gratuita y por amor al arte.

Conforme a estas declaraciones el sumario fue provisionalmente archivado y el inspector de Trabajo y Seguridad Social, tras la denuncia presentada por el abogado don Antonio Martín Serrano en nombre de la familia de la víctima, concluye el ente-896 "que no se ha podido constatar el carácter laboral del accidente ocurrido en la fecha 23 de marzo de 1996 con resultado del fallecimiento de don Kamal Tantaui".

Pero la sucesión de episodios inverosímiles, rayanos en lo fantástico, no acaba aquí. Hasta la fecha del accidente y la publicación de mi carta en EL PAÍS, Abdenabí Allam telefoneaba regularmente a su familia desde alguna cabina pública sin dar nunca sus señas (otro "olvido" que ni la Policía Judicial ni la Inspección de Trabajo parecen tener en cuenta). Desde entonces, el primo de Kamal -cuyo testimonio favorable grosso modo a la increíble versión del benemérito dueño de la empresa y del hospitalario anfitrión de trabajadores marroquíes Jesús Hoyo sirvió de base a los dictámenes del Juzgado de Requena y de la Inspección Pro vincial de Valencia- parece haberse esfumado. Su familia no ha vuelto a saber de él: la anterior comunicación telefónica cesó con brusquedad. Prevenida por la familia, la Asociación de Trabajadores Inmigrantes de Marruecos en España (ATIME) entró en contacto con los núcleos de magrebíes oriundos de Beni Mellal tanto en Murcia como en Valencia sin obtener resultado alguno. Los repetidos llamamientos en las emisoras regionales de radio de ATIME en lengua árabe no han procurado tampoco hasta hoy la menor pista. A las preguntas de un marroquí, enviado al Campillo de Cheste, so capa de buscar trabajo, la respuesta obtenida en las dos granjas fue idéntica: "No contratamos ni albergamos a extranjeros". Ante tanta acumulación de lances portentosos y ocultaciones enigmáticas, la ATIME acaba de presentar al puesto de la Guardia Civil de Cheste una denuncia por desaparición.

El benemérito amo de la granja y el encargado de la pala mecánica deben abandonar de una vez su recato y silencio para responder algunas preguntas: ¿qué tipo de presiones sufrió el indocumentado primo de Kamal Tantaui para avalar una versión absolutamente insostenible de los hechos y declarar contra los intereses del fallecido y de su propia familia, un acto que le veda la posibilidad de regresar dignamente algún día a su pueblo? Sin detenerme ahora a analizar las condiciones de esclavitud física y mental en las que "viven" los inmigrantes ilegales magrebíes y africanos desde los invernaderos de El Ejido almeriense al bajo Ampurdán, me dirijo públicamente a don José Pons Peiró: ¿dónde está el testigo de cargo del accidente, el desvanecido Abdenabí Allam?

Juan Goytisolo es escritor.

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