Fútbol con trampa
El fútbol español vive ya inmerso en su estación preferida, un invierno tenebroso en el que no se habla de fútbol, sino de incidentes, La actualidad se detiene en las reuniones de los comités, con sus apelaciones, recursos, suspensiones cautelares, declaraciones y lecturas de las siniestras actas arbitrales. El fútbol se judicializa también a su estilo, y como es costumbre desde un tiempo a esta parte, aparece Gil en escena y la arma. Debe ser Gil y su ciclo vital: fue el 8 de marzo de 1996 cuando agredió a Caneda. Gil en su papel de justiciero: los árbitros que hace un año tanto le gustaban han dejado de agradarle ahora. Enr ealidad es una trampa.Gil, como Lendoiro hace unos meses, como Núñez cuando le duele, como Sanz cuando algo le molesta, logra dejar en un segundo plano a Ronaldo. Así de claro. Hoy nadie habla de Ronaldo o de Kiko (por cierto, en espléndida forma últimamente, por si alguien lo ha olvidado ya en medio de todo este follón). No se habla del Barça-Atlético: por cierto, un duelo habitualmente espléndido, por si alguien lo ha olvidado también. Se habla de Gil y de sus amenazas.
Así es el fútbol español. Así ha venido siendo. Debe de ser nuestra forma de entender una competición deportiva: según nuestros dirigentes, un partido se compone, sobre todo, de un antes y de un después. Donde apenas intervienen los jugadores. Por eso hay que entender que la Liga de las estrellas haya llegado al punto en el que nos encontramos: si los partidos son más disputados, mucho más han de serlo los conflictos.
Desde la guerra del fútbol hasta hoy no ha existido tregua, sino una pertinaz descomposición de las estructuras del fútbol: la Liga Profesional se ha desprestigiado y mantiene cuatro años más al presidente que nadie quería, y la federación trata de recuperar todos los poderes en una estrategia tan anacrónica como peligrosa. No hay una autoridad reconocible, entre otras cosas porque la federación, gracias a unos comités de dudosa composición y más dudoso criterio, ha conseguido que se generalice la sensación de que la justicia en el fútbol español no es igual para todos: a un equipo (el Betis) le basta un parte médico para merecer que se suspenda un partido, y otro (el Atlético) debe desplazar a sus jugadores entre vómitos y diarreas para obtener el mismo trato. Eso, por poner un ejemplo.
Celebremos, pues, que el fútbol haya llegado al punto caliente de la temporada. Ahora está en su salsa: Gil, capitaneando la nave ante la falta de orden y concierto. Es lógico que él aparezca como líder, porque es quien mejor se mueve entre el caos. Celebrémoslo y hablemos de él y de su sentido particular de la justicia. Y dejemos ya de hablar de Ronaldo. O... si hablamos de Ronaldo, hagámoslo de las amenazas de sus abogados. Nuestra tradición futbolística ha evolucionado tanto que puede hablarse de cultura propiamente dicha: aquí se disputa por la letra, no por la pelota. Nuestro fútbol es un fútbol con trampa. Y si es así, una pregunta: ¿cuál es la cláusula de rescisión de Gil?
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