_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Obras son amores?

Yo andaba por los seis o siete años. Mi padre, disgustado por las obras municipales, reiteraba la frase "¡qué bonito será Madrid cuando esté terminado!", muy celebrada en casa. Sin embargo, mirando hacia atrás, no sin cierta nostalgia, no recuerdo que fuera feo. Vivíamos en Alberto Aguilera, ornada aún por un bulevar de frondosas acacias. Junto a sus bordillos, sin meterse con nadie y sin contaminar, circulaba el tranvía, y no un tranvía del montón, sino el mítico 1.001 y sus compañeros de escudería. Eran vehículos esbeltos, silenciosos, pintados de blanco y azul celeste, los colores de la Inmaculada y la bandera argentina (no conocíamos aún la gallega). Hablando de gallegos, en la casa contigua vivía don Wenceslao Fernández Flores y, al revés que en la película famosa, la tentación vivía abajo: se llamaba y se llama La Marina, y el aroma matutino de sus ricos, bollos ascendía todas las mañanas por el patio trasero haciéndonos la boca agua. A pesar de los decires de mi progenitor, no recuerdo que hubiera muchas. obras, y cuando en la tele ponen o echan hoy películas de Marisol y Rocío Dúrcal, siempre aparece una Gran Vía pulcra, con sus adoquincitos muy colocados y su orondo guardia municipal de casco blanco, que tenía la cara de Manolo Morán o lo era, regulando con aire abacial el escaso tráfico: se detecta una calidad de vida de la que carecemos ahora. No era tan feo aquel Madrid.¿Y el actual? El actual, que abre sin cesar nuevas obras, nuevas trincheras, nuevos frentes sin haber consolidado aún el anterior (como Hider cuando atacó Rusia, pongo por caso), me produce, sobre todo, pasmo. ¿Qué se pretende con esta multiplicación de servicios al ciudadano? ¿Hacer una ciudad mejor? De mómento, ya la han convertido en una ciudad insufrible. ¿Aumentar la calidad de vida de los madrileños? No será la nuestra, al ritmo que va todo... Sería, pues, la de nuestros nietos o bisnietos. Pero ¿quién les garantiza a los torturadores que para entonces, y como consecuencia de sus sevicias, no se habrá desertizado del todo la urbe mártir? Porque, según las estadísticas (que, como el algodón, no engañan), Madrid se está despoblando ya sistemáticamente. ¿No resulta, por ende, al menos paradójica la proliferación de obras estruendosas, babilónicas, despilfarradoras? Y digo esto porque estamos asistiendo a una especie de desarrollismo salvaje, que sólo estaría justificado si se esperase, para los próximos años o lustros, y según vaticinios rigurosos, científicos, una nueva y enorme explosión demográfica. Pero ¡no es así!

O, en otras palabras, no existe una relación demostrable e inteligible de causa a efecto, circunstancia que nos lleva a buscar otro tipo de explicaciones; por ejemplo, políticas. ¿Será por aquello de la "convergencia con los criterios de Maastricht"? A la luz de la verdad, tampoco resulta plausible dicha exégesis, a no ser que nuestros líderes más o menos carismáticos anden muy despistados o lo aparen ten, que a lo mejor es eso. Poirque Kohl y Chirac, cabezas visibles de Alemania y Francia,las dos grandes naciones del continente europeo, admitían en su última reunión que quizá ellos, ¡ellos!, no llegarían a tiempo a dicha cita. Y lo dejaron caer tan tranquilos y hasta apacibles, sin rasgarse las vestiduras, sin rechinar de dientes. ¿Se imaginan los lectores cuán embarazoso resultaría que nuestra España de pandereta (en caso de duda véase la tele) convergiese ella sola? ¡Vaya corte! ¿Qué haría, qué sabría hacer ahí arriba? Me abochorna pensarlo, aunque al final de este espanto tengamos un metro más largo que nadie, un aparcamiento per cápita y mucho más gas natural del que entre todos podríamos inhalar para poner fin a nuestra desesperación.¿Estará Madrid terminado en el 2040? Porque la mies es mucha, y no me refiero sólo a las obras propagandísticas, sino a las cotidianas: ¿se acordará alguien de las destrozadas aceras, de las docenas de aparcamientos abandonados sin terminar, de los cortes de luz que nadie explica y convierten mi barrio en república bananera? Como jamás averiguaré las respuestas e intuyo que serán negativas, puedo opinar y opino que no. El sacrificio habrá sido estéril, obras no son amores, y más bien parece que nuestra Comunidad y Ayuntamiento nos tienen una tirria horrorosa.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_