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NUEVO FRENTE EN LOS BALCANES

"Que Europa nos ayude"

Los habitantes de Durres están convencidos de que los albaneses solos no podrán imponer el orden en su país

ENVIADO ESPECIALSi un Kaláshnikov se consigue estos días en Tirana por 15 dólares (menos de 2.000 pesetas), en Durres debe de obtenerse por la mitad. Los habitantes de la ciudad portuaria, la tercera en importancia del país, se han armado hasta los dientes antes de entregarse a un saqueo sistemático -que ayer estaba en su apogeo- de todo lo que vale algo. Las ráfagas llegan de todas partes. Cada uno protege lo robado en almacenes, tiendas y hasta casas, con fusiles, pistolas o incluso granadas de mano, como la que lleva en la cintura un niño que guía un carro cargado de muebles. "Será como Líbano", murmura un viejo, mientras contempla cómo varios hombres disparan sus rifles militares desde la caja de un camión que está siendo cargado a toda prisa con ropa y electrodomésticos.

"Esperamos a la OTAN o a los soldados de la ONU como a Dios. Bastaría que estuviesen aquí dos días para que la gente entregara las armas. Casi nadie quiere matar; sólo las roban para proteger a su farnilia" , opina Guenti, que trabaja en Elbasan y ha llegado hasta Durres para ver a los suyos. "Nosotros solos no podemos controlar esto, no hay orden ni ley". Guenti, que tiene 24 años y gana 79 dólares al mes, ha recibido una carta del Ejército para que se incorpore a luchar en Valona. Como sus compañeros en circunstancias similares, ha hecho caso omiso. Su obsesión es que los barcos estadounidenses vayan a Albania. La comparte con innumerables albaneses.

A diferencia del jueves, en que casi mil personas se agolpaban frente a la rada de Durres con la esperanza de subir a un barco hacia Italia, el muelle está hoy semivacío. Ni un solo barco a la vista, salvo unas vagas siluetas en la lejanía de la flotilla que interviene en la operación de rescate de sus ciudadanos montada por las potencias occidentales desde Tirana.

En la zona industrial del puerto adriático, el más importante del país, una multitud armada se afana en el pillaje de cada uno de sus almacenes, abiertos como panzas gigantescas. De vez en cuando, los hombres disparan al aire para hacerse respetar. Ropa, muebles, electrodomésticos, comida, materiales de construcción, harina, azúcar, son transportados por familias enteras y por los medios más inverosímiles a sus casas, donde, tras una rápida descarga, se vuelve a por más. A la entrada de Durres, en un simbólico puesto de policía, los uniformados escuchan impertérritos las descargas cerradas y por doquier de armas automáticas, que aterrorizan y hacen correr a quienes no están dedicados al saqueo.

Coches a toda velocidad con la matrícula tapada, ocupados por enmascarados que portan rifles, recorren las calles de esta ciudad sin ley, espejo de otras muchas en Albania, y donde el jueves murieron tres personas a tiros. En la peligrosa ruta de Tirana a Durres, 50 kilómetros, hay un puesto de control, en el que se aglomeran, muy nerviosos y armados como para la guerra, agentes de la policía secreta y otros uniformados, para que no lleguen nuevos arsenales a la capital. Algo perfectamente inútil a estas alturas. Un poco más allá del bloqueo policial, unos niños intentan en una cuneta desentrañar los secretos de un lanzagranadas.

"¡Solana, Solana!", dice al periodista un hombre en bicicleta que se vuelve a casa con las manos vacías desde las instalaciones portuarias de Durres. Jazo, ése es su nombre, suplica mirando a los ojos: "Que nos ayuden los países europeos: los hombres nos podemos quedar, pero queremos mandar fuera de aquí a nuestras mujeres y niños. Aquí, la vida no vale ya nada. No tenemos comida ni medicinas. El dinero lo han robado Sali Berisha y los suyos. Si no nos van a ayudar, si sólo van a ser palabras, no vengan ustedes aquí", concluye, antes de tender fuertemente su mano.

"La gente se está armando primero, para robar después, como esos que se están subiendo a los camiones. Ahora están entrando en tiendas privadas, no del Estado, particulares, y ya lo han hecho en algunas casas. También la policía está robando", explica un interlocutor voluntario. Una mujer embarazada se acerca angustiada con su marido para preguntar al extranjero cómo puede marcharse a Italia, y enseñan sus pasaportes y un billete de avión cerrado. Quieren saber si en Tirana hay alguien que les pueda ayudar y si no morirán en la carretera caso de hacer el viaje. El hombre, mayor, acaricia solícito a su mujer.

Por la carretera entre Tirana y Durres caminaba ayer gente de todas las edades con bolsas de viaje y fardos de pertenencias. Se dirigían a la mayor ciudad portuaria del país con la esperanza de encontrar un barco que les sacase de Albania al mundo civilizado. "Nosotros estamos todo el día vestidos, sin equipaje, listos para salir en cualquier momento a coger una lancha, un barco de pesca, lo que sea, que nos lleve a Brindisi", asegura en su casa de Durres Toriana Nikolla, una mujer en la treintena. "No sabemos qué va a pasar hoy o mañana; no tenemos comida, la electricidad se fue el jueves a las tres de la tarde y no ha vuelto. Las noches son una locura de disparos. Las tiendas están cerradas o han sido robadas, y por todas partes hay bandas armadas".

"Paura [miedo], paura", repite junto a Toriana su madre, igual que si fuese una letanía. Los hombres de la familia de Toriana se van a buscar alimentos. El padre sugiere irse a las montañas, donde la gente, dice como en una idílica evocación, no lleva fusiles y hay comida.

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